Nacido en 1980, Albert Lladó es un novelista, ensayista y dramaturgo catalán que, también, es editor de revistas culturales y profesor de escritura creativa. Para él, “el periodismo es una cuestión de mirada. Pero una mirada cualquiera no es suficiente. Necesitamos una mirada lúcida”, afirma en La mirada lúcida: el periodismo más allá de la opinión y la información (Barcelona, Anagrama, 2019). Esta reflexión, que aboga por un periodismo transformador, surge de un artículo de 1939 de Albert Camus en un periódico argelino, en el que anotaba los cuatro puntos cardinales de un periodismo libre: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación.
Lladó considera que el periodismo es una forma de resistencia porque, aunque ya los tanques no nos amenazan en las calles (¿o a veces sí?), experimentamos “un combate abierto en la sociedad, que ha pasado de la promesa del conocimiento al ruido ensordecedor de la información”. Y para discernir lo importante de lo trivial se requiere de una dosis de lucidez que haga que los lectores, al leer, construyan sus ideas propias. La escritura periodística es una invitación a pensar y, para ello, revela los hechos que pretenden ser silenciados por los poderosos. La lucidez es “una forma subversiva de aprehender”.
A pesar de que compartimos un mundo de abundante información, y de que es posible mantenerse medianamente educado, no cabe duda de que mucha banalidad y sinsentido circulan en las sociedades de hoy. Y ante eso, como personas, debemos resistir: “Una desobediencia frente a la creciente marea de estupidez, que siempre quiere llevarnos por delante con sus olas de sumisión y autocensura”. Por eso, el periodismo debe sorprender a sus lectores con un lenguaje que no sea burocrático, que desobedezca a quienes quieren colonizar el lenguaje para intereses grupales. El periodismo es una forma de rebelión.
Lladó se pregunta por qué en las facultades de Periodismo no se estudia el humor como un eje troncal porque, siguiendo la lección de Camus, la ironía siempre funciona como un arma eficaz contra los dogmáticos, conocidos por creerse el centro del universo y, en esa creencia, tomarse demasiado en serio. La ironía, al cuestionar el significado literal de las palabras, gana en perspectiva, que es lo que hay que ofrecer a los lectores: posibilitar “mirar la vida como un cúmulo de perplejidades” y no como sucesos predecibles. La ironía también construye una distancia con respecto de los sectarismos de diverso pelaje, tan dañinos en todas las épocas.
Para explicar el lugar de la obstinación en el periodismo, Lladó recurre a la imagen del caminar. Para avanzar, hay que andar, incesantemente, con firmeza, porque si no se lo hace, se produce un estancamiento. La obstinación del periodismo es “pensar, con los pies en el suelo, el presente que tenemos que narrar”, aunque en ese ejercicio no solo se pueda fallar, sino también fracasar. Lladó cita a Camus para preguntarse cómo se hace para transformar la información en una experiencia que produzca efectos en los individuos y, a lo mejor, en la sociedad. Tal vez esto se logre “con una escritura, ahora sí, obstinadamente lúcida, irónicamente desobediente”.
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