El régimen de Nicaragua, presidido por Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, no es revolucionario ni sandinista sino el usufructuario de toda la heroicidad de un proceso que acabó con la dictadura somocista para luego caer en la más grande corrupción y totalitarismo.
Hay que decir las cosas como son: lo que se vive actualmente en Nicaragua nada tiene de sandinista. Esa ideología liberadora, inspirada por el líder guerrillero Augusto César Sandino (1893-1934), que prevaleció en la primera resistencia al somocismo se convirtió en un proceso revolucionario que culminó en 1979 generando expectativas de cambios políticos, sociales y económicos. En cambio lo de ahora es un sandinismo tardío que se pervirtió, representado en el matrimonio Ortega-Murillo.
Es intolerable que esta pareja haya ordenado una brutal represión, que al cabo de un mes de iniciadas las manifestaciones que detonaron en forma de reclamo contra un paquete de reformas a la seguridad social, dejan al menos 76 muertos, 868 heridos y al menos 85 desaparecidos, según contabilizan la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)
Forzado por la circunstancias, Ortega tuvo que retirar las medidas pero fue una decisión tardía, porque la represión no había hecho más que encender la mecha en todas las regiones del país, cuyo pueblo, hastiado de la tiranía, se ha volcado masivamente a las calles para exigir su renuncia.
No es admisible que para mantenerse en el poder se asesine al pueblo nicaragüense. Por eso, en la inédita jornada de conversaciones convocada por el régimen para encontrar una salida a la crisis, los jóvenes estudiantes han dicho alto y claro que ellos no quieren un diálogo para apuntalar a un alicaído Ortega sino para convenir su salida, a fin de que esta sea menos cruenta de lo que podría llegar a ser por la insurrección popular.
La rebeldía evidenciada por este pueblo es formidable y asombrosamente aflora en los mismos lugares históricos donde hace cuatro décadas se cumplieron verdaderas hazañas revolucionarias, como el departamento de Matagalpa.
Históricamente los ecuatorianos sentimos gran afecto por Nicaragua, país donde se encontraba el general Eloy Alfaro el 5 de junio de 1895 cuando estalló la Revolución Liberal. El 18 de ese mismo mes, el ‘Viejo Luchador’ llegó a Guayaquil a bordo de un vapor para ponerse al frente del levantamiento que se consolidó y salió victorioso.
En el caso de la revolución sandinista, a los pocos años de instaurada empezó a notarse que algo andaba mal. El ferviente sandinista, escritor, periodista, político y abogado Sergio Ramírez, se retiró del directorio que gobernó en un inicio tras el triunfo de la revolución, luego sobrevinieron las tensiones con Violeta Chamorro, viuda del héroe y mártir revolucionario Pedro Joaquín Chamorro que tanto combatió al somocismo desde el periódico La Prensa.
Poco a poco los líderes históricos del Frente Sandinista hicieron ostensible que las cosas no marchaban correctamente hasta que finalmente se afianzó una pareja con ambición desaforada de mando. En tiempos de Somoza, un niño no muy aventajado al mirar el mapa de Nicaragua exclamó: “¡es la hacienda de mi abuelito!”. La tragedia es que el país devino en hacienda de los Ortega.
La corrupción es otro factor crítico y se juega con el sentimiento de patriotismo de la gente al fomentar las tensiones sobre el contencioso que mantienen Nicaragua y Colombia, lo demás es puro discurso y cada vez la tiranía se toma más poderes para hacer lo que le da la gana, incluso la reelección indefinida forzando la Constitución. Algo que, por suerte, no lograron en el Ecuador sus impulsadores.
Pero la rebeldía evidenciada por este pueblo es formidable y asombrosamente aflora en los mismos lugares históricos donde hace cuatro décadas se cumplieron verdaderas hazañas revolucionarias, como el departamento de Matagalpa (ubicado a 65 km. de la capital, Managua). Allí es donde actualmente se producen las mayores protestas contra el régimen podrido.
El cambio que se vislumbra en la tierra del gran poeta Rubén Darío podría causar un efecto dominó en Venezuela cuyo pueblo ha sido pionero en esta tradición de lucha por la libertad pero todavía no logra un efecto práctico.
En estas jornadas, las mayores muestras de coraje han brotado de los estudiantes. A mi entender, cuando los jóvenes se ubican en una posición de lucha contra la opresión hay que seguirlos; considero que es difícil equivocarse por esa línea. Gracias a esa conjunción, estos mismos días se llevan adelante unos diálogos que ojalá den lugar a la salida de Ortega sin mayores tensiones (al momento están rotos a raíz de una nueva ola de represión), aunque posteriormente debería ser juzgado por todos los crímenes.
El cambio que se vislumbra en la tierra del gran poeta Rubén Darío podría causar un efecto dominó en Venezuela cuyo pueblo ha sido pionero en esta tradición de lucha por la libertad pero todavía no logra un efecto práctico.
Eso pasa porque en Venezuela está entronizada una dictadura civil-militar, en cambio en Nicaragua los Ortega no han consolidado el respaldo total de las Fuerzas Armadas, que sin embargo han disparado contra su propio pueblo.
La comunidad internacional ha expresado una enérgica condena por los muertos a manos de la represión ordenada por Ortega. El presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, en cambio, mantiene una posición ambigua, igual frente a la dictadura venezolana. Mientras su canciller, María Fernanda Espinosa, ha ensalzado esos regímenes.
Una actitud ambigua en la conducción de la política exterior afecta a la seriedad que debe mostrar el país, especialmente ante la posibilidad de restablecer la economía. La canciller ha postulado su candidatura para presidir la próxima asamblea general de Naciones Unidas. De resultar elegida lo siento por el organismo, pero sería la oportunidad para que el Ecuador al fin tenga un canciller que responda a lo que estamos cuestionando.
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