Freud, mediante su método, el psicoanálisis, comprobó la existencia de una sexualidad del niño. No se trata de una condición pasiva, sino que implica una actividad investigativa, unas preguntas y la búsqueda de unas respuestas.
Sabemos muy bien que vivimos en la época de lo que Lacan calificó de “sexomanía galopante” (1), una falsa liberalización sin beneficios. Enumerando algunas condiciones sincrónicamente tenemos: la era McLuhan con todas sus maravillas tecnológicas, declive de la autoridad paterna, igualitarismo de género, relativismo y nihilismo tanto en la moral cotidiana como en lo político, proliferación de los agrupamientos particulares.
Cuando un padre hace lo suyo no anda con niñerías, no hace de mamá igualitaria ni de compañero de su mujer. Dice un “no” cuando es necesario y se muestra modestamente ejemplar con sus hijos. Basta que haga de la madre el destino de su deseo, aunque a ella le molesten – a veces- sus peticiones barrocas. Lacan forjó un término: la pére-versión, la padre-versión, la versión sexual de un padre. Agreguemos una nota esencial: hay padre cuando el deseo de la madre se dirige a un hombre. Ese hombre es el padre que opera la castración simbólica del niño.
Allí donde se cumple esta comedia el humano tiene la experiencia de la castración simbólica, con amenazas y fantasías reparatorias a la cuenta de su inconsciente. Sin embargo la castración simbólica puede tomar tres caminos, según Freud: 1) ser reprimida al inconsciente, 2) ser rechazada y expulsada, 3) ser desmentida- es decir que se la acepta y luego se la niega-. Si el camino primero lleva a la neurosis, el segundo a la psicosis, el tercero constituye la perversión.
El drama de los niños y jóvenes que sienten sus pulsiones en juego, que inician sus indagaciones y experimentaciones en los dispositivos disciplinarios- como los llamaba Foucault- que son las escuelas y colegios, es que son interceptados por ciertos canallas y seductores que hacen de profesores y autoridades. Estos se adelantan a tomar las preguntas sobre la sexualidad de los niños y jóvenes dándoles brutales soluciones que mezclan premios y castigos.
El carnaval en que vive la cultura celebra que el padre esté a la baja. Porque efectivamente lo está, no del todo pero sí notablemente. Pero, como en un “sube y baja”, y al contrario de la proclama feminista, lo fálico está en alza. Un falicismo estúpido y perverso sin padre, un falicismo pedófilo y violador, pornográfico y masturbatorio. Es la perversión pedófila salida del fracaso de la “pére-versión” paterna.
El drama de los niños y jóvenes que sienten sus pulsiones en juego, que inician sus indagaciones y experimentaciones en los dispositivos disciplinarios- como los llamaba Foucault- que son las escuelas y colegios, es que son interceptados por ciertos canallas y seductores que hacen de profesores y autoridades. Estos se adelantan a tomar las preguntas sobre la sexualidad de los niños y jóvenes dándoles brutales soluciones que mezclan premios y castigos.
El estrago causado a niños que estudian en distintas escuelas fiscales del país da cuenta de un síntoma del que las autoridades no quieren saber, pretendiendo acallar las demandas de padres y familiares ante el horror sufrido por sus chicos, horror perpetrado por sus mismos profesores ante la indiferencia de los directivos institucionales y de los distritos, con más evaluaciones y protocolos.
Es de este modo brutal que hoy sabemos que la comunidad educativa de antaño con su “mística” y aún, con su autoritarismo violento, no existe.
¿Qué ha sucedido en estos últimos diez años sino el sometimiento de los docentes a la evaluación permanente? Evaluación a la que se uno se obliga a consentir y con buena actitud. Lo que se logró fue despotenciar las organizaciones de maestros y silenciar a los docentes, manteniéndolos ocupados rellenando papeles, planificaciones e informes en un proliferante control burocrático, que parecería no terminar jamás.
