En un par de años estaremos recordando los cien años de publicación del poema La tierra baldía (1922) del escritor anglo-norteamericano T. S. Eliot (1888-1965). Se trata de un poema raro, fragmentado y caótico, con ensamblajes de otros textos, como un collage cubista. Está sostenido en una veta onírica y por eso no relata ningún acontecimiento. Para muchos lectores, retrata el colapso de la civilización después de la Primera Guerra Mundial, y, también, según otros, propone el renacimiento de valores espirituales. Este poema trae ruinas, desechos y desconexiones que gritan por una regeneración interior.
¿No son las sociedades de la pandemia mundial una nueva tierra baldía? ¿No está nuestra tierra ya asolada, devastada, yerma, desolada y gastada no solo por la terrible realidad de hoy, sino porque, como humanidad, no hemos sido capaces de compartir un mundo común? En la traducción de José Luis Palomares, Eliot dice: “En esta basura pétrea, ¿qué raíces prenderán?/ ¿qué ramas crecerán? Hijo de hombre,/ no lo puedes decir ni adivinar, pues conoces solo/ un montón de imágenes rotas donde el sol golpea,/ y el árbol muerto no resguarda, el grillo no da alivio,/ ni en la piedra seca suena agua. Solo/ hay sombra bajo esta roca roja”.
Si todos nos modernizamos copiando el ideal desarrollista, no habrá espacio para todos en el planeta. Por eso debemos apreciar este poema que medita sobre el destino del ser humano; según Viorica Patea, Eliot “anticipa los planteamientos ecológicos actuales, advierte del peligro de una industrialización incontrolada, de la explotación irracional de los recursos naturales y del proceso de despersonalización del hombre-masa”. Y ya vamos cien años con esta advertencia y con cientos y miles de años con una sordera que nos descalifica como especie: “Aquel que vivía está ahora muerto/ nosotros que estábamos vivos estamos ahora muriendo/ con un poco de paciencia”.
“¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué voy a hacer?/ Saldré corriendo tal como estoy, y andaré/ por la calle, así, con el pelo suelto. ¿Qué vamos a hacer mañana?/ ¿Haremos algo alguna vez?”. Según Giorgio Agamben, La tierra baldía expresa que el nexo entre pasado y presente se había roto, lo que fue visto como una tragedia. Ahora, frente a otra tragedia de colosales repercusiones, tenemos la posibilidad de recomponer en algo nuestra estancia en el mundo: “No consigo hilar/ nada con nada./ Las uñas rotas de unas manos sucias./ Mi gente, pobre gente que no espera/ nada”. Más temprano que tarde la Tierra no dará para más“.
¿Nos despreciarán nuestros nietos y sus nietos por nuestra imposibilidad de construir una comunidad sin tantas desigualdades y pertenencias innecesarias? Las imágenes de la desolación están aquí: “Ciudad Irreal,/ bajo la parda niebla de la madrugada de invierno,/ la multitud fluía sobre el Puente de Londres, tantos,/ jamás pensé que la muerte hubiera deshecho a tantos./ Exhalaban suspiros breves, espaciados,/ y cada uno iba con la mirada fija delante de los pies”. Si no hacemos que algo trascendente surja entre nosotros, pronto no seremos más que “cuerpos desnudos y blancos sobre la tierra húmeda/ y un montón de huesos arrojados a un seco y angosto desván”.
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