Ya van cuarenta y cinco días desde que el Ecuador se paralizó por una pandemia mundial de características nunca antes vistas. Para muchos, supongo, estar en casa también ha servido para remover recuerdos que creíamos borrados. Y, como leer es leer la memoria de otros y montarse en sus recuerdos para activar los propios, la lectura puede potenciar nuestra conciencia para mejor observar nuestro presente y nuestro reciente pasado. Por ejemplo, ¿en qué estaba pensando yo en 1979? El más reciente libro de Nancy Huston, Labios de piedra (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2019), me ayuda a responder en parte esta pregunta.
¿Qué tienen en común Nancy Huston, nacida en Calgary, Canadá, en 1963, con Saloth Sar, más conocido como Pol Pot, nacido en Prek Sbauv, Camboya, en 1925? En principio, nada; solo que, en un viaje a Camboya, en 2008, Huston no cesa de asombrarse de que aquel pueblo pacífico y sonriente, budista en su mayor parte, haya padecido, con el pretexto de construir un mundo mejor, uno de los genocidios más atroces de la humanidad. Huston siente que ella no es ajena a esa historia y, para dilucidar ese sentimiento, escribe esta especie de novela, ensayo y relato para saber qué la conecta con Pol Pot.
“No parecía imposible, a pesar de las flagrantes diferencias, que nuestras trayectorias dieran luz la una a la otra”, dice ella. Huston combina una especie de biografía de Pol Pot, a quien llama el “hombre noche”, con una suerte de autobiografía, en la que se autocalifica de mad girl” una revolucionaria de salón que, al igual que el asesino, vivió exultante sus años juveniles en París soñando en la transformación del mundo y en el empoderamiento de las mujeres por la vía revolucionaria, en los mismos años en que Pol Pot mataba a más de un millón de personas que se atrevieron a disentir con su programa de gobierno.
De 1975 a 1979 Camboya se convirtió en Kampuchea Democrática, un nuevo país gobernado por los jemeres rojos al mando de Pol Pot, quien concibió una sociedad agraria igualitarista, en la que el dinero fue abolido y todos fueron obligados a vestir la misma ropa negra. Todos los libros fueron destruidos y millones de camboyanos trabajaron en granjas colectivas en condiciones inhumanas, padeciendo hambruna y obligados a comer cucarachas, sapos, saltamontes y escorpiones. Además, estaba prohibido quejarse y llorar a los muertos. Ante esto, la mayor parte de los intelectuales europeos –marxistas dogmáticos– se hizo de la vista gorda.
En una entrevista con Álex Vicente, Huston comenta de este libro: “Es una dura crítica a mi generación, que supongo que se sintió atacada por lo que cuento: que participamos en la tragedia al apoyar el régimen de Pol Pot, igual que sostuvimos a los comunistas en Vietnam. En Francia, los intelectuales siguieron la línea oficial con un conformismo total. Y ahí me incluyo: yo también la seguí como una borrega…”. Huston, una intelectual no alineada, muestra cómo el dogmatismo nos inyecta posturas incluso fuera de toda lógica, pero que, por la ceguera ideológica, eran consideradas entonces supuestas fortalezas.
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