Independientemente de la adjetivación que se dé a la economía -alternativa, tradicional, conservadora, liberal, azul, verde, ploma, pateada, circular, triangular, etc.- , esta, por sobre todas las cosas, regresando a los filósofos griegos -como lo planteó, en su momento, Aristóteles-, debe estar orientada hacia la búsqueda de la prudencia y la rectitud, es decir, en tiempo y lenguaje actual, está debe ser gestionada perfilando su accionar hacia una administración de los recursos disponibles -públicos y privados- de forma eficiente y ética; en donde, el pragmatismo -adaptación a la realidad de cada país o espacio organizacional-, más altas dosis de innovación pro inclusión de todos los seres humanos que habitan un determinado territorio, deben ser los grandes principios base -en el caso del Estado- de una política pública económica integrada que actúe beneficiando a todos y no solamente a aquellos grupos representativos del poder político y/o económico que, por diferentes medios, se tienden a insertar -persiguiendo, en muchos de los casos, propósitos oscuros- en los distintos gobiernos de turno.
En la actualidad, pensando en el Ecuador y en una buena parte de la región latinoamericana que “pide a gritos” una gestión macroeconómica que, al unísono, sea eficiente, ética e inclusiva, es importante recordar una frase que, muy bien explica Diana Alarcón -académica mexicana, docente invitada del doctorado en Administración de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador (UASB-E) y funcionaria, en su momento, de Naciones Unidas- en su artículo intitulado Espacios de articulación entre la política económica y la política social: “la mejor política social es una buena política económica”; la cual, como frase fuerza, hace ver con claridad la necesidad de que lo social y lo económico no deben ser vistos como antagónicos, sino más bien como complementarios -enfoque sustentado en el pensamiento y acción sistémica (PAS)-, es decir, ni el uno ni el otro son, comparativamente, más o menos importantes a la hora de lograr países más justos, productivos e inclusivos.
Y, claro, para ello, como el mismo Aristóteles señalaba -cuando definía a la ética-, la búsqueda por hacer el bien a los demás debe ser ese gran faro que, permanentemente ilumine las decisiones que son tomadas por los gobiernos de turno. Siendo uno de sus grandes desafíos la definición de modelos de gestión que, privilegien, el buen uso -eficiente y ético- de los recursos públicos; desterrando, así, las posibilidades de que ingresen con facilidad los virus de la corrupción, el despilfarro y la ineficiencia que, al final, pasan grandes facturas socioeconómicas que, lamentablemente, luego todos los habitantes de un país las tenemos que pagar y con sendos intereses.
En el caso ecuatoriano, pensando en los ajustes macroeconómicos que se requieren para dar sostenibilidad en el tiempo a las finanzas públicas, es clave que, el presupuesto del Estado, sea usado como una herramienta pro desarrollo socioeconómico, en donde cada dólar que se gaste debe estar dirigido a responder la pregunta: ¿cómo facilitar el acceso a las oportunidades que se vayan creando, para todos los ecuatorianos? De ahí, en materia de distribución de los ingresos, más que en subsidios se debe pensar en cómo las personas pueden acceder a buenos servicios de educación, salud y seguridad; en el caso de que, por un determinado tiempo se piense en los subsidios como medio de ayuda y estimulador de la movilidad social hacia arriba, estos, como los denomina Jonathan Morduch, deber ser inteligentes y, para ello, deben caracterizarse por no ser eternos, no se ser generalizados sino focalizados, contar con su respectiva fuente de financiamiento, y, además, respaldados con los debidos argumentos técnicos que justifiquen el objetivo, muy bien definido, de su existencia.
Igual, pensando en el presupuesto como herramienta pro consolidación del desarrollo socioeconómico local, sectorial y nacional, es importante trabajar -para ir transversalizando la teoría y práctica que está detrás de la inclusión como concepto multidimensional- por ejemplo, en la preocupación y acción por un sector rural que, también, se beneficie del progreso nacional y, así, lograr una convivencia territorial más inclusiva. Lamentablemente, sobre este espacio de acción nacional territorial, se ha hablado mucho, pero poco se ha avanzado; de ahí, los servicios de salud, educación, seguridad, y todos los promotores financieros y no financieros de la producción rural -por décadas- a pesar de haber tenido el Ecuador momentos de bonaza económica, han permanecido sin mayores síntomas de mejora, lo cual ha ocasionado más emigración del campo a la ciudad y, sobre todo, una gran insatisfacción por un bienestar que, históricamente, ha enfatizado sus impactos más hacia el territorio urbano que al rural.
En lo intergeneracional -convivencia inclusiva entre personas de diferentes edades y generaciones- también se debe trabajar, por ejemplo, tomando como referencia casos de países vecinos como Chile en donde titulares como este: “Ahogados por los créditos, el precio que pagan los chilenos por estudiar su carrera universitaria” hay que evitar que se presenten, ya que los más jóvenes son el futuro de la nación y, por lo tanto, necesitan que se les dé oportunidades para que se puedan preparar con niveles altos de calidad educativa y, así, enfrentar en el futuro sus desafíos laborales, personales y familiares. En las personas de la tercera edad, también, se debe pensar y actuar, para ello, es clave definir modelos de gestión de una seguridad social que además de ser solidaria se preocupe por garantizar que, desde su sostenibilidad financiera de largo plazo, sea capaz de promover y mantener estilos de jubilación que permitan una vida digna para aquellas personas que, en su momento, dieron todo de ellas para lograr las comodidades que tienen las generaciones actuales para su ejercicio de vida.
Finalmente, yendo al llamado de una economía pragmática que deje de lado los intereses políticos focalizados en las elecciones presidenciales que iniciarán campaña este cercano 2020, es importante que, además de los aportes y debates filosóficos que están detrás de buena parte de la teoría económica, se promuevan pactos sinérgicos multisectoriales de acción económica que, considerando los signos vitales de la economía nacional, contribuyan a dar solución -atacando las causas y no los síntomas- a los problemas fiscales, productivos y de generación de empleo que, actualmente, afectan al país y que, si no son tratados a tiempo, será muy difícil que, en un lapso corto, se vaya encausando nuestra querida Patria ecuatoriana hacia la tan ansiada transformación productiva con equidad social que todos aspiramos alcanzar.
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