El ritmo de vida de los ecuatorianos cambió drásticamente. Los momentos con luz se redujeron a ocho horas, mientras que las noches ahora tienen 16. ‘El toque de queda’ es una de las medidas más enérgicas que ha implementado el Gobierno Nacional para enfrentar la pandemia del Covid-19, y eso obliga a las personas a permanecer en sus hogares desde las 14:00.
Pero esta necesaria acción tiene consecuencias muy dolorosas, sobre todo, para las personas que viven de lo que generan a diario, pues, los albañiles, mecánicos, gasfiteros, recicladores, taxistas, entre otros, están facturando cero. Por eso, sus casas se abanderaron de rojo, revelando hambre y olvido, mientras los políticos solo hablan de los efectos futuros en la economía del pueblo.
Organismos de financiamiento internacional dicen incentivar proyectos para ayudar a los países más pobres. Por ejemplo, el Grupo Banco Mundial indica que “está actuando con rapidez para aumentar su apoyo a las naciones que deben responder a la crisis provocada por el coronavirus y enfrentan diversas consecuencias, incluido el riesgo de una recesión mundial”. A pesar de todo esto, Ecuador, en plena emergencia sanitaria, destinó recursos para el pago de los bonos 2020, por un monto de 325 millones de dólares, con el pretexto de obtener créditos de hasta 2 mil millones de dólares. (Banco Mundial, 2020).
En este contexto, el investigador y docente argentino, Guillermo Mastrini, opina que “no estábamos preparados para una crisis de esta magnitud. La sociedad no lo estaba y por lo tanto no lo estaban los políticos. Están reaccionando como pueden. En particular, en América Latina, la crisis se monta sobre una crisis económica que ya estaba presente y que la pandemia hace crecer de forma exponencial”. (G. Mastrini, comunicación personal, 1 de abril de 2020).
De la misma manera la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) presentó un informe en donde analiza el contexto en el que el Covid-19 golpea a América Latina y el Caribe, una región que enfrenta la pandemia desde una posición más débil que la del resto del mundo. La región creció a una tasa estimada de apenas 0,1% en 2019 y los últimos pronósticos de la Comisión, realizados en diciembre pasado, preveían un crecimiento de 1,3% para 2020. Sin embargo, una aproximación conservadora a partir del impacto de la pandemia, con los datos que aún se van consolidando, ha llevado a la Cepal a proyectar un crecimiento negativo de -1,8% para la región, con probables sesgos a la baja. Incluso, antes de la difusión del Covid-19, la situación social en América Latina y el Caribe se estaba deteriorando, con el aumento de los índices de pobreza y de extrema pobreza, la persistencia de las desigualdades y el descontento social generalizado (Cepal, 2020).
A finales de 2019, varios países de la región experimentaron una serie de acontecimientos que desencadenaron en protestas. En Ecuador, Colombia y Chile, los movimientos sociales se volcaron a las calles para exigir reivindicaciones. Organismos internacionales como la Cepal indican que los niveles de pobreza crecieron en esta parte del continente. De momento, los escenarios han cambiado, las personas han sido confinadas a sus casas, pero el descontento continúa.
En Ecuador ese descontento se ha intensificado en las últimas semanas. Acciones como los despidos laborales o los escándalos alrededor de la adquisición de implementos médicos en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), y las mismas declaraciones del Presidente de la República, Lenín Moreno Garcés, en donde pide transparencia con las cifras de los contagios y muertes, son atenuantes que alimentan el rechazo ciudadano a la gestión del Gobierno.
América Latina ya atravesaba por una crisis económica, pero ésta se agravó con la llegada del Covid-19. El virus no distingue entre ricos y pobres, pero sin políticas apropiadas su impacto económico sí será diferenciado. La caída en la actividad comercial puede traducirse en la desaparición de algunas empresas, en particular las más pequeñas, así como en condiciones de empleo más vulnerables, principalmente para la clase media, que representa un porcentaje superior al 40% de nuestra población (Agenda Pública, 2020).
Los sistemas educativos también se han visto afectados por la crisis del coronavirus. La pandemia ha exigido el cierre de los establecimientos educativos. Por ello, nuestros estados están experimentando nuevas modalidades de estudio. Ahí, es fundamental apoyar los procesos de enseñanza en las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).
En Ecuador, el Gobierno, a través del Ministerio de Telecomunicaciones, emitió un acuerdo para prohibir a las diferentes operadoras que entregan servicio de telefonía e Internet que vayan a realizar cortes por falta de pago mientras dure la emergencia sanitara. Esto, sin duda, constituye una ventaja para impulsar los procesos de teletrabajo e impedir que el sistema educativo se paralice.
Pero, lamentablemente, los niveles de conectividad de los ecuatorianos no son totales, es decir, aún tenemos ciudadanos que están siendo excluidos de estos procesos y que su tarea de aprendizaje se está limitando por factores económicos y geográficos, principalmente.
En conclusión, veníamos sufriendo una crisis económica, en donde los pobres eran los más afectados, y ésta se agravó con la emergencia sanitaria al punto que la globalización se convirtió en el principal conductor del virus que hoy cobra vidas y deja miseria e incertidumbre en los diversos pueblos del mundo.
*Autor: Eduardo Vicente Loaiza Lima
Estudiante de la Maestría en Comunicación, Mención Investigación y Cultura Digital
Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL)
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