Fue un discurso sobrio, sin adjetivos. Un discurso en el que recordó sus logros, las metas alcanzadas. Claro que no hubo lugar para reconocer errores, ni en política exterior ni en política doméstica ni en su política económica. Los ricos pagan más impuestos y lo pobres son menos pobres, dijo. Un discurso que todo Presidente añoraría pronunciar al fin de su mandato.
Entró por la puerta grande y quiso salir por la puerta grande, al recordar que Estados Unidos es una democracia donde se respeta al que piensa distinto, donde no se insulta por no estar de acuerdo con las ideas del otro. Tampoco hubo lugar para los reproches por la elección del próximo gobernante, solo la promesa de que la transición será pacífica. Que entregará el poder a Donald Trump como George W. Bush se lo entregó a él. En paz.
Uno de los presidentes más carismáticos de Estados Unidos dejará en poco más de una semana la Casa Blanca. Y se va con la satisfacción del deber cumplido. Se retira a ser otro ciudadano más. Se va con un baño de masas, con la certeza de que Estados Unidos seguirá siendo uno de los países más poderosos del mundo porque respeta su democracia, su Constitución.
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