Queridos colegas y amigos,
Como ustedes saben, he sido la responsable de la edición de esta publicación del CID, de este objeto-libro que algunos ya tienen en sus manos y que he llamado “objeto factor actual”. Ahora que lo veo, la cuestión no está alejada del Seminario 7 de Lacan, La Ética del Psicoanálisis, seminario al que nos abocamos Antonio y yo, y algunos participantes del CID en el 2020. Nos abocamos con hambre, con hambre sublimada, pues como diría Lacan: no es el libro el que nos llena el estómago; pero el libro me deviene, y para que esta operación pueda ocurrir, hace falta un pago (p. 383). El objeto, el bien, es el que puede servir para pagar el precio del acceso al deseo.
Lacan define al deseo como la metonimia de nuestro ser, que corre por debajo de la cadena significante (p. 382). “Comer el libro” es la metonimia-más-extrema, y confronta lo que Freud nos dijo que no es susceptible de ser sustituido ni desplazado: el hambre, con algo que no está hecho para ser comido: un libro. Comer el libro es un cambio no de objeto sino de meta, asegura Lacan.
¡Al fin salió el libro de Toni!, exclamó mi hija Ayelén. Y sí, este es el libro de Anthony, es del seminario, es el que marca el tono, el tonito de una transferencia de trabajo con los muchos aquí presentes y conectados. Lo que todavía no sabemos es qué dará este libro cuando sea “enteramente” comido.
- Apuntando a una extimidad tímida, ¿qué puedo esperar?
Hicimos una convocatoria conjunta con el CIEDD, la NEL y la carrera de psicología, siendo que estamos aquí en una universidad de vacaciones: en un espacio de saber vaciado, en un terraplén de goce… Gracias por volver a este lugar que alojó la enseñanza de Antonio Aguirre, aun cuando ese “volver” siempre tenga algo de siniestro. Este espacio vacío es propicio para hablar sobre la ética del psicoanálisis, para esforzar un bien-decir ético que se escribe desde la soledad, al atravesar una experiencia radical que es un psicoanálisis orientado por lo real: una experiencia que no ahorra al analizante el sentimiento de desamparo y el desasosiego absoluto, que es en sí la experiencia inaugural del ser hablante. Los sujetos nunca están lo suficientemente preparados para las contingencias, ni las pérdidas súbitas sinsentido.
Freud en El malestar en la cultura precisa que no hay nada dispuesto en el macrocosmos ni en el microcosmos para alcanzar la felicidad. De hecho, del microcosmos surgió la pandemia: de esos virus que, como dijo Antonio: “ninguna amenaza impresiona”; pero, que pusieron en marcha un sistema de control biopolítico, al que él apuntó en cada ocasión, como dirían los jóvenes: para que no se “normalicen”. Con el fondo de esta distopía de pesadilla inverosímil, —tema para el Congreso de las Cosas Difíciles de Explicar de Bellatin—, resuena una pregunta que me hizo una joven hace pocos días: “es la primera vez que vengo [al analista], ¿qué puedo esperar?”. Ella resultó kantiana.
Ella experimenta pesadillas que la despiertan y la llevan a la cama de su madre. Ella, en esa Otra escena del inconsciente, en un gesto de bondad saca a un gato —muy parecido al de ella— de una alcantarilla sin tapa, y luego ese gato abre la boca inmensamente para devorarla. Podemos leer la escena desde lo que recupera nuestra publicación, Marco Gutiérrez revisa el apólogo del mendigo, del mendigo desnudo, que quizás no mendiga ropa sino otra cosa; entonces, quizás en lugar de sacar el conejo del sombrero/ al gato de la alcantarilla, se debía más bien ponerle la tapa a la alcantarilla, así como el padre debe colocar —al decir de Lacan— una traba en la boca del cocodrilo. O, en un gesto extremo: le damos al gato un libro para comer. Al final del día, un gato muy parecido al-de-ella, bien puede ser… ella.
Haya o no gato encerrado, hay un movimiento subjetivo por el que esta joven pasa de buscar el amparo en el Otro materno —auténtico das Ding—, a buscar una interpretación donde un analista mujer, que sólo presentifica das Ding. Y, qué es Das Ding, la Cosa freudiana, sino el asunto central y excéntrico del seminario, el vacío central que hace decir a Lacan que “existe lo bueno y lo malo y después existe la Cosa” (Seminario 7, p. 80). Allí se toma una elección real, sin garantías, en la más absoluta soledad como la del héroe impunemente traicionado, y apelamos a él, porque como dice Lacan: “en cada uno de nosotros, existe la vía trazada para un héroe y justamente la realiza el hombre común” (p. 380). Nuestro héroe es ese analizante al que el analista deja al pie del cañón, porque se abstiene de darle solucionando, —como dicen en las alturas—: se abstienen de darle, “en un movimiento de depuración”, diría Javier Rodríguez.
