Ecuador ha sido un país que ha expulsado migrantes desde hace mucho tiempo, desde los otavalos que terminaron por convertirse en los principales embajadores ecuatorianos en el mundo. Sus tejidos coloridos, sus melenas, sus ponchos se convirtieron en un símbolo de un Ecuador multicultural en el mundo.
En la década de los ochenta y los noventa, fruto de una tragedia creada por desastres naturales y humanos, como el Fenómeno de El Niño y la crisis bancaria, la migración desde Ecuador se acentuó. Fueron miles y miles de ecuatorianos que arriesgaron lo poco que tenían para pagar a un coyote y comenzar una aventura peligrosa por Centroamérica y México con el propósito de alcanzar Estados Unidos.
El último informe de la Organización Internacional del Trabajo: Perspectivas sociales y del empleo en el mundo – Tendencias 2017, hecho público en abril, advirtió que la incertidumbre mundial y la falta de empleos decentes han alimentado el malestar social y la migración.
Entre 2009 y 2016, apuntó el informe, la proporción de población en edad de trabajar que desea migrar al exterior aumentó en casi todas las regiones del mundo. El incremento más importante ocurrió en América Latina y en los Estados Árabes. En la región, Venezuela y Brasil han sido los países con las mayores tasas de desempleo: en el primero, el índice pasó de 7,4% en 2015 al 21,2%, en 2016, según cifras del Fondo Monetario Internacional.
La tasa de desempleo en Ecuador fue del 4,4% en marzo pasado, pero el 57% de la población económicamente activa gana menos del salario mínimo, según las cifras oficiales, y solo el 38,5% tiene un empleo considerado adecuado con ingresos iguales o superiores a los $375, el salario básico unificado.
El pasado 18 de diciembre, por la celebración del Día Internacional del Migrante, la Cancillería ecuatoriana saludó a los compatriotas que están radicados fuera del país: alrededor de 2 millones de personas que se movilizaron fuera del territorio nacional, especialmente durante la crisis de 1999.
Los migrantes que llegan de otros países al Ecuador, sobre todo de los que soportan crisis humanitarias incomprensibles, solo tratan de sobrevivir en un país polarizado, donde unos los reciben con apatía y otros con un despectivo y xenófobo: ¡Váyanse a su país!, porque seguramente creen que su desgracia muestra, en realidad, las costuras de un modelo económico y político que no termina por convencer.
Ecuador, el país de la ciudadanía universal, el país que ha sentido y sufrido en carne propia el fenómeno de la migración pretende ahora mirar con desprecio a ciudadanos de otros países que tratan de ganarse la vida en Ecuador de la forma más digna posible, como todos.
El escritor estadounidense Mark Twain decía que no preguntaba de qué raza es el hombre porque bastaba con que fuera humano para comprender que no podía haber nada peor. Es necesario recuperar esa humanidad. Erradicar del lenguaje ese: ¡Váyanse a su país! La historia ha demostrado que la migración interna y externa más que restar ha sumado riqueza cultural, gastronómica, científica… a los países receptores de esa migración.
No podemos ser los hipócritas que lloran por el niño sirio muerto en las costas de Turquía cuando su familia intentaba llegar a Canadá y al mismo tiempo creer que somos mejores que los ciudadanos de otros países que han llegado a buscar oportunidades en el país de la ciudadanía universal. Eso no es posible.
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