¿Qué ha sucedido en estos últimos diez años sino el sometimiento de los docentes a la evaluación permanente? Evaluación a la que se uno se obliga a consentir y con buena actitud. Lo que se logró fue despotenciar las organizaciones de maestros y silenciar a los docentes, manteniéndolos ocupados rellenando papeles, planificaciones e informes en un proliferante control burocrático, que parecería no terminar jamás. Los psicólogos sufren de lo mismo y por ley no pueden hacer clínica en las instituciones, teniendo que derivar a “los casos” a los centros de salud. Lo anónimo de la evaluación se ha impuesto en todos los niveles.
El fracaso de la evaluación no dice nada a las autoridades. Se evaluó locamente y con pasión, y ya nadie tuvo tiempo para escuchar el verdadero malestar de los niños ocasionado por individuos que no merecen ser llamados “maestros”. Profesores y psicólogos están en una situación de tal precariedad que van errantes de institución en institución y ya no se conocen entre ellos: ya no tienen tiempo para conversar en la sala de profesores ni en los recreos.
Hay que repensar que es ser maestro cuando los contenidos de la malla curricular están en internet fragmentados. Podemos decir que una función del adulto educador es permitir que estos enunciados y formulaciones vacías tomen algún sentido para un niño particular contando historias a partir estos pedazos de conocimiento sueltos, simbolizando estas imágenes aportándoles un contexto y una criticidad, y convertir así ese conocimiento frío y desapegado en un saber vivo que cause el interés del niño y del profesor. La humanización del niño debe ser el interés superior.
Es el momento de escuchar lo que el niño tiene para decir, sus iniciativas e invenciones, ese es el modo en que él tendrá un lugar en la civilización, un lugar que no sea el del desecho y el abuso. El niño es un sujeto capaz de hablar, de plantearse preguntas y de investigar en singular, más allá del estándar.
En medio de esta desorientación, desánimo y cansancio actual de padres y maestros, hace falta hacer un lugar para la palabra del sujeto niño y adolescente. Al menos una madre del colegio réplica escuchó a su hija llorar y pensó que eso quería decir algo, que algo no andaba bien: tomó el llanto de su pequeña como un síntoma. Entonces ella se hizo responsable de la niña, decidió ser su “representante”, tomando el relevo y la palabra para ir a la institución y demandar el esclarecimiento de la situación y el cese del abuso que se repetía en el silencio del horror.
Es el momento de escuchar lo que el niño tiene para decir, sus iniciativas e invenciones, ese es el modo en que él tendrá un lugar en la civilización, un lugar que no sea el del desecho y el abuso. El niño es un sujeto capaz de hablar, de plantearse preguntas y de investigar en singular, más allá del estándar. Este el momento de replantearse la opción que muchos padres han tomado de hacerlo callar comprándole objetos tecnológicos desechables o de rellenarlos con sermones moralizantes. El exceso de pantallas y ruido es lo contrario de lo que se requiere: un silencio atento para que la palabra, la demanda del niño y, un deseo propio y entrelíneas pueda surgir.
La cultura actual de lo políticamente correcto ha impedido que los padres se autoricen a ser padres y puedan decir “no” cuando decidan que eso es lo mejor para su niño, pero que también se den el valor de decir sí al deseo y las creaciones de sus hijos; que los maestros se autoricen a ser maestros, tengan tiempo para preparar sus clases y educando se dejen enseñar del niño, dándoles un lugar vital fuera de la obscenidad; que los niños se autoricen a ser niños y no “farándulas”.
Tenemos un trabajo por delante para producir nuevas comunidades educativas, es decir provocar efectos de subjetivación que humanicen, produzcan sujetos y renueven los lazos sociales liquidados.
La evaluación generalizada y los protocolos, la precariedad de la situación laboral y subjetiva del profesor, el niño devenido “cliente” en los colegios privados, versus la importancia en el colegio público de padres y adolescentes que son “votos”; ha corroído la conversación en la sala de profesores y recreos, el contingente encuentro de padres y maestros, tan normado hoy.
Tenemos un trabajo por delante para producir nuevas comunidades educativas, es decir provocar efectos de subjetivación que humanicen, produzcan sujetos y renueven los lazos sociales liquidados.
1) http://elpsicoanalisis.elp.org.es/numero-27/entrevista-a-jacques-lacan-en-la-revista-panorama-1974/
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