En los próximos días se realizará el II Coloquio Internacional Visualidad y Poder: “Producción y consumo de cine y series en plataformas streaming” organizado por el Área de Comunicación, su Maestría en Comunicación, mención Visualidad y Diversidades, y la revista académica URU de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. Esto será el 30 de noviembre, el 1.º y el 2 de diciembre, vía Zoom previa inscripción para los oyentes-participantes (el enlace es: bit.ly/3GWfrTG). El evento contará con alrededor 18 ponentes procedentes de distintas universidades internacionales y nacionales (el programa se puede consultar en este enlace: bit.ly/3BV3HwX).
A propósito de este Coloquio cabe una reflexión precisamente sobre el tema del presente año: “Producción y consumo de cine y series en plataformas streaming”. ¿En qué medida el cine y las series, que se han vuelto populares en las plataformas como Netflix, HBO, etc., están cambiando la percepción de los públicos sobre los productos audiovisuales?
Es importante darse cuenta que, con el fenómeno de la pandemia, en efecto, las denominadas plataformas streaming –es decir, contenidos que, ahora digitales o productos digitalizados se distribuyen o son vistos en internet–, han tomado relevancia toda vez que el confinamiento colectivo obligó a personas y familias a adquirir los servicios que ofrecían películas y series. Si antes tales plataformas empezaron a popularizarse, poniendo en riesgo la vigencia de las salas de cine, con la pandemia de hecho fue casi una necesidad el suscribirse para ver diversidad de contenidos. Dichas plataformas, en este contexto, al mismo tiempo debieron cambiar sus estrategias de programación al mismo tiempo que adquirir, más allá de sus propias producciones, paquetes de películas y series para satisfacer la demanda. Esto, sin duda, permitió en cierta medida también que haya un aumento del acceso de internet en varios países e incluso la multiplicación del ancho de banda para que los contenidos audiovisuales no se queden a medio camino de su visionamiento.
Pero no solo ello, en la medida que las plataformas streaming ya exigían otras condiciones técnicas para la producción y distribución de películas y series, a la par de estipulaciones ligadas igualmente al multiculturalismo, muchos directores de cine y productores debieron volcar su atención a realizar contenidos aprovechando justamente la digitalización.
El nuevo fenómeno del streaming
En cierto sentido, se puede decir que el rostro del cine ha cambiado. Aunque la tecnología digital no es reciente y ya había permitido una transformación de la industria cinematográfica, ahora se siente más tal transformación si pensamos en el trabajo de Martin Scorsese, el cual realizó una película para Netflix, la reciente y recordada El Irlandés, filme de 3 horas y media, donde además se permitió “rejuvenecer” digitalmente a sus protagonistas encarnados por Al Pacino, Robert De Niro y otros más. Tal película, contra una discusión que ya se estaba dando antes de la pandemia de si es cine lo que aparece en internet, puso en entredicho dicho debate más aún cuando fue nominada a diez categorías del premio Oscar –aunque no ganó ningún premio–, y obtuvo varios premios de los círculos de críticos norteamericanos. Con anterioridad Netflix ya había llamado la atención en los premios Oscar con varias de sus películas, sobre todo cuando Roma del mexicano Alfonso Cuarón cosechó galardones, y recientemente, en el 2021, cuando dicha plataforma tuvo un buen número de títulos nominados a dicho premio, siendo cuatro los que obtuvieron premios en distintas categorías. Dicho de otro modo: si antes el cine era para grandes pantallas, para salas colectivas, donde se disfrutaba quizá de mejor modo los planos, el color, el sonido, la trama misma, hoy todo ello parece deslucido cuando el acto de ver cine en una casa, gracias a internet, implica acudir a cualquier dispositivo como un televisor e incluso un celular, además de cualquier espacio iluminado y sujeto a los avatares de otras “contaminaciones” como llamadas telefónicas, ruidos de la calle, conversaciones con los familiares, etc.; el arte estético que definía a las memorables películas de antaño para muchos críticos, se está olvidando, por lo cual los productores y realizadores enfatizan más los efectos especiales, los efectos de sonido, apelando a las técnicas televisivas que definen a las series.
