Pablo Escandón, Universidad Casa Grande
Entrar a medios digitales no significa entrar directamente al uso de una herramienta. Este es un error frecuente que comenten tanto educadores como comunicadores. Por ello es clave que la comunidad en su conjunto conozca el origen de la sociedad de la información y el conocimiento. Primero es lo cognitivo y luego lo instrumental. Nunca nos compramos primero el auto para luego aprender a conducir. Así, la alfabetización digital tiene que partir de conceptos para luego transformar los usos y los hábitos en torno a las tecnologías.
Lo dicho nos lleva a pensar en dos ámbitos: el consumo y la creación. En este contexto hay retos, pues esencialmente somos consumidores de imágenes y no de signos alfanuméricos. Nuestra tradición como ecuatorianos es oral y gráfica, por ello con esto como escenario de partida no puedes entrar a crear en lo digital solamente desde el texto y los números. Esto es lo que ha pasado en la educación. Nos han enseñado a leer casi con una sola opción: la del texto, sin otras motivaciones o vinculaciones emocionales para un aprendizaje más significativo.
El contexto de la creación digital supone otra codificación, con la incorporación de programación, arquitectura, usabilidad. En la contemporaneidad, por ciertos hábitos, la sociedad de la información tiene conocimientos implícitos sobre estas destrezas, pero el desafío es ahondar en ellas. Un tutorial o un wix son como prótesis que, al final, las aplicamos mal. Por ende, comunicador o educador que sepa de programación tendrá mayores ventajas para su expresión y para algo fundamental en estos tiempos: el trabajo asociativo.
Lo anterior también implica la ruptura de un paradigma. Durante mucho tiempo nos han enseñado que el desarrollo individual es lo que cuenta. Sin embargo, el uso significativo de las TIC nos están enseñando, en cambio, que el horizonte es para los aprendizajes compartidos y las inteligencias colectivas. Esta integración apela a creaciones de código abierto , a software libre, como una inflexión fundamental para la humanidad.
Sin embargo, esto que parece contemporáneo, para sociedades como las nuestras no lo es, ya que venimos, por ejemplo, de la tradición de la minga. Al igual que aquellos grupos andinos que sumaban manos para un mismo fin, en el mundo digital la gente se une para crear y recrear colaborativamente. Es un espacio de creación general donde todo es posible, desde un enfoque de horizontalidad.
En la coyuntura tenemos un ejemplo de lo referido. El trabajo de los #PanamáPapers. Si bien se sigue un mismo proceso informático como en el caso de los Wikileaks, a diferencia del trabajo de Assange en un grupo cerrado, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación apuntó al trabajo en red, con 376 periodistas en una labor colectiva desde diversos puntos del planeta, con una estandarización de protocolos para llegar a un mismo fin. Aquí se ha creado una comunidad. Assange no la tiene: solamente hay fans de Wikileaks.
Lo que han hecho estos periodistas, creo yo, también implica otro quiebre: no trabajar por la marca de un medio, sino por el oficio. Y esto no hubiera pasado si no existiese el mundo digital. Más bien ese flujo de información se hubiese frenado por los discursos de exclusividad de tal o cual marca mediática. Como paso con Wikileaks, en tanto algunos medios tuvieron que pagar por las filtraciones. Por fortuna, desde que pasamos de la web 1.0 a la 2.0 se acabaron las primicias y las exclusivas. Con los nuevos procesos de generación y búsqueda de información, la corporativización no solo que es pieza de museo, sino pieza de olvido para los medios.
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