El fundador y máximo responsable de Facebook, Mark Zuckerberg, acudió por primera vez ante el Congreso de Estados Unidos para dar explicaciones por el escándalo de Cambridge Analytica y la fuga masiva de datos de usuarios de la red social. Era la primera vez que lo hacía, vestido de traje y corbata en una ciudad nada cómoda para un multimillonario acostumbrado a ir de camiseta a todas partes.
“Después de 10 diez años diciendo que podían haberlo hecho mejor, ¿qué hay de diferente en la disculpa de hoy? ¿Por qué deberíamos confiar en que Facebook hará los cambios necesarios para asegurar la privacidad de la gente?”, preguntó el republicano John Thune. Era la pregunta que todo el mundo se hizo.
Cambridge Analytica tuvo acceso a los datos de 87 millones de usuarios de Facebook, entregado al equipo electoral de Donald Trump para que pudiera conocer mejor y segmentar a los votantes en su carrera a la Casa Blanca. Los mismos datos fueron explotados por las plataformas partidarias del Brexit en el Reino Unido.
Facebook habló primero de 50 millones de cuentas afectadas, pero la semana pasada elevó la cifra y advirtió que la mayoría de perfiles de sus 2.200 millones de miembros de su comunidad era vulnerable a ese tipo de ataques.
“No hicimos lo suficiente para evitar que estas herramientas se utilizasen también para hacer daño. Eso incluye las noticias falsas, la interferencia extranjera en las elecciones y los discursos del odio, así como los datos privados y los desarrolladores -admitió Zuckerberg-. No tuvimos una visión lo suficientemente amplia de nuestras responsabilidades y eso fue un gran error. Fue mi error y lo siento. Yo empecé Facebook, yo lo dirijo y yo soy responsable por lo que ocurre aquí”.
En Estados Unidos, las elecciones presidenciales de noviembre de 2016 pusieron sobre la mesa el uso perverso de las redes sociales para difundir informaciones falsas, fomentar la división e intentar favorecer la victoria electoral de Trump. No solo fue puesto en la mira Facebook, sino Twitter y Google también.
En octubre de 2017 un directivo Facebook admitió en el Senado estadounidense que una compañía vinculada al Kremlin llamada Internet Research Agency había realizado 80.000 publicaciones en su plataforma en poco más de un año y medio, entre enero de 2015 y agosto de 2017, un promedio de 4.444 por mes. Unos 29 millones de usuarios tuvieron acceso a estos contenidos, que alcanzaron a una audiencia de 126 millones de usuarios. Algo inimaginable para ningún medio de comunicación tradicional.
Los servicios de inteligencia norteamericanos paralelamente publicaron un informe en el que daban por seguro que Moscú había tratado de interferir en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y que una pata de esa estrategia era la propaganda masiva en las redes sociales.
Nadie espera que Facebook pueda entrar a convertirse en el árbitro de la verdad en la red, pero si se espera que los millones y millones de dólares que le ingresan a diario por publicidad segmentada, por el sueño de querer convertir a Facebook en la Internet, sean invertidos en filtros que eviten la manipulación de audiencias.
Facebook halló un gran nicho ocupando el espacio de los medios de comunicación tradicionales, les dejó sin recursos, sin anunciantes, sin dinero para invertir en periodismo de calidad. Facebook se convirtió en el gran medio y lo mínimo que se puede esperar es que actúe como lo haría un medio tradicional, con múltiples filtros para evitar que quien entre en esa plataforma sea víctima de la manipulación de los gobiernos y las grandes corporaciones.
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