Javier Vázquez
De acuerdo con el Informe Mundial sobre las Drogas de 2022, elaborado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el consumo de drogas ha experimentado un aumento del 22 % a escala global durante la última década. Este incremento fue particularmente significativo en países en desarrollo. En lo que respecta a Sudamérica, el consumo de opioides se elevó en un 58 %, tal como indica la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) de la ONU, superando el promedio mundial del 41%.
El informe destaca que Ecuador y Estados Unidos son los únicos países de América que reportan a los opioides como la droga predominante entre quienes comienzan tratamientos de rehabilitación. El consumo sin control, la automedicación y el empleo recreativo son las principales razones que llevan a la dependencia y adicción.
Los opioides son una familia de sustancias naturales y sintéticas que actúan sobre los receptores opiodes ubicados principalmente en el sistema nervioso. Los opioides endógenos, es decir, producidos de forma natural en nuestro cuerpo, son conocidos como endorfinas, encefalinas y dinorfinas. Estas sustancias desempeñan un papel fundamental en la modulación del dolor y la regulación del estado de ánimo.
El uso y abuso de opioides exógenos, como medicamentos y drogas recreativas, puede perturbar este equilibrio, llevando a la dependencia, la tolerancia y otros efectos adversos como la depresión respiratoria, rigidez muscular, estreñimiento agudo e incluso problemas cardíacos.
El Dr. Mohamed Sánchez, docente de la carrera de Medicina en la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) y especialista en anestesiología, ofrece una clasificación detallada de los opioides. Según el experto, estos se dividen en débiles y fuertes. Entre los opioides fuertes Sánchez destaca la morfina y el fentanilo. Estos son muy comunes en anestesiología y para el tratamiento del dolor severo en casos agudos o crónicos, como en pacientes con cáncer.
Por otro lado, en la categoría de opioides débiles se encuentran sustancias de empleo más frecuente. El tramadol es utilizado para tratar el dolor agudo y crónico. La loperamida se utiliza en tratamientos contra la diarrea debido a su capacidad para reducir la motilidad intestinal. Además, la codeína y el dextrometorfano son ingredientes activos comunes en jarabes para la tos gracias a sus efectos sedantes en las vías respiratorias.
El Dr. Sánchez advierte sobre los riesgos del uso inadecuado de estos medicamentos. Resalta que una dosificación incorrecta o un tratamiento extendido en el tiempo pueden generar “cierto grado de dependencia” en los pacientes. Así, el fentanilo, un opioide ampliamente utilizado en anestesiología, es señalado por el experto como una sustancia de alto riesgo debido a su potente capacidad adictiva y posibles efectos adversos graves. Según el especialista, este medicamento puede tener efectos mucho más intensos que otros opioides. “El fentanilo puede provocar depresión respiratoria, tórax leñoso y daño cardíaco. Si se administra rápidamente por vía endovenosa, puede causar lo que conocemos como tórax leñoso, que se traduce en una rigidez en la pared del tórax, el diafragma y los músculos de la laringe”, detalla.
Este fenómeno es particularmente preocupante ya que, aunque la naloxona, un medicamento antagonista, es efectivo en situaciones de sobredosis de opioides al prevenir la depresión respiratoria, esta resulta ineficaz frente a la rigidez muscular que el fentanilo puede causar.
En palabras del anestesiólogo: “en el ámbito quirúrgico contamos con agentes de acción inmediata que relajan toda la musculatura del paciente, permitiendo la intubación y ventilación, garantizando así su supervivencia. Sin embargo, en la calle el individuo no cuenta con este beneficio”. Además, enfatiza que el verdadero riesgo no es solo el fentanilo, sino su combinación con otras drogas como la heroína, cocaína y diversos compuestos químicos.
Desde 1999, en Estados Unidos la crisis de los opioides ha sido caracterizada en tres períodos, comenzando con una elevada prescripción médica, lo que condujo a demandas millonarias contra empresas farmacéuticas como Johnson & Johnson por su responsabilidad en la crisis. La segunda oleada, en 2010, se caracterizó por un incremento abrupto en sobredosis vinculadas a la heroína. Finalmente, la tercera oleada, que comenzó y ha continuado en ascenso desde 2013, está relacionada con el consumo de opioides sintéticos.
