Remitido por Juan de Althaus
Desde los años ochenta, la desnutrición crónica infantil (DCI) ha sido una preocupación del estado ecuatoriano y la academia, debido a sus altos índices que, antes de la pandemia del COVID-19, alcanzaban el 27,2% a nivel nacional (UNICEF, 2021). Hoy esta problemática ha sido asumida por el nuevo gobierno, comprometiéndose a reducir su incidencia. Sin embargo, es preciso tener claro la envergadura de tal desafío: la DCI, más que un problema de salud es producto de la desigualdad social, pues está directamente asociada a las condiciones del entorno económico, social y cultural en el que crece y se desarrolla un infante, especialmente en sus primeros 1000 días de vida.
Investigaciones de las ciencias biológicas y las neurociencias demuestran que las experiencias tempranas dejan huella a corto, mediano y largo plazo (Harvard University, s. f.). El desarrollo humano inicia en la gestación y es resultado de la interacción entre el organismo en formación y su mundo circundante (Bronfenbrenner, 1987). Y, aun cuando la natura o genética planta los cimientos, va a ser el entorno el que determine la calidad de la arquitectura cerebral del desarrollo en formación, influyendo en la salud, el comportamiento y el aprendizaje, como señala la Universidad de Harvard (s. f.). Ciertamente, la plasticidad cerebral ocurre a lo largo de toda la vida, pero es más fácil y eficaz influir en la arquitectura de un cerebro en desarrollo que en la edad adulta (Harvard University, s. f.).
Sin embargo, a menor edad, mayor vulnerabilidad el impacto de las condiciones adversas, sean estas ambientales, culturales o por necesidades básicas insatisfechas[1]. La malnutrición (desnutrición, sobrepeso, obesidad o carencias nutricionales) es una de las afectaciones más recurrentes entre los infantes de hogares en situación de pobreza y vulnerabilidad (Victora et al, 2021; Harvard University, s. f.; UNICEF, 2021).
La vulnerabilidad en la primera infancia está directamente relacionada con el rápido crecimiento y desarrollo cerebral, la facilidad para contraer enfermedades infecciosas, su alta sensibilidad al cambio, su necesidad de protección, pero, sobre todo, a su alta dependencia del adulto y la capacidad de este brindarle toda la atención y cuidados que requiere, llámese alimentación, afecto, seguridad o estimulación (Victora et al, 2021; Martorell, 2017).
En Ecuador, uno de cada cuatro niños menores de cinco años presenta DCI (UNICEF, 2021), resultado de las deficientes condiciones de vida del grupo familiar, del consumo de agua insegura o de alimentos no apropiados para su edad. La DCI compromete el crecimiento (baja talla con respecto a la edad), pero también el desarrollo cognitivo. Para reducir o mitigar sus efectos se recomienda acciones preventivas como la educación nutricional a la población, consumo de agua y alimentos saludables, y el monitoreo de la salud y alimentación de las gestantes (incluso antes), así como de las lactantes y de los infantes en sus primeros 1000 días (Keats et al., 2021; UNICEF, 2011), asegurando una atención de calidad en los servicios de salud (UNICEF, 2021).
Sin embargo, se debe subrayar que el país postpandemia es otro. El COVID-19 ha golpeado a todos los sectores sociales y, de forma más intensa, a los grupos vulnerables y en pobreza, como lo advierten el INEC y ENEMDU (2020).
La reducción de los actuales índices de DCI en Ecuador exige mayores esfuerzos; ello dependerá de la capacidad del gobierno de trabajar intersectorialmente, de saber llegar a la población, de establecer alianzas y compromisos sólidos con la sociedad civil. Es derecho de todo ser humano iniciar su ciclo vital bajo condiciones seguras y saludables, y obligación del Estado precautelar el desarrollo social y productivo del país.
Se vuelve entonces prioritario para el nuevo gobierno conciliar un acuerdo nacional con este propósito, a modo de un contrato social público-privado, a largo plazo, sin bajar la guardia; porque en Ecuador, cuando nos proponemos algo juntos, lo logramos.
Referencias
Bronfenbrenner, U. (1987). Ecología del Desarrollo Humano. Paidos.
Fore, H. H., Dongyu, Q., Beasley, D. M. y Ghebreyesus, T. A. (2020). Child malnutrition and COVID-19: the time to act is now. The Lancet, 396(10250), 517-518. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(20)31648-2
Harvard University. (2020). La Ciencia del Desarrollo Infantil Temprano. https://bityl.co/7kHF
INEC y ENEMDU. (2020). Indicadores de pobreza y desigualdad. https://bityl.co/7k7G
Keats, E. C., Das, J. K., Salam, R. A., Lassi, Z. S., Imdad, A., Black, R. E. y Bhutta, Z. A. (2021). Effective interventions to address maternal and child malnutrition: an update of the evidence. The Lancet, 5(5), 367–384. https://doi.org/10.1016/S2352-4642(20)30274-1
Martorell, R. (2017). Improved nutrition in the first 1000 days and adult human capital and health. American Journal of Human Biology, 29(2). https://doi.org/10.1002/ajhb.22952
UNICEF España (2011). La Desnutrición infantil. Causas, consecuencias y estrategias para su prevención y tratamiento. https://bityl.co/7nLT
UNICEF Ecuador. (2021). Desnutrición Crónica Infantil. Uno de los mayores problemas de salud pública en Ecuador. https://bityl.co/7kHS
Victora, C. G., Christian, P., Vidaletti, L. P., Gatica-Domínguez, G., Menon, P. y Black, R. E. (2021). Revisiting maternal and child undernutrition in low-income and middle-income countries: variable progress towards an unfinished agenda. Maternal and Child Undernutrition Progress, 397(10282), 1388–99. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(21)00394-9
[1] Ver definición en Referencias, INEC y ENEMDU (2020).
*Publicado en Ventanales 18
https://www.casagrande.edu.ec/revista-ventanales-ucg/