La pulsión documental, libro escrito por Christian León, hace una detallada y profunda radiografía de lo que ha representado la producción del cine documental en Ecuador. La publicación plantea la importancia del cine documental para cinematografías emergentes, periféricas y plurinacionales como la nuestra.
El libro plantea un viaje por el cine de lo real producido en el Ecuador pasando por el documental social, documental histórico y de memoria, el cine comunitario y militante, el filme autorreflexivo, el documental en primera persona, el autobiográfico, el diario íntimo, la teatralización del yo, el falso documental, el docu-ficción y el documental experimental. Todos estos estilos han sido abordados por una nueva generación de documentalistas ecuatorianos que han entretejido historias, que podemos y debemos hacer, alejadas del mercado y el espectáculo.
En el Ecuador, los documentales han ganado en interés, muchas veces por sobre la producción de ficción. Es evidente que el público está ávido de historias reales, de aquello no se profundizó en medios -cada vez más alejados de investigaciones profundas- ya sea por la inmediatez de la noticia o por historias incómodas para el poder. Como cita el autor, los documentales “visibilizan los grandes vacíos existentes en los relatos de la nación, reinsertar todo aquello que ha sido marginado por el discurso oficial y en los medios” (pág. 138).
Es importante reconocer que en este crecimiento sostenido del cine documental, se dio gracias a una lucha de un grupo de cineastas que lograron afianzar la ley de cine, lamentablemente derogada. En esta fragilidad se encuentra el cine documental, en una carencia de marcos legales e institucionales que afiancen y aseguren políticas culturales para el crecimiento próspero de la producción cinematográfica nacional. En Ecuador, se sigue haciendo cine, pese a la desaparición del Consejo Nacional de Cinematografía (CNCINE), que muchos reconocemos dio un impulso importante para visualizar nuestras historias. La absorción de esta institución por parte del (Instituto de Fomento a la Creatividad y la Innovación (IFCI), ha sido un fuerte revés para cientos de productores.
Pese a todo, el cine documental sigue luchando a contracorriente y ha podido crecer en número importante año tras año. De eso da fe uno de los festivales más importantes que se han consolidado en el Ecuador, y para mí y para muchos una verdadera Escuela. Hablo del Festival Encuentros del Otro Cine (EDOC), el cual Christian León también lo destaca en su libro. Recuerdo que por los EDOC decidí estudiar dirección de documentales. Muchos aprendimos, absorbimos estilos de narrar, imágenes, sensibilidades, encuadres, silencios, miradas, que nunca habíamos imaginado hasta verlas. Esto nos impulsó a muchos a querer narrar nuestras propias historias, a darle voz a nuestras imágenes. Recuerdo que en sus inicios únicamente veíamos todas las pelis que venían de afuera. Hoy hasta 20 documentales ecuatorianos forman parte, año tras año, de la programación de los EDOC, y estoy segura de que esto seguirá en aumento, pese a las dificultades del fomento a la producción. Lo importante la honestidad de lo real y eso es lo que ha pesado en la producción de cine documental ecuatoriano, destacando incluso sobre la ficción. Como dice León: “las narrativas documentales han alcanzado una mayor madurez y formalización que los formatos de ficción” (pág. 137). En el campo documental es donde se han hecho las mayores apuestas estéticas, políticas, creativas y narrativas del cine ecuatoriano. La propia realidad nacional es la que hace del cine documental una vertiente diaria de narrar historias, relatos que, como sostiene el autor, emergen de la fragilidad de la vida, la crisis social, la falta de recursos y la pluralidad nacional.
El documental ecuatoriano ha realizado un viaje desde los años 80, cuando adquirió al aire antropológico, para luego ir hacia el cine personal, el de autor, el de la autobiografía, el falso documental, la docuficción y el experimental. De las crisis nacen las oportunidades. Y la crisis de los años 1999- 2000 (con el quiebre de bancos y dolarización), permitió un giro de vuelta al cine documental, como cuenta el autor. De que otra manera podemos contar nuestras crisis, si no desde nuestras realidades más profundas, sin reflectores, sin claquetas, sin encuadres sofisticados o artificiosos.