Según el CDC (Centers for Disease Control and Prevention) de EE. UU., en las dos primeras décadas del siglo XXI las sobredosis relacionadas con opioides, legales o no, causaron la muerte de más de medio millón de personas en ese país.
En 2021, por primera vez se contabilizaron más de cien mil muertes por sobredosis, de las cuales el 75 % estuvieron asociadas a un opioide, predominando el fentanilo. Este número representa el doble del registrado en 2015.
A medida que se realizan esfuerzos por controlar los precursores del fentanilo surgen nuevos opioides sintéticos como el nitaceno y el isotonitazeno que son detectados con mayor frecuencia en incautaciones de drogas e informes forenses y toxicológicos en todo el mundo. Estas sustancias, sin uso médico aprobado, pueden ser inclusive más potentes que el propio fentanilo. Por ejemplo, el nitaceno, apodado como la “droga Frankenstein”, es hasta 40 veces más potente que el fentanilo.
A pesar de las devastadoras consecuencias que opioides como la heroína y el fentanilo han causado en la población estadounidense, el Dr. Sánchez sostiene que en Sudamérica no representa una amenaza en la actualidad y espera que tampoco lo sea en el futuro. Añade que, históricamente, Estados Unidos ha sido la “cuna de la experimentación” con estas sustancias. “Lo que sucede es que ahora aparecieron las muertes, porque si a lo mejor el fentanilo no hubiese causado tantas muertes, pienso que su uso habría seguido dándose sin mayor problema”.
El anestesiólogo insta a centrar la atención en sustancias que, aunque legalizadas, pueden generar adicciones y perjudicar gravemente a la sociedad. Como ejemplo destaca el alcohol, cuyo consumo excesivo puede desencadenar problemas sociales, personales y familiares. “Históricamente nos hemos centrado en drogas ilícitas, pasando por alto aquellas legales que podrían ser el primer paso hacia adicciones más severas”, concluye.
La alarma del fentanilo que se dio en redes sociales tiene un trasfondo mucho más amplio que nos debe hacer reflexionar. Mientras que Norteamérica se enfrenta a una epidemia devastadora, en Sudamérica aún estamos a tiempo de aprender de sus experiencias y tomar medidas preventivas.
La lucha contra las drogas no es solo una cuestión de controlar sustancias sino también de abordar las causas subyacentes de la adicción. La normalización de ciertas adicciones en el entorno familiar y la facilidad con la que sustancias ilícitas cada vez más peligrosas pueden cruzar fronteras nos debe hacer replantear el enfoque. La alarma creada por el fentanilo evidencia la necesidad de abordar la problemática de las drogas desde múltiples perspectivas: familiar, sanitaria, educativa, económica y de seguridad.
UN VIEJO CONOCIDO
El fentanilo, que forma parte de las fenilpiperidinas, es un opioide sintético que usualmente se encuentra en forma de cristales o como un polvo blanco sin olor. Paul A. Janssen lo sintetizó por primera vez en 1960 buscando opciones alternativas a la morfina, estableciendo un precedente en el campo de la anestesiología y la analgesia.
Su potencia analgésica, que puede ser hasta cien veces mayor que la de la morfina, lo posicionó rápidamente como un fármaco ideal para aliviar el dolor intenso. Sin embargo, su potencia y la susceptibilidad a generar dependencia lo han transformado en un blanco para el comercio ilegal, en particular cuando se combina con otras sustancias, elevando la probabilidad de sobredosis. La cantidad de fentanilo que resulta mortal en el 50 % de los casos es cerca de 2 mg.
Según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la mortalidad causada por consumo de drogas aumentó en América Latina y el Caribe en el período 2000-2019, pasando de 0,41 a 0,45 muertes por cada cien mil habitantes.
La misma entidad indica que en Ecuador la prevalencia del consumo de cocaína es del 1,7 % de la población, siendo la segunda más elevada dentro de la región, después de Uruguay.
Las muertes relacionadas con el microtráfico en Ecuador han crecido de manera significativa, pasando de ser el 3 % del total de muertes violentas en 2019 a superar el 47 % en 2022, según datos del Ministerio del Interior. Esto significó 590 muertes únicamente en los primeros cuatro meses de ese mismo año.
Texto publicado en la revista Perspectivas de la Utpl
https://culturacientifica.utpl.edu.ec/wp-content/uploads/2023/12/PERSPECTIVAS-DIC-ENE-23-24.pdf