El acto analítico conlleva la pregunta por cómo actuar sin seguir los hábitos ni los “ismos”, un acto que es sin temor ni compasión; pero, quizás con la angustia que puede suscitar atestiguar el dolor del otro, como advierte José Altamirano, afecto que nos lleva a controlar la práctica clínica porque: ¿qué bien buscan en relación a su paciente? Esta fue una pregunta de Lacan que trabajamos ese año en el Seminario. Incluso, Mauricio Orrala destaca en su lectura de Dostoievski, que ante el sólo retrato de una mujer que denota experimentar una desgracia, puede desatarse hasta en un príncipe una infinita piedad, sufrimiento y horror (El factor actual…, p. 164). Es entonces cuando pueden aparecer imperativos extraños, crueles, paradójicos, pero también las preguntas por la causa, por el consentimiento, por la responsabilidad, como lo trae Gabriela Játiva.
En este punto crucial les recomiendo leer la Clase Inaugural del Seminario, la que titulé: “¿Quieres lo que deseas? Los dos imperativos, uno del superyó y el imperativo original del psicoanálisis”. El imperativo del psicoanálisis contraría otros imperativos que empujan al sacrificio propio o de los otros. En el último texto del libro, destaco la interpretación-invitación a apuntar mejor hecha a Antonio por un analista del Campo Freudiano: apuntar mejor en el terreno psicoanalítico y no en la revolución intimidante y sacrificial. Ya en esa vía, Antonio Aguirre apuntó sobre la posición analítica en Seminario del 2020:
“No se trata de que ustedes están en posición analítica cuando hacen las interpretaciones acertadamente, eso es importante; no es que ustedes están en una posición analítica, necesariamente, cuando sostienen una transferencia (…) [Tampoco] cuando (…) perciben, —por lo menos, teóricamente—, a dónde deben apuntar (…) la teoría del sinthoma, por ejemplo”. “Cuando ustedes están en esa posición del das Ding, cuando tienen presente el das Ding, están ustedes en una posición que podría llamarse analítica”[i].
Jacques-Alain Miller precisa que no hay clínica sin ética, y más allá de la táctica interpretativa, de la estrategia transferencial, del background teórico, a lo que apunta Antonio es a una ética-política que no olvida el das Ding; siendo que, el das Ding tampoco se deja olvidar, eso retorna en las pesadillas (como las que acabamos de ver). Pero Antonio, además, se refiere al analista como éxtimo en la Escuela, leyendo la aparición contingente de lo más familiar y siniestro. Éxtimo, que apunta a la causa del deseo en la Escuela y la interpreta con una voz del medio-decir, tímida; diciéndonos que practicar la “extimidad tímida” es muy difícil, que será necesario leer estas voces que dicen entrelíneas y que envuelven esa escena articulada e indecible. El asunto complejo es que lo que participa de lo extraño, lo ajeno, es a donde apunta el odio más primitivo.
- Docilidad a la Estiloética y un dócil deseo de duelar
Escribí unas líneas para convocarlos esta noche y uno de los párrafos dice así: “Esta publicación en la que he estado trabajando desde antes de la partida de Antonio Aguirre, recoge sus textos, los míos, las producciones del Seminario del CID que sostuvimos en el año pandémico 2020, más un epílogo que debí agregar”. A esto le agregamos las clases primera y última de este Seminario, que debió ser dictado por Zoom, y que establecí del mejor modo posible, en tanto “psicoanalista-editora dócil a la letra” [ii], como formalicé en el lanzamiento de la revista-libro F-ilia 5 en la que participé como editora adjunta. Hoy debo agregar que he sido también dócil al estilo. Lo explico.
No-todos los textos aquí reunidos son del 2020, hay un producto de un cartel de Antonio sostenido entre 1989 y 1990, titulado Estiloética y publicado en Vórtice, que él evocó una noche al final del seminario: ¡un día escribí un texto que se llamaba Estiloética! Lo busqué y lo encontré para esta publicación. Les comentaba en el cartel este martes, —en esta mesa están dos de esos cartelizantes, Heéctor y Javier, los otros dos son Carlos Quezada y Fabián Mosquera—, que ese texto es fundamental para entender el pasaje de Antonio Aguirre de psicoanalizante a psicoanalista. El asunto, por entonces, es que él nunca iba a calzar y no quería calzar tampoco, en un “estilo analítico”, que a lo único que hacía señas era a la identificación con EL analista, lo que él inconsiste en su momento, llamando a eso: “ideales-supuestos-analíticos”.
Cuando se rehúsa la vía del ideal, se presentifica el das Ding, lo cito: “el analista siempre tendrá algo que no será amable ni pacificante y que lindará incluso con lo siniestro. No es una exageración que Freud hablara de la peste” (El factor actual…, p. 30). Pienso que esa línea del 89-90 es una anticipación a lo que planteó ahora, en el 2020, como “analista éxtimo”.
