Que el Ecuador haya decidido tomarse un tiempo prudencial para fijar una posición sobre los recientes comicios celebrados en Venezuela, donde el Consejo Nacional Electoral proclamó el triunfo del presidente Nicolás Maduro para un segundo mandato, es un hito importante del gobierno de Lenín Moreno en política internacional.
De haberse efectuado las elecciones hace menos de un año, Quito habría emitido un comunicado oficial de felicitación. Pero esta ocasión el gobierno ha puesto una sorpresiva distancia, que llama la atención por lo inusual más aún cuando el expresidente Rafael Correa estuvo en Caracas como observador electoral.
Recién al tercer día de las votaciones, el gobierno ha difundido un comunicado en el que reconoce la actitud pacífica del pueblo venezolano, pero se preocupa por la difícil situación en la que se halla ese país y por las condiciones de la participación de la oposición en la jornada electoral; finalmente hace un llamado al diálogo como la vía de una salida democrática y la reconciliación de ese país.
Mirado con un poco de atención, el pronunciamiento no contiene una congratulación explícita para Maduro, en tanto sí hay un reconocimiento al pueblo y una referencia a las condiciones en que llegó la oposición a las elecciones.
¿El gobierno midió los efectos del ambiente tenso que se vive en Venezuela? Desde la perspectiva del presidente Lenín Moreno, podría pensarse que el comunicado responde a razones obvias del entorno internacional, para empezar el Grupo de Lima (14 países) no reconoce la validez de las elecciones. Mientras, desde la óptica de la canciller, María Fernanda Espinosa, esta sería una forma de “dorar la píldora” o mejorar la imagen de su candidatura a la Presidencia del próximo periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU (Organización de Naciones Unidas). En el contexto, da la impresión que es el ángulo predominante; no la política internacional ni la del gobierno de Lenín Moreno.
Lo ocurrido el domingo 20 de mayo en Venezuela impide analizar por separado los contextos externo e interno. Esto, debido al altísimo índice de abstención que no fue contemplado en ninguna previsión. Un abstencionismo, cuya paternidad no puede atribuirse ninguna organización política, menos de la MUD.
El extraño tiempo que se ha tomado el gobierno ecuatoriano para pronunciarse sobre los comicios venezolanos, las dos semanas de licencia pedidas por la canciller para dedicarse a su campaña de Naciones Unidas (con viaje a Rusia de por medio) pueden significar que -dadas las circunstancias- el gobierno se ha visto obligado a poner algunos metros de distancia con el caso de Venezuela; lo mismo con la convulsa Nicaragua.
La abstención (proyectada en 60% por el Consejo Electoral y calculada en un 80% por observadores independientes) ha sido una decisión del pueblo llano, de las familias, de los trabajadores que tuvieron el coraje de no concurrir a votar, aun cuando el gobierno puso como señuelo un incremento de los llamados puntos rojos como una forma de actualizar el ‘carné de la patria’ o, lo que es lo mismo, la garantía para conseguir algún producto de primera necesidad.
Es importante comprender que estas elecciones no eran asunto de sufragar en favor o en contra de uno u otro candidato, sea Nicolás Maduro o sus dos contendores. Aquí estaba en juego un tema global, es decir todo el proceso electoral. Pero el pueblo mayoritariamente decidió no acudir a votar. Ese es el peso de la abstención, una posición que no fue motivada ni articulada por ningún sector político.
Lo acontecido es muy significativo. No hay que perder de vista que la abstención de la mayoría del pueblo, sumada el cerco internacional, podría desembocar en un escenario de dificultad e inestabilidad política para el régimen de Nicolás Maduro.
Hace pocos días, un editorial del periódico The Washington Post insinuaba un escenario post elecciones con una salida a la crisis venezolana. Para eso hay que atinar con una vía de escape a los detentadores del poder, lo que a su vez implicaría el tener que recurrir a un factor institucional al margen del orden democrático que podría ser la Asamblea Constituyente (integrada por el madurismo) a modo de mediador o formulador de un gobierno de transición. Esa sería una salida plausible, porque difícilmente podrían hacerlo las Fuerzas Armadas que son las que realmente poseen el poder.
Un escenario como el planteado tendría que producirse en los próximos meses, caso contrario Venezuela se mantendrá en las mismas condiciones actuales: el éxodo, el desabastecimiento, la carestía, la inseguridad y una inflación colosal. Resulta incomprensible cómo se puede gobernar en una situación así, peor con la presión cada vez más intensa de Colombia y Brasil, naciones vecinas que cargan con el peso mayoritario de la emigración venezolana. Un problema humanitario grave, que igualmente obliga a buscar una salida.
Así las cosas, el extraño tiempo que se ha tomado el gobierno ecuatoriano para pronunciarse sobre los comicios venezolanos, las dos semanas de licencia pedidas por la canciller para dedicarse a su campaña de Naciones Unidas (con viaje a Rusia de por medio) pueden significar que -dadas las circunstancias- el gobierno se ha visto obligado a poner algunos metros de distancia con el caso de Venezuela; lo mismo con la convulsa Nicaragua gobernada por Daniel Ortega, cuya represión ya deja cerca de 80 muertos, situación sobre la cual nuestro gobierno todavía se toma su tiempo para pronunciarse.
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