En pleno siglo XXI un deslave de proporciones épicas dejó sin agua potable a casi media ciudad de Quito. Fueron 150 mil metros cúbicos de tierra que se deslizaron a lo largo del parque Metropolitano del sur que afectó a un tramo del canal del río Pita del que se toma el agua para el suministro del servicio a gran parte de la ciudad.
El Municipio activó inmediatamente las alarmas y dispuso primero la suspensión de actividades en las escuelas y colegios ubicadas en el perímetro de las zonas afectadas. El Gobierno luego se sumó con la suspensión de las actividades en todas las instituciones públicas de Quito, al igual que el Ministerio de Educación al ordenar el cierre temporal de las actividades en todas las instituciones educativas del Distrito.
Pese a todos los esfuerzos, hasta altas horas de la noche en muchos barrios de la ciudad había gente con baldes y botellones esperando a los tanqueros. Hubo gente que se quiso aprovechar de la tragedia, con la venta de botellones de agua hasta por 15 dólares. Una imagen tragicómica del ser humano.
Pero la solidaridad poco a poco se ha impuesto. La gente de Quito que tiene agua comenzó a poner restricciones a su uso por cuenta propia. Muchas empresas de las zonas afectadas decidieron reorganizar su trabajo para minimizar el consumo de agua, para que así el Municipio pudiera abastecer de agua a los barrios que se quedaron sin servicio.
Ahorrar agua fue la premisa y debe ser la premisa. Un código de conducta de nuestras actividades cotidianas Parecería un cliché llevado esta vez a la cotidianidad de muchas personas, ese de que nunca nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Ni Quito ni el país sufre por la escasez de agua, por eso un hecho como el que vive la ciudad en estos momentos ha impactado tanto. Ahora muchos quiteños están conscientes de la importancia de ese servicio. Esto es algo que no se debe olvidar.
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