Nacido en 1938 en un pueblo del Peloponeso, Theodor Kallifatides sintió a los setenta y cinco años que ya no le quedaba nada por escribir. En 1964 había dejado su Grecia natal y se mudó a Suecia, donde se convirtió en un muy reconocido autor de poemas, novelas, relatos de viajes y obras teatrales en lengua sueca. Sin embargo, los recuerdos ya no sostienen su escritura. Además, un colega le dice: “Después de los setenta y cinco nadie escribe”. Para rematar, en Suecia, país de la solidaridad y la justicia social, los maestros y los médicos ahora eran empresarios y los estudiantes y los enfermos eran clientes.
Y en su país natal, que sufría una dramática crisis económica y moral, los pobres habían dejado de ser personas para convertirse en problemas. En Grecia, Kallifatides ve y oye a unos colegiales que ponen en escena una obra de Esquilo y eso le facilita reencontrarse con su lengua materna. En griego moderno, en 2018 Kallifatides publicó Otra vida por vivir (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2019), un testimonio estremecedor sobre la vida del emigrante en el extranjero, sobre el crecimiento de la intolerancia religiosa y los fanatismos, sobre el decaimiento de las sociedades europeas.
Pero este libro también es el relato acerca del privilegio de ser mayor y contar con una perspectiva madurada, sabiendo incluso que nunca faltarán errores por cometer. La vejez nos trae interrogaciones del tipo ¿qué habría sido si…?, lo que nos lleva a contextos de añoranza. Pero Kallifatides convierte la vejez en un momento productivo: “Y sabes que quizá hayas vivido una vida equivocada. Pero nada puedes hacer. Solo esperar el momento en que la vida que vives cobre más presencia que la vida que no viviste”. Por eso la vejez está para “que alcancemos a arrepentirnos de lo que hicimos y no hicimos en la juventud”.
Kallifatides afirma que jamás olvidó el consejo de su padre: “No te olvides de quién eres”. Y por eso se ha ido convenciendo de que necesitamos hallar un sentido no tanto para vivir, sino para morir: “La vida termina y al mismo tiempo sigue. No en el cielo o en las islas de los Bienaventurados, sino en las consecuencias de nuestras acciones”. También escribe –traducido diáfanamente por Selma Ancira– sentencias aforísticas: “La muerte siempre está presente y siempre es incomprensible”. Una persona mayor que escribe debe mostrar la responsabilidad por el mundo del que ella es partícipe.
“Una de las cosas buenas que trae consigo la vejez es que uno piensa más en el futuro de los otros que en el propio”, plantea Kallifatides. “Mi abuela no era periodista, ni filósofa, pero solía decir que ‘las palabras no tienen huesos, pero los rompen’. Sabía lo que casi todo el mundo sabe: que una palabra puede hacer más daño que el cuchillo más filoso. Decir algo es hacer algo”. La vejez es el tiempo más apropiado para dar y agradecer por lo recibido. En una reunión familiar algo le llama poderosamente la atención a Kallifatides: al detectar una cana en su hija, con asombro y candidez, se pregunta cómo es que pasó tanto el tiempo.
Texto original publicado en Diario El Universo
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