Y, segundo, esa misma sociedad civil con acciones concretas, empezando desde las más pequeñas realizadas en los hogares, debe demostrar que, cuando se cambia de comportamiento, sí se puede contribuir al cuidado del clima y la naturaleza. Con lo cual, quedaría demostrado que problemáticas globales de largo alcance, solamente, se solucionarán cuando, desde diferentes frentes, se actúe sinérgicamente en pos de un objetivo que requiere de la cooperación de todos.
Lo que ahora está sucediendo en Ecuador –específicamente en Quito en estos últimos días de septiembre de 2024– es una evidencia contundente que, en medio de apagones eléctricos por la falta de agua que alimente a las centrales hidroeléctricas, se ha desatado una ola de incendios que, según las autoridades, serían provocados por verdaderos criminales que, por su acción perversa de largo alcance, deberían ser sancionados con todo el rigor de la ley.
Esto que ahora se vive, en pocos días o semanas quizá, en cuanto al origen y efectos, dé un giro radical cuando, por el exceso de lluvias, se empezará a comentar y lamentar que hay inundaciones, derrumbes y deslaves que cobrarán vidas humanas y, económicamente, pasarán una factura gigante que a lo único que contribuirá es a seguir deteniendo la recuperación del país que, desde marzo de 2020, sigue sin reactivarse con un dinamismo que, realmente, incremente la inversión, la producción y el empleo digno que, al final de cuentas, es el único camino para mejorar el bienestar de las personas y sus familias.
Dentro del grupo de desastres, Dios no quiera, también se pueden presentar sismos fuertes de consecuencias catastróficas que, por la especificidad de sus consecuencias y de las medidas preventivas que se deben implementar, vuelve a resaltar la necesidad de contar con profesionales expertos que, por sus conocimientos técnicos previamente adquiridos, se conviertan en los líderes del antes, durante y después del desastre natural.
De ahí, como parte de la responsabilidad compartida entre los múltiples actores interesados en contrarrestar, de forma sistémica, los efectos negativos del cambio climático, la academia -a nivel de grado, posgrado y la oferta de educación continua- debe impulsar espacios que, bien enfocados, ayuden a la formación de profesionales especialistas que, desde el sector público y/o privado, tengan todas las herramientas y habilidades para saber cómo enfrentar un desastre natural de manera profesional que, muchas veces, por la urgencia de su atención, se tiende a enfrentar, solamente, sobre el soporte de la motivación y reacción que tiende a surgir cuando las personas, por su impulso de sobrevivencia, buscan actuar sin tener una preparación y/u orientación profesional previa.
Surgiendo, de esta manera, la atención inmediata, con financiamiento -bajo la modalidad de becas u otras formas de ayudas- desde varias fuentes -el Estado, las propias universidades, la cooperación internacional y la empresa privada-, dirigida a fortalecer el proceso permanente de formación de especialistas en Gestión del Riesgo de Desastres Naturales que, en última instancia, será esa acción estratégica que combata la reactividad y, al unísono, fomente la proactividad como medio para evitar esa actitud que cuando está presente el susto todo se quiere hacer y, cuando se va, como que el olvido se impregna hasta cuando, otra vez, surja otro susto producto de un desastre natural activado.
También, como parte de la responsabilidad compartida, es fundamental el monitoreo continuo que los organismos oficiales del gobierno central y los gobiernos locales deben hacer a lo largo del antes, durante y después de un desastre natural; siendo, por supuesto, la filosofía y acción vinculada a la prevención la que debe cruzar en ese accionar, empezando con una acción comunicativa que, desde esas instancias oficiales, se implemente dirigida al alcance de toda la población para que, así, esta tome conciencia y actúe para prevenir y, también, si ocurre el desastre natural sepa cómo responder para disminuir al máximo los peligros y, con ello, ante todo, salvar vidas humanas y de todos los demás seres vivos que habitan la Tierra.
Finalmente, por la coyuntura que se vive producto del desastre natural de los incendios en la vegetación cercana a Quito -con una alta probabilidad de ser provocados por unos criminales que buscan sembrar terror en la ciudad-, hay que resaltar el trabajo, sobre todo, de los bomberos que, incluso, arriesgando su vida buscan salvar la vida de los demás.
Total admiración, respeto y agradecimiento a esos hombres y mujeres que, para potenciar sus capacidades, también han recibido el apoyo de unidades de otros cantones de Pichincha y de otras provincias del Ecuador que, con ese ejemplo, demuestran que, como equipo, si podemos trabajar los ecuatorianos.
¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS POR AYUDAR A SALVARNOS LA VIDA!, porque ¡Un Ecuador Mejor Sí Es Posible!