Aunque la gran mayoría de noticias sobre Nicaragua al momento son negativas, la visión que se pueda tener sobre lo que está pasando en ese país depende en parte de lo que leemos o vemos. Los adeptos de Russia Today, RT, conocerán que el gobierno disminuyó las pensiones y aumentó las aportaciones de Seguridad Social para proteger los derechos de la población más vulnerable. Pero olvidarán que en este grupo no se encuentran precisamente el presidente Daniel Ortega, su esposa vicepresidenta, y al menos tres de sus hijos asesores del gobierno.
Estos nombramientos y postulaciones ad hoc le han permitido a Ortega evitar cualquier posible prohibición por parte de la Ley de Probidad de Funcionarios Públicos de Nicaragua y concentrar el poder en su familia, al estilo de su antiguo némesis Anastasio Somoza.
Este nepotismo provocó que el PNUD abandonara sus proyectos en Nicaragua, estimados en 20 millones de dólares anuales, una ínfima cantidad de dinero, pero al fin y al cabo una inyección de recursos en un país de ingresos limitados. Otro agravio -citado por el PNUD- fue que desde 2011 tuvo que dejar de publicar el Informe Nacional de Desarrollo Humano ante la falta de estadísticas e incluso un censo poblacional.
Entonces, ¿el gobierno nicaragüense está tratando de atender las necesidades de la población o de salvar lo que queda de las ollas? Según un informe con fecha 2011 del Program for Appropriate Technology in Health (PATH), basado en datos del mismo estado y en investigación de fuentes primarias, una parte considerable de servicios de salud en Nicaragua no tiene acceso estable a fuentes de electricidad y agua potable, y no cuenta con adecuados sistemas de eliminación de desechos.
El sistema de información de salud está fragmentado, lo cual aletarga la entrega de diagnósticos y debilita el control de la calidad (monitoreo y supervisión). Aunque la red de voluntarios comunitarios no deja de ser admirable, y es citada como fuente de éxito de intervenciones específicas en ciertos estudios, la verdad es que la dependencia en la solidaridad civil tiene sus límites en materia epidemiológica.
El mismo régimen admite, con sus acciones, lo que se sabe: Nicaragua es uno de los países más pobres de América Latina y la revolución no subsanó –ni de lejos– sino que tal vez incluso agravó las condiciones creadas por el somocismo. Simplemente, se remplazó una clase privilegiada por otra.
La alta rotación y reorganización del personal de salud es agravada por la falta de personal capacitado y la distribución de talento humano basado en el tamaño de la población, en lugar de indicadores de morbilidad y mortalidad. Por añadidura, la mayoría de recursos están concentrados en la Región del Pacífico, donde se encuentra la capital, separada de la Región del Caribe por apenas 480 kilómetros que paradójicamente pueden exigir días para atravesar.
El panorama se ensombrece aún más si sabemos que en el año de publicación de este estudio, ninguno de los 814 puestos de salud de Nicaragua tenía laboratorio.
Robert Lovato resaltó recientemente en The Nation, una publicación estadounidense de izquierda, el bajo índice de homicidio violento en Nicaragua, especialmente en comparación con los países vecinos. Quienes solo leyeron el titular y los primeros párrafos lo citarán como muestra de los logros de la revolución, algo que el mismo Lovato hace. Pero, enterrados en la mitad de su reportaje, se pueden encontrar los índices de violencia doméstica y violación, que han subido de manera acelerada. De hecho, según el estudio del Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas (IEEPP) de 2017 que cita Lovato, casi la mitad de la población percibe que el conflicto y la violencia recientemente han incrementado “mucho” en el país.
La brutal represión de los últimos días, luego de la cual Ortega retrocedió sobre sus pasos derogando la reforma, no solo da cuenta de su desesperación por ocultar la realidad y mantenerse en el poder junto con sus familiares sino también pone en clara evidencia las precarias condiciones económicas y de salud de los nicaragüenses. No obstante, la posibilidad de que los trabajadores de empresas y estudiantes hayan sido manipulados para unirse a las protestas es noticia en ciertos medios de comunicación.
Pero las cifras no mienten. El mismo régimen admite, con sus acciones, lo que se sabe: Nicaragua es uno de los países más pobres de América Latina y la revolución no subsanó –ni de lejos– sino que tal vez incluso agravó las condiciones creadas por el somocismo. Simplemente, se remplazó una clase privilegiada por otra.
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