Antonio en ese texto formaliza la cuestión ética propiamente dicha: ¿A dónde conduce un psicoanálisis? ¿En qué queda convertido aquel que hizo la travesía completa de su análisis? Da cuenta de lo incomparable, respondiendo que la medida ética sólo puede ser dada en la relación del hombre consigo mismo, no con ningún estándar, lo que el amo no acepta. También se refiere a la vanidad, el egoísmo, la esterilidad mediocre… para decir que no son ajenos a los analistas. Que el analizado, no necesariamente ostentará una vida plena sin engaños, cuestionando que los analistas pretendan aportar un ejemplo de bien. Entonces, sumamos otro duelo porque no será un hombre nuevo lo que aporte el psicoanálisis, tanto como no agregó ninguna nueva perversión al catálogo de las perversiones.
La debilidad humana lleva a ceder el deseo por los bienes, acarreando tristeza y culpa. Al final del análisis, la reducción del volumen de los ideales permite acceder a un deseo advertido; entonces, ¿cómo se vive la pulsión cuando se ha atravesado la fantasía radical? (Lacan, Seminario 11). Antonio dirá que no hay ningún mandato, regla o principio de conducta, porque si uno decide pasar al lugar del analista será ocupando el lugar de objeto. Al desnudar la pulsión de su imaginarización y de su padecer, es cuando vemos surgir en su texto el deseo del analista y un bien-decir que no se desboca, aunque aún allí Antonio advierte de la coartada altruista que haría creer que al final del análisis aparecerían la decencia, la honradez, la franqueza y la lealtad, pero dice irónico que quien sabe algo del núcleo de su ser, sabe que eso no se parece a la pascua. En su prólogo, Susana Dicker, directora del CID Guatemala, lo secunda: lo que brota es ese obtuso y obsceno objeto que encausa el deseo.
Antonio se decidió por el Campo Freudiano, y ya en el seminario buscó tramitar asuntos inquietantes en la Escuela del 2020, aún en el caos generalizado por la pandemia. En La última clase que titulé: “¿Por qué necesitamos de la institución analítica? Porque la institución analítica quizás no necesita de nosotros”, Antonio allí desdeña la posición de los “psicoanalistas vagabundos, erráticos”, llamando al lugar donde las cosas se discuten en grande [en la Escuela] en pequeños grupos [en carteles]: en “convergencia vectorial, para estar en esa tensión del deseo, porque no es una meta que se logra, sino un camino… de pequeñas verdades a pequeñas verdades” (El factor actual…, p. 127). Esta cita también la tomó la directora del INES, Viviana Berger, en sus palabras de apertura.
Antonio apostó por una Escuela del pase, pero ¿podríamos decir que él como Lacan pasó haciendo el pase en el seminario, desde el factor actual? Es una conjetura. Sobre lo actual, Gustavo Zapata destaca su jovialidad en “Antonio, el joven”, texto recopilado en el libro. Montalbetti testimonia cómo contados encuentros pueden tener secuelas hoy. Para Antonio la práctica analítica es el factor actual de ese deseo que tiene sus antecedentes, su serie constitucional y disposicional. Deseo que no debe cederse, ni por temor ni compasión a tontos y canallas. Ante estas declaraciones fuertes, lo que me ha sorprendido en esta nueva lectura que hago, —cuando el libro ha sido publicado, cuando tengo el libro en las manos—, es lo de la timidez: rasgo que hoy destaco.
Agradezco el no ceder al INES, al CID Guayaquil y su directora Mayra de Hanze, a Cadáver Exquisito Ediciones, a la UArtes Ediciones y a la serie-seria de participantes del seminario que, como Andrea Robles y Gabriela Játiva, me han acompañado en la elaboración de este libro, en la labor de duelo, como dice la poeta María Paulina Briones. Lacan se remite a Duelo y melancolía en el Seminario 7 para decir que el duelo se aplica a un objeto incorporado, a un objeto al cual uno no le desea demasiado el bien, tratándose de ese ser amado, que hizo esa porquería de dejarnos…
Al duro deseo de duelar le contesto con un dócil deseo de duelar. Pienso que es un esfuerzo válido de hacer avanzar lo que Freud dijo sobre el duelo: que era un trabajo, que todo el mundo se lo quiere ahorrar con medicación, pero no: es un trabajo. Así, pongo el “deseo” sobre el “trabajo”; y contrarío la dureza con la timidez y la docilidad. Contesto al “Tú debes, incondicional”, desde la docilidad de un deseo femenino que arraiga en lo actual.
Queda este libro exquisito, actual, para el banquete de los analistas y de los no analistas.
[i] Pequeño video grabado de una de las clases del seminario.
[ii] https://dialoguemos.ec/2022/09/un-psicoanalista-editor-docil-a-la-letra/