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17M de 2024

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Ecuador, el 17 de marzo (17M) de 2020 -hace 4 años exactamente-, inició los encierros pro aislamiento social para, con ello, enfrentar a un virus (covid-19) que, por lo que vivimos a nivel de toda la Tierra, hizo poner de rodillas al mundo; en medio de un escenario, en donde las tinieblas de la incertidumbre fue lo que predominó y llevó a tomar decisiones de emergencia para no morir en el camino y que, hoy, con mayor tranquilidad, se puede evaluar la respuesta a interrogantes como: ¿qué tan efectivas fueron esas decisiones?, ¿en qué se falló?, ¿en qué se acertó? y ¿en qué se debe mejorar para, sobre la base de lo decidido, enfrentar nuevos desafíos?

Una de ellas, por ejemplo, fue el teletrabajo que, como era obvio, pocas personas y organizaciones estuvieron preparadas para llevarle a la práctica de forma planificada. Más bien, fue un teletrabajo improvisado en donde las personas lo que hicieron fue coger un computador -siempre y cuando lo disponían-, tomar la primera silla que aparecía en la casa y, con esos dos medios, quizá, en la esquinita de una mesa empezar a teletrabajar bajo el condicionante de que, con anticipación a los tiempos pandémicos, tenían conectado internet en casa; caso contrario, en muchas realidades, la situación fue cuesta arriba incidiendo, como era obvio, en el estado emocional personal y del entorno familiar con el cual se convivía en los momentos duros del covid-19.

También se debe resaltar que, en ese teletrabajo de emergencia -cuando se evaluaba el desempeño de las personas-, incidían otros factores como el espacio físico disponible en los hogares y el número de miembros familiares que, al unísono, teletrajaban y/o teleducaban desde casa.

Otra decisión fue el aislamiento social total que, luego de cuatro años, se va evidenciando que está pasando factura a la salud mental de las personas. Pero claro, en esos momentos pandémicos duros, esa medida sirvió para evitar que el virus se propague a niveles que, por las circunstancias de pandemia declarada, lleven a colapsar los servicios de salud de los países y, así, la mortandad se hubiese multiplicado por varias veces.

Sumado al aislamiento, como complemento clave, se logró difundir y concienciar -como parte del cambio del comportamiento humano de esos instantes- la necesidad del uso de la mascarilla y toda una serie de desinfectantes más, por supuesto, el lavado de manos; lo cual, en poco tiempo, se fue convirtiendo en un medio de defensa que, colectivamente, ayude a enfrentar a una pandemia que no estuvo en el radar de planificación de ninguna persona, organización o país del mundo.

Para contrarrestar el frenazo productivo, desde el lado gubernamental, se establecieron leyes de emergencia para enfrentar una crisis que, por su magnitud destructiva, iba derribando empresas y, sobre todo, empleos que, al final -en medio de despedidos y/o reducciones de jornada laboral con menor salario-, de a poco, fueron empobreciendo más a una población que, desde antes de la pandemia, ya tenía la necesidad y pedía permanentemente el surgimiento de nuevas oportunidades laborales.

Este escenario de escasez de empleo digno, lamentablemente, luego de cuatro años pandémicos, sigue siendo una factura costosa que aún le continúa pagando la población -principalmente los más jóvenes-, ya que, hasta estos instantes, el tejido productivo no tiene una recuperación real pospandémica que ayude a la reactivación de la economía nacional; pues, más bien, con el surgimiento de la guerra entre Rusia y Ucrania, la complicación de los efectos negativos del cambio climático global, el conflicto de Israel en la franja de Gaza y, por supuesto, la explosión de la inseguridad interna en el Ecuador han hecho que la recuperación productiva se vuelva mucho más lenta.

Toda esta situación acumulada y potenciada con el covid-19, en última instancia, ha generado sendos latigazos al tejido social que, por su magnitud, le han ocasionado  serias lesiones expresadas en el desempleo, pobreza y mayores brechas multidimensionales que van complicando la inequidad socioeconómica.

De ahí, no es raro que, ante la complicación de la situación económica y social, se haya ido creando el terreno fértil para que emerja, con fuerza, la inseguridad, en donde, en épocas de los encierros duros, los grandes beneficiados fueron la delincuencia organizada y la común que vieron, a esos momentos de incremento de las necesidades colectivas -salud y empleo, principalmente-, como el tiempo propicio para fortalecer su accionar a través de la filtración en los territorios abandonados por el Estado mediante la oferta de recursos a cambio de que la población se vaya incorporando, de a poco, a  actividades que están fuera de ley.

En definitiva, haciendo un balance de los cuatro años últimos marcados por un antes, durante y después de la pandemia covid-19, se puede afirmar que se han acumulado a nivel personal y/u organizacional malos hábitos que hay que eliminarlos; buenas prácticas que se hacían antes del 17M de 2020 que hay que recuperarlas y, por supuesto, fortalecer aquellos espacios de la vida que emergieron y, ahora, son considerados como avances que se aceleraron debido a que el miedo e incertidumbre del covid-19 estimuló al ser humano a idearse, creativamente, formas de vida diferentes para no morir en el camino.

Finalmente, es importante reconocer que, al 17M de 2024, se está todavía como preocupaciones centrales, por un lado, en el proceso de recuperación de lo perdido desde 2020 -siendo lo más relevante la producción que se perdió y el tejido social duramente golpeado- y, por otro, en el fortalecimiento del desarrollo de capacidades para enfrentar los nuevos desafíos que han ido surgiendo luego de los cuatro años pandémicos. Por ejemplo, una digitalización acelerada acompañada de la inteligencia artificial (IA) que, a pesar que esta última surgió a comienzos de 1950, va marcando, con mayor intensidad, el rumbo por donde está yendo el mundo actual.

 

 

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