El desafío que nos deja la segunda vuelta electoral es inmenso. Es, quizás, el más complicado de afrontar y al que no debemos rehuir, si acaso se quiere dar viabilidad al Ecuador.
No, no me refiero a afrontar una vez más la polarización política y una campaña que seguramente será muy dura. Tampoco a que deberemos escoger entre quienes quieren volver para no irse nunca más y quien llegó y no ha dado muestras de saber a dónde nos quiere llevar. Menos a que la Asamblea Nacional, que se posesionará en unas semanas, muy probablemente será complicada y con mucha gente que ni siquiera sabe qué hará en el cargo.
Estoy hablando de que necesitamos empezar a buscar la manera de parar el tornado que desde hace casi 20 años nos engulle: la enorme distancia que como sociedad tenemos los unos de los otros, producto de la política, el populismo, el fanatismo, de fomentar el resentimiento social (en palabras y acciones). A esa incapacidad de vernos todos bajo una misma óptica, la de que todos somos del mismo bando y que ese bando se llama Ecuador.
Ni la violencia extrema ni la pobreza que abofetea ni la falta de oportunidades para millones han sensibilizado a los contrincantes. Al contrario, eso ha ayudado a que la tolerancia, el respeto, la consideración se aniquile. En el fondo, hemos perdido el sentido de la democracia, de las libertades, de las garantías y de los derechos.
El pacto social, una idea que nos debiera emocionar, que nos debería hacer sentir parte de algo, que todos vamos en la dirección de mejores días para las familias, se esfumó. La confianza, palabra vital en cualquier relación, es inexistente. Lo ocurrido en el Ecuador hace que ni siquiera seamos capaces de hablar, que digo hablar, mirar al vecino, porque todo está bajo una luz de sospecha.
¿Qué nos mueve a todos los ecuatorianos? ¿En qué creemos de manera conjunta? ¿Qué nos une? Parecería que nada y eso es muy peligroso. La deshumanización a la que nos ha llevado la política es absurda.
¿Quién para esto? Entre todos. Pero se requiere de mucho trabajo, mucha responsabilidad, de años de empujar para que encontremos una luz, una ruta, que nos permita creer y querer al país. Sí, quererlo, porque solo lo que no se quiere, es maltratado, como se ha maltratado al pedazo de tierra que nos vio crecer y en donde hemos vivido y trabajado.
La política es responsabilidad, es servicio, es ética y mucho trabajo. Llevo años preguntando dónde está esto en el país. Lamentablemente, todavía no encuentro la respuesta. Sin embargo, sigo viendo cómo nos aniquilamos, nos anulamos, nos dividimos y, en algunos casos, se odian entre sí, por el poder y el dinero.
La clase política, esa que muestra miles de rostros que corren por un cargo, es la primera llamada a tratar de acercar posiciones. Así como ayudaron a romper el país, está bajo su responsabilidad mostrar un mínimo de trabajo y de preocupación por lo que han hecho.
Texto original de El Comercio
https://www.elcomercio.com/opinion/lo-que-se-viene-saudia-levoyer-columnista.html