La política consiste en el saber aplicado al gobierno y a la sociedad organizada, a las dinámicas del poder y la relación entre autoridades y gobernados; se supone que los políticos tienen un compromiso fehaciente de servir a los ciudadanos para resolver sus problemas, desligados de intereses personales o de grupo. La política en acción requiere de políticos con propuestas idóneas para sacar a un país adelante.
En 2021 tendremos comicios presidenciales, partidos y movimientos políticos ya calientan motores, pero, a decir verdad, es poco y conocido lo que se nos ofrece desde ese terreno, al parecer, apremia repensar la política para transformar nuestras condiciones.
Hay desconexión generalizada de la clase política con la realidad social y las expectativas del pueblo, en Ecuador y otros países.
Campea el populismo, especialmente en época de campaña; esta situación se agrava cuando, como sabemos, la memoria colectiva siendo frágil discierne según conveniencias individuales y coyunturales.
Asimismo, es inocultable la profunda fractura presente en la arena política, lo que hace que diálogo y acuerdo sean impracticables; una política volátil, caníbal y poco creíble es lo que hay; la incapacidad de construir acuerdos por el país nos estanca.
A diciembre de 2018 en la web del Consejo Nacional Electoral constan 279 organizaciones políticas aprobadas, entre partidos y movimientos nacionales, provinciales, cantonales y parroquiales; políticos no faltan, el problema más bien es de índole cualitativa.
Otro inconveniente consiste en que en los últimos años muy pocas organizaciones sociales y políticas refrescaron sus filas con integrantes mejor preparados y de visiones remozadas; el recambio generacional es más notorio en gremios empresariales y productivos.
En una época de evolución vertiginosa es obligado renovar la política y sus actores. Es hora de repensar nuestra política, porque tiene que honrar enormes deudas con la sociedad.
Texto original publicado en El Telégrafo.