Era Berlín Este del año 1984. El capitán Gerd Wiesler, quien firmaba sus informes como HGW XX/7, convencido comunista y capitán de la Stasi, la policía política de la República Democrática Alemana, fue elegido para la vigilancia del conocido dramaturgo Georg Dreyman, escritor fiel al régimen, solo porque el ministro de Cultura estaba interesado en cortejar a su pareja.
Wiesler, un soltero con una vida privada insignificante y un piso dormitorio decorado de modo espartano, pronto se vio seducido por el mundo que espiaba; la lectura de un libro de Bertolt Brech; la relación entre el ministro de Cultura y la pareja del escritor; el suicidio del amigo del escritor al verse sin esperanzas de volver a trabajar en su profesión, y la interpretación en el piano de la Sonata del hombre bueno.
En una máquina de escribir llevada de contrabando a Berlín Este por un periodista de Der Spigel, porque la Stasi tenía registradas todas las máquinas de escribir, Dreymann decidió escribir con tinta roja un artículo sobre la extraordinariamente alta tasa de suicidio en esa parte de Europa del Este, mantenida en secreto por el gobierno comunista. El artículo fue finalmente publicado en Der Spiegel con un seudónimo.
Y toda la cacería montada para encontrar al autor solo pudo ser anulada por la acción de un Wiesler conmovido por ese mundo real de traiciones y desengaños, de anulación espiritual y física, que pasa de espía a protector de Dreyman con la redacción de datos intrascendentes en los informes elevados a sus superiores.
La vida de los otros es una película que transcurre en el Berlín Este, durante los últimos años de existencia de la República Democrática Alemana. Tras su estreno en 2006 fue galardonada con siete premios Deutscher Filmpreis (Premios del cine alemán) y más de cincuenta premios internacionales, entre ellos el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 2007, el año en el que Rafael Correa llegó al poder en Ecuador.
Con los años esa película fue convertida en cine de culto en Ecuador, entre quienes se sentían espiados, perseguidos y exiliados de los círculos académicos, intelectuales, artísticos del país, porque el correísmo intentó absorber todo y a todos, gracias a una bonanza económica.
Un reportaje de The New York Times, que rastreó el montaje del Ecu 911, parece ahora demostrar lo que siempre fue un secreto a voces: esa obsesión por espiar la vida de los otros en los regímenes totalitarios fue bien vista por el anterior Gobierno ecuatoriano con la utilización de un sistema que se supone es para protección de las personas, el Ecu 911, calificado como un legado de la vigilancia estatal y tecnología represiva de China.
Una obsesión que ya fue evidente cuando Alberto Acosta, entonces presidente de la Asamblea Constituyente, descubrió cámaras y micrófonos en su oficina. Entonces, ¿qué de raro puede haber en que antes de irse el expresidente haya dejado montado un sistema espejo como el se que había montado entra la Senaín, la policía política del correísmo, y las imágenes de las cámaras de videovigilancia del Ecu 911?
La obsesión por el poder, al parecer, lo justificaba todo. ¿Por qué el anterior Gobierno corrió a China para montar un sistema de prevención de riesgos si Chile tiene un sistema de alerta de riesgos perfeccionado? Espiar no solo ha sido una obsesión de regímenes totalitarios, sino también de aspirantes a serlo indefinidamente.
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