Según la Real Academia Española, revolución es un cambio profundo, generalmente violento, de las estructuras sociopolíticas y económicas de una comunidad. Sobre la base de que las estructuras anteriores no generaban alternativas ni resultados para mejorar el bienestar del pueblo, en general. Por ello la necesidad de un cambio radical.
El almácigo de una revolución, dependiendo de las condiciones imperantes, puede aglutinar: 1) Descontento social (político-social-económico); 2) Movilización social (estudiantes-trabajadores-minorías); 3) Liderazgo carismático, líder bien identificado (no construido); y, 4) Redes de comunicación (alcance inmediato). Generalmente los grupos sociales que la propician son: juventudes, trabajadores, intelectuales, académicos, minorías oprimidas, agricultores, campesinos. Nace por necesidad manifiesta.
Tanto en Ecuador como en Venezuela ha ocurrido una transformación significativa, una revolución para mal. Campea la corrupción, el abuso, el beneficio de los grupos del poder. Las necesidades del pueblo no se satisfacen, su bienestar se menoscaba.
En los dos casos existen nuevas estructuras políticas, sociales, económicas y culturales. La nueva cultura es robar, porque robar es bueno, hay impunidad, el que no lo hace es un mushpa. El gobierno es administrado por compadres de políticos corruptos, no por técnicos y estadistas.
La asamblea está llena de personas ignorantes atrevidos (por desconocimiento) que piensan en su bolsillo, en su bienestar personal y no en buscar soluciones a la falta de servicios públicos y políticas adecuadas en lo social para mejorar la educación, la salud, el acceso a soluciones de vivienda, a la movilidad, al desarrollo sustentable y armónico.
Por supuesto que ha ocurrido un cambio fundamental de las estructuras. Las características culturales hoy son: la viveza criolla, el tomar ventaja, al aprovecharse de la posición, los diezmos. Las relaciones político, social, económica y cultural cambiaron drásticamente, pero para mal.
Tanto en Ecuador como en Venezuela existe una revolución mal concebida, es una robo-ilusión que se ha tomado la esperanza de todos.
Ésta robo-ilusión concebida por los sociolistos busca, a ultranza, separar a la sociedad con una línea en el medio, identificando muy bien y rápido a todos, en los dos lados de ella. El que tiene y el que no. El que migra y el que se queda. El que es de fiar y el sospechoso. El colaborador y el irresponsable. El conformista y el revoltoso. El vivísimo y el mushpa. El narcotraficante y el honesto. El proveedor y el consumidor.
Nadie está seguro pues los métodos para neutralizar a los opositores fueron alcanzando niveles de perfección, obviamente asistidos por grupos externos afines a la robo-ilusión. La maquinaria montada para robar, extorsionar y hasta matar, funciona de maravilla, es la ingeniería tecnológica de la corrupción, de la viveza criolla, del atraco.
Viene creciendo a pasos agigantados, podemos verla en todas partes, en el entorno, en los negocios, en las empresas, en los mercados públicos, en las compras del gobierno, en los hospitales, en las medicinas, en los barrios, en el deporte, en las ciudades, en los parques, en el paisaje y hasta en el caminar por la calle.
Los del lado de la línea a favor, se acoplan fácilmente a esta maquinaria del poder, creando un país sin respeto a la ley, a la persona, al ambiente, a los acuerdos; más bien prima el compadrazgo, los intereses, los beneficios personales y la fuerza bruta.
La sociedad se debate entre los malos servicios y la falta de ellos. Si no hay algún bien para adquirirlo, es culpa del proveedor, sea alimentos, vituallas, medicinas, vestido, servicios públicos u otro bien. Esta situación se va agravando y creando una larga lista de disconformidad entre odios y miedos.
La presencia de la fuerza robo-ilusionaria en las calles, en las entidades públicas, en los mercados, en cada lugar, impide la resolución de problemas de forma inmediata y bajo la norma, entre personas de bien. A como dé lugar, se quiere obtener ventaja, sin importar quien tiene o no la razón.
Dadas las cosas de esa manera, la sociedad es incapaz de diferenciar a la gente de bien de la gente de mal, al inocente del culpable, al juez del verdugo, al criminal del policía o juez. Un caos total.
Ay del pueblo, que
calmado junte,
el hambre con la rabia
del abuso político.
Mezcla peligrosa es,
mecha que enciende la explosión,
de un pueblo oprimido
cansado del abuso.
Ay del pueblo, que
este dispuesto a morir,
no de hambre y rabia,
sino de inconformidad.
Ese pueblo merece libertad y justicia.