Este libro me emociona, porque es la primera recopilación detallada, sensible, que nos ofrece un viaje por la corta, pero a la vez honesta historia, del quehacer documental en Ecuador. Un documento con una investigación minuciosa, que se convierte en una base de aprendizaje, memoria y aliento para todos aquellos que quieran estudiar, profundizar y emprender proyectos documentales. Ojalá yo hubiera tenido este libro valioso en mis manos cuando fui estudiante, para reconocerme en la historia y los procesos creativos que han sostenido tantas manos, tantas miradas en este país. Íbamos a ciegas en esa época, o solo evocando lo que ya se estudiaba afuera. Hoy hay masterados en documental en el país, hoy se piensa en clave documental y sin duda este cine se ha convertido en piedra incómoda para muchos; aliento y memoria para otros, resistencia y cambio de mentalidades para muchos otros.
No podemos cambiar el mundo, pero si algo cambia en la mente de tan solo uno, ya hemos hecho lo suficiente. Recuerdo en una de nuestras proyecciones en cines de mi documental Con mi corazón en Yambo, se me acercó un policía joven, vestido de civil… me dijo: “Yo le prometo que no voy a ser como esos policías que vieron en su documental”. Con poder cambiar la mente de un solo agente, una sola mente, sentí que todo valió la pena. Luego casi 11 años del estreno de Con mi corazón en Yambo, el hecho de aún presentarlo en escuelas, en univerisdades, me conmueve profundamente, porque es el signo más palpable de que la memoria jamás muere.
Le agradezco a Christian León por su memoria insistente, su necesidad vital de retener imágenes, relatos, fragmentos, números de escenas con una abrumante exactitud. Digo como se dio el tiempo de ver todos estos filmes que incluye en su libro, y hacer una disección tan exacta y un análisis tan profundo y sensible en cada uno de ellos. Debo confesar que ni siquiera yo sabía que mi película tenía 54 escenas. Agradezco por esa dedicación y tiempo a nuestro trabajo, el de los documentalistas.
El pasado está vigente, mientras esas heridas no se sanen, los documentales seguirán siendo la gota de agua incesante en la indiferencia del poder de turno. Increíble reconocer, aprender en este libro, que más de 60 documentales han intentado rescatar parte de la historia nacional de los últimos 50 años, escrita a medias. Ahora con más fuerza el público quiere reconocerse y como dice Christian León: “asumir la responsabilidad con en ese pasado”. En otras palabras, los documentalistas intentamos ahora regresar sobre las ruinas a través del lenguaje del cine. Lenguajes que miran hacia la historia familiar, que de algún modo envuelven las memorias universales o historias nacionales, donde se reactiva el debate de temas que fueron silenciados o callados, memorias que trabajan traumas individuales y colectivos, la migración, los cineastas olvidados, la musicalidad, las luchas por la tierra y el medio ambiente, todo eso que nos conforma como individuos que reconstruimos piezas rotas de un pasado para reconfigurarnos en un presente con más sentido, o al menos evitando el olvido.
Hoy existen cientos de documentalistas recabando la memoria. En este libro, Christian León analiza y disecciona profundamente la mirada y documentales más representativos de más de una decena de documentalistas, históricos e imprescindibles documentalistas como Pocho Álvarez, Fernando Mieles, Darío Aguirre, Carla Valencia, Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera, Yanara Guayasamín, Paúl Narváez, Javier Izquierdo, Isabel Dávalos, Mauricio Samaniego, Iván Mora, María Cristina Carrillo, Gabriela Calvache, Alexandra Cuesta, Cristina Mancero, Joshi Espinoza, Mauricio Velasco, entre otros. Cada uno de estos cineastas cuenta con un estilo único, potente, que ha refrescado desde su mirada distintos tipos de hacer documental, lo cual convierte a este libro en un referente donde constantemente los jóvenes universitarios, catedráticos, autodidactas y amantes del cine documental volverán una y otra vez a refrescar su propia mirada y conocimientos.
Los desafíos, como apunta León, aún estan en la distribución, exhibición, fomento a la cultura cinematográfica. Pulsión viene de latido… el latido de la memoria, el latido de un país. El latido que también es pulso de un país que sistematicamente ha renegado de la memoria, que ha preferido a toda costa evitar verse en ese espejo nacional un tanto sucio, un tanto clasista, homófobo, xenófobo, violador de derechos fundamentales. He ahí donde los documentalistas mediante un inusitado giro subjetivo en el arte documental intentan frenar los estigmas, las etiquetas, las imposiciones, el estatus quo, he ahí donde se rescatan a los marginales contra el poder, he ahí donde toman partido y donde el documental en Ecuador emerge como esa balsa que salva la vida del olvido.
La pulsión documental. Audiovisual, subjetividad y memoria
Autor: Christian León Mantilla
Ciudad: Quito
Casa Editorial: Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador/Editorial El Conejo
Año: 2022
Número de páginas: 310