La transformación productiva con equidad social y cuidado a la naturaleza requiere de personas que, sobre la base de una educación integrada y orientada a la práctica de valores, se conviertan en esos grandes agentes del cambio dirigido a adaptar a una nación a los desafíos que, con mayor velocidad, van apareciendo en un mundo cada vez más complejo en lo social, económico, cultural y político. De ahí, el desarrollo de la capacidad adaptativa de una nación -como bien lo resalta Juan Carlos Eichholz, en su libro “Capacidad adaptativa”- será la respuesta a la pregunta: ¿cómo crear organizaciones que puedan sobrevivir y desarrollarse bajo condiciones de incertidumbre interna y externa que nunca antes habían experimentado?; siendo esas organizaciones creadas y puestas a funcionar por personas y para personas.
Y es en ese escenario, en donde el sistema de educación formal de los países juega un rol clave a la hora de desarrollar capacidades aptitudinales y actitudinales en esas personas que, desde tempranas edades, son las que sinérgicamente incidirán en la construcción de naciones más justas, productivas, solidarias e inclusivas; y, así, desde sus diferentes trincheras laborales, aporten con ideas y acciones encaminadas a distribuir los beneficios del bienestar entre todos los integrantes de una sociedad sedienta de formas de vida en donde las brechas socioeconómicas tiendan, con el pasar del tiempo, a ser disminuidas y, en algún momento, eliminadas como una expresión de que el desarrollo de los países es planificado por personas, puesto en operación por personas y vivido, en el día a día, por personas. Es decir, el ser humano se vuelve el centro de las acciones que, desde diferentes frentes, son impulsadas para mejorar su bienestar en convivencia articulada con los demás seres vivos que habitan nuestro planeta Tierra.
Para llegar a ese escenario de bienestar general, como ya se señaló, es fundamental la incidencia que se pueda hacer, en un primer momento, desde la primera escuela llamada hogar y, luego, desde el sector educativo formal -escuela, colegio y universidad- y, así, ir cambiando los cuestionamientos actuales que tiene la educación debido a su lentitud por ser más receptiva y proactiva a las señales de cambio, adaptación y reinvención que van surgiendo desde diferentes ámbitos del quehacer nacional y global. Siendo uno de ellos el relacionado con la trasformación que se necesita dar a un tejido productivo que, entre otros aspectos, debe encontrar respuestas a las siguiente larga interrogante: ¿Qué más se puede hacer, desde la educación formal, a la hora de fortalecer la capacidad productiva nacional sustentada en la mejora de la calidad, eficiencia e innovación gracias a la disponibilidad de talento humano bien formado en términos aptitudinales y actitudinales y, así, poder enfrentar, con mayor facilidad, los desafíos nacionales e internacionales que giran alrededor de un sector productivo que, en las circunstancias actuales, debe competir con productos de otros países en donde la calidad de la educación sí es mejor?
Ahora claro, para que lograr esta transformación es fundamental el trabajo interrelacionado entre el Estado, la empresa privada y el sector educativo; en donde la corresponsabilidad activa y permanente será la que permita llegar a ese gran propósito del país. Por ejemplo, en el caso de la empresa privada, sobre la base de las experiencias de naciones más avanzadas -tal como, en una visita al Ecuador lo resaltó el profesor e investigador colombiano, César Augusto Bernal-, esta debe, primero, creer en el conocimiento generado desde el sector educativo -específicamente en los aportes de la investigación de las universidades y politécnicas- y, segundo, aportar a ese desarrollo científico de forma tangible y directa con recursos financieros. De acuerdo al mismo Bernal “en los países de industria avanzada alrededor del 65% de los recursos para hacer investigación son aportes del sector empresarial privado” que, luego, se benefician porque los avances científicos generados serán muy útiles para la mejora innovadora de sus productos y del funcionamiento de sus procesos, máquinas y equipos en interacción con el integrante central de toda organización: “el ser humano”.
Finalmente, en tiempos como los actuales condicionados a los efectos de la pandemia global (covid-19), en donde aspectos actitudinales como: resiliencia, disciplina, corresponsabilidad basada en la empatía; capacidad adaptativa a entornos turbulentos e inciertos; trabajo colaborativo, compartido y colectivo; y el pensamiento y acción creativo e innovador; se han ido valorando como fundamentales para que la sociedad -en nuestro caso la ecuatoriana- sea capaz de enfrentar a situaciones repletas de incertidumbre producto de crisis con características tridimensionales -sanitaria, económica y social-; será fundamental que la educación formal nacional haga un ejercicio de reorientación -en cuanto a su enfoque y alcance- dirigido, como bien resaltaron, en su momento, los expertos del Banco Mundial -al presentar, en las instalaciones de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, el Informe sobre el Desarrollo Mundial 2019: La naturaleza cambiante del trabajo– la necesidad de que la educación que reciben las personas debe tener un alto componente vinculado al desarrollo de las denominadas capacidades blandas que, muchas de ellas, tienen relación con las que se acabó de listar como aspectos actitudinales y, así, incidir en la construcción de sociedades con talento humano capaz de enfrentar los desafíos actuales y futuros que, a gran velocidad, va imponiendo un mundo cada vez más diverso y complejo.
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Muy pocas veces comparto lecturas con alto grado de conciencia y conocimiento. Felicitaciones @WilsonAraque excelente aporte para una sociedad que esta cambiando en sus capacidades aptitudinales y actitudinales.