Era junio de 2013, cuando Ecuador vivía la bonanza económica por los altos precios del petróleo. El gobierno del ex, ahora residente en Bélgica, sudaba una especie de nacionalismo al estilo chavista con insultos contra el imperio llenos de clichés guevaristas a tono con el llamado socialismo del siglo XXI. En Estados Unidos no estaba Trump, sino Barack Obama que nunca recibió al ex en la Casa Blanca en toda la década arruinada.
El entonces secretario de Comunicación, Fernando Alvarado, anunció con bombos y platillos que Ecuador renunciaba unilateralmente y de manera irrevocable al Tratado de Preferencias Arancelarias (Atpdea) que Estados Unidos otorgaba a los países andinos unilateralmente por la contribución en su lucha contra las drogas.
En realidad para esa época el único beneficiado era Ecuador, porque Colombia y Perú habían firmado acuerdos comerciales con Washington, Bolivia fue excluido de ese beneficio y Venezuela simplemente se jactaba de sus petrodólares para decir que no necesitaba nada del imperio del norte.
Muy a tono con el discurso chavista, Alvarado dijo entonces que los $23 millones anuales que Ecuador recibía como beneficio por la vigencia del Atpdea los ofrecía a Estados Unidos para que pueda brindar capacitación en derechos humanos y ayude a combatir la tortura. Eran los tiempos mediáticos de Edward Snowden.
“Las preferencias fueron otorgadas a los países andinos como compensación a su lucha contra las drogas, pero pronto se volvieron un nuevo instrumento de chantaje. En consecuencia, Ecuador renuncia de manera unilateral e irrevocable a dichas preferencias”, dijo Alvarado. E inmediatamente comenzó una especie de campaña patriótica como si el país se hubiera sacado los grilletes de la esclavitud y estrenará una era de libertad bajo la aureola y el mando del ex que aspiraba a ser el sucesor del discurso de Hugo Chavez, declarado muerto en marzo de ese 2013.
Claro, todavía quedaba el sistema generalizado de preferencias que otorgaba Estados Unidos a 120 países, entre ellos Ecuador, al que ese tan patriótico gobierno nunca renunció.
A la vuelta de dos años, la compensación a los sectores productivos por la pérdida del Atpdea fue mermando porque la lotería de los precios del petróleo (conocido en esa época como el milagro ecuatoriano) se había acabado. El gobierno tuvo que volver a sentarse en las mesas de negociaciones para firmar un acuerdo comercial con Europa, su segundo mercado en importancia. Y volvió a ser un buen chico con Washington y buen amigo de los grandes bancos de inversión, a los que en el discurso despreciaba, para volver a entrar en los mercados de capitales porque necesitaba el dinero que China ya no prestaba
El nuevo gobierno ha tratado de dar un giro a ese discurso patriotero, de capataz de hacienda, por uno más pragmático en política comercial, pero sin poner el pie en el acelerador lo suficiente como para diseñar una nueva política comercial que impulse las exportaciones, una de las vías más expeditas para atraer inversiones, crear empresas y generar empleo.
De ahí que al final del año, tanto en el sector público como en el privado otra vez se comienza a hablar de los tipos de compensaciones que necesitarían los exportadores de unas 300 partidas en caso de que Estados Unidos decida no renovar de inmediato el sistema general de preferencias.
Tal vez sea hora de dejar de ver al principal socio comercial de Ecuador como el cuco que, sin embargo, compra petróleo, flores, vegetales congelados, bananos y camarones, que permiten el ingreso al país, cada año, de miles de millones de dólares. Y que durante decenas y decenas de años ha exportado sus bienes más preciados, porque después de todo Estados Unidos no es solo Donald Trump, también está Hawthorne, Faulkner, Joyce Carol Oates, Philip Roth, Paul Auster, Charlie Parker…
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