Desde antes de la pandemia vivíamos tiempos de incertidumbre, de ausencia de seguridad, donde casi nada está claro; carecemos de certeza, lo que resta confianza en el presente y en el futuro. Esta realidad se ha complicado exponencialmente los meses últimos, no solo en este país, ya que se siente en casi todo el mundo. Ahora viene bien un oxímoron: lo único cierto es la incertidumbre.
La duda sobresale en la política, la economía y lo social. Y es que lo político determina en gran parte el progreso o el estancamiento de los pueblos, puede ser motor para avanzar o freno, cuando representa intereses de pocos, adolece de falta de líderes honorables y de propuestas racionales.
La economía es otro campo vital; estaba maltrecha pero el coletazo del virus casi la destruye; hay que revitalizar el aparato productivo, generar trabajo, así como profundizar en equidad con políticas de Estado y estrategias meditadas. Y lo más preocupante, la gente puede perder fe en el país, en sus instituciones y autoridades, por lo que hace falta la garantía de que es posible un porvenir con dignidad.
La tarea es formidable. Solo la política comprometida con intereses generales, los dirigentes éticos con acciones que aglutinen, y ciudadanos conscientes, podremos crear las condiciones requeridas para rescatar al país; en este contexto es clave el proceso electoral de 2021, oportunidad única para cerrar las enormes fisuras que dejó en el tejido social la década robada, la del coctel venenoso de la corrupción, la inequidad y la injusticia.
Sedientos de certeza, así estamos; ansiamos sentir la seguridad de que no volverán los caudillos capos de la manipulación, de que profundizaremos la democracia con acuerdos amplios cimentados en valores morales y, sobre todo, con líderes democráticos. Superemos la triste desesperanza; que la certidumbre llegue a cada espacio de la colectividad, para combatir el juego vil de la mala política y resurgir de una vez por todas. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo