Hace unas semanas, el presidente estadounidense Donald Trump anunció la retirada de Estados Unidos del acuerdo multilateral con Irán. La movida no debería sorprender ya que representa el cumplimiento de una de sus mayores promesas de campaña.
Trump siempre fue uno de los críticos más acervos del acuerdo al catalogarlo como un “asqueroso ejemplo de pésima negociación” por parte del ex presidente Barack Obama. Además, Trump alegaba que el acuerdo estaba lleno de agujeros y que estuvo mal negociado puesto que, a su parecer, Estados Unidos nunca obtuvo nada a cambio.
Por su parte, Barack Obama llegó al acuerdo con Irán de la mano de sus aliados europeos Gran Bretaña, Francia y Alemania además de China y Rusia, argumentando que la existencia del mismo reduce la posibilidad de una guerra en el Medio Oriente. En su momento, al acuerdo no le faltaron críticos puesto que, aparte de levantar las sanciones a Irán, hubo tres puntos que se dejaron fuera del acuerdo de manera intencional.
El primer punto responde al programa de desarrollo de misiles balísticos del gobierno iraní. Se alega que justamente las cabezas de dichos misiles podrían, a futuro, portar material nuclear lo que los hace una amenaza para el sistema internacional. Por otro lado están las actividades político-financieras de Irán y los grupos y conflictos que el país ha decidido apoyar en la región. Estos dos puntos son, en gran parte, la razón por la que Israel siente que Irán representa una amenaza constante y por la que Netanyahu aplaudió desde un inicio las declaraciones y acciones de Trump en torno al acuerdo. El tercer punto, y probablemente el más problemático, es que el acuerdo fue creado con un ‘sunset clause’ o fecha de expiración. Es decir, Irán frenaría su programa nuclear hasta alrededor del año 2025 pero con opción a renegociación.
Los arquitectos del acuerdo, Obama, Kerry y el equipo de negociadores, sostuvieron que es mejor tener un acuerdo, aunque tenga fecha de expiración, que no tener ninguno ya que el momento crítico de Irán convirtiéndose en potencia nuclear era inminente y el acuerdo actuó como un impedimento directo a esto de manera efectiva, frenando el trabajo del programa nuclear iraní. El acuerdo le “ganaba tiempo” al sistema internacional para aprender a lidiar con un Irán con capacidad nuclear o, en el mejor de los escenarios, le “ganaba tiempo” a Irán para acercarse a un proceso de evolución política y quizás democrática internamente de la mano de su presidente Hassan Rouhani, quien ha demostrado una posición un tanto más abierta que sus predecesores.
La salida se produce sin ningún tipo de plan B, es decir, se critican los términos del acuerdo pero no se ofrece una alternativa para suplantarlo. Además esto implica la reimposición de las sanciones por parte de Estados Unidos, por lo que el incentivo a Irán de mantener el freno en su programa de enriquecimiento de uranio y plutonio es ahora inexistente.
Por su parte, a Irán le convenía enormemente el llegar a un acuerdo puesto que las sanciones económicas impuestas al país habían dilapidado su economía y, con ello, la estabilidad política de sus gobernantes. Sin embargo, una vez firmado el acuerdo, Irán no amainó sus posiciones políticas en la región, que era lo que se esperaba, sino continuó financiando y apoyando a grupos y milicias rebeldes en Irak y al presidente sirio Bashar al Asad, apostando por mantener su calidad de semi paria internacional. A pesar de ello, Irán no violó los términos del acuerdo alcanzado y no hay pruebas de que haya reactivado su programa nuclear.
Al abandonar unilateralmente el acuerdo, Estados Unidos pone en peligro no solo el acuerdo multilateral alcanzado sino además su legitimidad como actor internacional y su reputación, ya que pierde la ventaja “moral” que tienen los países que cumplen con su palabra en el sistema internacional.
Adicionalmente, la salida del acuerdo se produce sin ningún tipo de plan B, es decir, se critican los términos del acuerdo pero no se ofrece una alternativa para suplantarlo. No solo eso, sino que, además, el abandono del acuerdo implica la reimposición de las sanciones por parte de Estados Unidos por lo que el incentivo a Irán de mantener el freno en su programa de enriquecimiento de uranio y plutonio es ahora inexistente. A esto se suma que si bien el resto de países se mantienen plegados al acuerdo, Estados Unidos ha anunciado que ellos no solo que retomarán las sanciones sino que -además- impondrán sanciones secundarias por lo que cualquier empresa que mantenga negocios con Irán, independientemente de su procedencia, también será sancionada. Esto significa que la salida unilateral del acuerdo por parte de Estados Unidos entierra, de una manera u otra, el acuerdo para todas las partes.
El supuesto éxito que había alcanzado Trump con las negociaciones norcoreanas es en parte lo que envalentona al presidente estadounidense en cuanto a Irán, pues pensaba que la misma estrategia de imponer presión máxima le iba a funcionar con Rouhani tal como le funcionó con Kim Jong Un. Sin embargo, viendo que la cumbre que se iba a celebrar entre ambos países ha sido cancelada el pasado 23 de mayo, puede que Trump esté repensando su posición y su estrategia.
Sin duda, no es la mejor movida ya que es difícil vislumbrar una salida diplomática a ambos traspiés. Un país que ha demostrado que su palabra no vale y que además ha relacionado las negociaciones con lo sucedido en Libia, tiene pocas opciones y las posibilidades de acción son poco prometedoras para Irán, Corea del Norte, y para el sistema internacional en general.
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