La pandemia de la Covid-19 no solo ha puesto a prueba los sistemas de salud a escala global, sino también la relación entre ciencia, economía y poder político. Su impacto ha sido profundo en todos los aspectos de la vida. Cambió la forma tradicional de hacer las cosas, una situación que presentó un shock ontológico y puso en cuestionamiento las redes existentes en cuanto a la colaboración entre diferentes actores.
El virus ha puesto en evidencia lo que el sociólogo alemán Ulrich Beck (2004) llamaba la sociedad del riesgo. El riesgo ya no lo contienen las fronteras, sino que tiene una dimensión global y es también manufacturado. Es decir, se ha perdido el poder político global sobre el riesgo, no hay una cabeza, no se tuvo noción de los cálculos en los riesgos que iba a traer.
#Consecuencias:
La Covid-19 trajo consigo varias consecuencias, la más obvia: la crisis sanitaria. El factor económico sería la segunda y esta se plantea como una de las secuelas más nefastas en la historia de la economía global, según las previsiones del Banco Mundial, sería la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial y la primera vez desde 1933, en que tantas economías experimentaron una disminución de producto per cápita de esta magnitud. Lo que confirma que durante la pandemia, el factor económico sufrió un duro golpe del que le va a costar recuperarse porque, particularmente a los países periféricos que dependen de la actividad económica de los centros económicos del norte global.
#Relaciones internacionales
El virus resquebrajó las redes políticas; puso en evidencia la falta de colaboración entre países, lo que no ocurrió a nivel del cuerpo científico global. La colaboración global está en una crisis profunda y por ahora no se puede avizorar que pasará más adelante. Antes que nada era necesaria una colaboración política basada en un sistema internacional capaz de responder de forma eficaz a problemas de que no tienen fronteras políticas. Y en este sentido, existe una grieta mundial.
En un breve diagnóstico de lo que han hecho los países durante la crisis sanitaria, la pandemia ha transcurrido y parece claro que si bien no existe la fórmula coherente para frenar al coronavirus, más allá de la vacuna, hay países que lo han hecho mejor que otros. Sin lugar a dudas existen diferencias, ya que no todos los países han hecho han enfrentado el problema de forma similar, por ejemplo: Taiwán logró combatir con éxito la pandemia sin hacer confinamientos, lo mismo ocurrió en Nueva Zelanda.
Por otro lado, existen los Estados de bienestar en lo que están Nueva Zelanda, otro ejemplo de un exitoso tratamiento del problema, pero no es el caso de Suecia, un país que decidió no implementar un bloqueo en respuesta a la pandemia, ya que el la base social del gobierno sueco es muy fuerte, lo que llevó a que los ciudadanos suecos confín en su gobierno a pesar de su equivocada estrategia para afrontar el virus.
Asimismo, están los países neoliberales como los Estados Unidos cuyo resultado ha sido catastrófico; ahora el Presidente Joe Biden está tratando de mejorar las cosas, pero hay un déficit enorme en los productos que el Estado debía dar a la población y los hechos. Luego tenemos a los países periféricos, autocráticos, teocracias, etc. y que por su condición de ser estados débiles, en su mayoría, y económicamente pobres han sufrido los efectos del virus de manera comparativamente fuerte.
La causa de esto es la inexistente conexión entre la ciencia y la política. La política corrompe al ámbito científico. Por ello, hubo casos de corrupción como los que ocurrieron en Ecuador (Quito), África, Argentina o Venezuela. Evidentemente el mal manejo de los recursos es un problema que persiste.
En general lo que hizo la mayoría de los países fue aplicar la política de aislamiento y optar por la fabricación de la vacuna con cuestionamientos éticos. Ciertamente, el confinamiento no era la opción más útil y la menos riesgosa. Aun así, se necesita de una población que siga los pasos de un sistema de salud excelente, por citar un ejemplo, en el caso de Suecia no necesariamente funcionó en este país no hubo muchos muertos, pero los tuvo en términos relativos de sus vecinos como Noruega.
El confinamiento era necesario con la poca preparación que tienen los países para afrontar una pandemia y con un virus del que se conocía muy poco. Es importante citar al filósofo francés Bruno Latour en el hecho de que en la globalidad consumada en redes permitió que el virus se convierta en pandemia en poco tiempo.
#La tecnología
El aspecto tecnológico en tiempos de pandemia, en relación con la ciencia, es una espada de doble filo. Por un lado existen políticas de Estado que pueden penetrar a la población de una manera mucho más eficaz y por el otro se tienen las políticas de comunicación entre la comunidad científica y la política que debe ser estudiada; pero al mismo tiempo, estamos en una etapa de la modernidad en la que muchas personas no creen en los expertos o en la ciencia, sino que hay toda clase de versiones, “teorías” y versiones sobre el virus que preocupa. Es una suerte de lo que algunos han llamado la etapa de la pos-verdad.
El hecho de tener una pandemia como el coronavirus en un mundo tan conectado en redes sociales (Facebook, Instagram) u otras formas de comunicarse hace reflexionar al respecto del rol que juegan estas plataformas al diseminar información equivocada, teorías conspirativas o curas no probadas. El ciudadano común debe saber El problema es que no toda red produce efectos deseables y eso está demostrado con claridad.
No todo es negativo por lo menos la ciencia ha respondido al problema del coronavirus en tiempo récord con la creación de las vacunas. Lo cual es extraño, porque una vacuna de esa naturaleza debería desarrollarse en un año mientras que la mayoría de vacunas toman años. Esto nos da a entender que no hay tal cosa como la “ciencia pura”. Esta esta mediada por el poder político y el económico.
#La vacuna:
El dinero jugó un papel muy importante para la fabricación de una vacuna en tiempo récord; sin embargo, la política también fue fundamental. La vacuna es una prueba de que la ciencia va de la mano con la política y que los países que no tengan vacunación van a estar evidentemente condiciones precarias lo cual ahondará la brecha que existe en los países ricos capaces de vacunar a toda su población y aquellos que no lo podrán hacer.
Claramente, el dinero no va a donde tiene que ir. Es importante recalcar que la política deshace lo que la ciencia podría llegar a hacer. Para que el capitalismo funcione se necesita una población desinformada que se dedique a consumir y no a una sociedad para informada, creyente en los productos de la ciencia. Insisto en que el tiempo récord de la vacuna es indicativo de la relación ciencia política. Vale la pena preguntarse ¿Cómo y porqué la vacuna pudo producirse en tan poco tiempo, más allá de la necesidad sanitaria?
Es importante aprender las lecciones obvias del coronavirus. La ciudadanía debe tener conciencia y usar la mascarilla y el Estado debe trabajar en proporcionar los instrumentos para responder, estructuralmente, a las necesidades de sus sistemas de salud. Es importante considerar que el sistema internacional debe de manera urgente hacer una reflexión sobre la forma en la que actuaron algunas instituciones como las Naciones Unidas (ONU) porque los científicos fueron los únicos que colaboraron de forma eficaz durante la crisis, por eso se logró la vacuna.
Una lección que se nos deja es el aprendizaje de que una buena comunicación, para en un futuro es crucial, especialmente porque los riesgos serán cada vez mayores en la época del cambio climático.