Scorsese más recientemente ha vuelto a Netflix con una serie cuyo título es: Supongamos que Nueva York es una ciudad, documental biográfico, esta vez apelando a la estética de las series de televisión, aprovechando a una humorista, Fran Lebowitz, su protagonista. En otras palabras, contra viento y marea, cuando el cine intenta recuperar las salas de cine, muchos de sus directores saben que las apuestas no están solo allá, sino también en las plataformas de internet. Un caso similar podría ser el de David Lynch con su cortometraje What Did Jack Do?, el cual, por otro lado, ya había montado un canal de YouTube: David Lynch Theater desde 2018, el cual hasta la fecha cuenta con algo así como 315,000 suscriptores. Podríamos ampliar los ejemplos, pero por ahora pienso que los mencionados son ejemplares.
En todo caso, si las apuestas están más allá de las salas, es porque los hábitos de los espectadores han cambiado, quizá impulsados por las transformaciones tecnológicas, el mismo rol que hoy en día desempeña internet en la cotidianidad urbana, además del acelerado ritmo que se vive por efecto de la vida consumista.
Comportamientos de visionamiento
Lo primero que se debe resaltar respecto al consumidor de productos audiovisuales en el contexto de las plataformas streaming es que este tiene un amplio menú de posibilidades para seleccionar y ver, además con costo reducido. Este hecho ha permitido enfrentar, por lo menos en Ecuador y en muchos países latinoamericanos, el mercado de la piratería de películas. Con todo, el espectador tiene para sí una amplia selección de contenidos con los cuales puede lidiar su día a día. La consecuencia de ello es que se ha vuelto casi común el término “maratonear” con series disponibles en plataformas y hasta con películas que los consumidores escogen. Tener acceso a cientos de contenidos audiovisuales si bien es una posibilidad interesante, además mapeada ahora por lo algoritmos que “sugieren” a los espectadores películas o series ligadas a sus preferencias o perfiles, por otro lado, también supone una farragosa navegación por productos culturales que, si bien se empieza viendo, al cabo termina desalentando a algunos espectadores que son más exigentes.
El segundo aspecto, derivado de lo anterior, es precisamente el mapeo de gustos y preferencias que elabora “tendencias” a las cuales muchos de los espectadores se adscriben. Las tendencias, claro está, implican selecciones algorítmicas, pero también selecciones de mercado para hacer que los consumidores terminen imbuyéndose en determinadas series y películas con tramas de diversa índole. Sin embargo, las tendencias no necesariamente muestran argumentos de calidad y más bien exacerban temáticas o contenidos para hacer que se “hablen” de ellas en las redes. Una cuestión interesante al respecto es que el trabajo del crítico especializado se enfrenta con la crítica o el comentario a veces visceral o subjetivo de muchos espectadores. Las redes sociales se han convertido, en este marco, en un sugestivo aliado para que la tendencia de las plataformas derive en una especie de “conversación” que demuestra y ayuda a comprender hábitos, formas de pensamiento, gustos e incluso inclinaciones de los espectadores. Hay quienes piensan que lo que circula en las redes sociales no es consistente o contradice incluso valores sociales o morales constituidos con respecto a lo que se ve en las plataformas. Sin embargo, se puede contraponer lo que dicen los críticos frente a una especie de opinión pública formada por individuos que más bien demuestran ser especialistas que derivan en fanáticos.
Un tercer aspecto es el relativo a la procedencia de las producciones. Es evidente que se ha pasado de ese momento en el que los públicos eran “obligados” a ver lo que las cadenas y programadores decidían en forma restringida. La sobrecarga del cine norteamericano en las antiguas programaciones de salas de cine e incluso de las pantallas de televisión, en las plataformas streaming tiene ahora un sesgo particular: se puede ver películas y series de distintos países del mundo. No podemos decir que entre ellas brillen las obras de arte –aunque siempre hay alguna excepción a la regla–, pero quizá ya es suficiente considerar que en la programación se puede apreciar obras de India, Rusia, Polonia, Malasia, Indonesia, Hungría, Sudáfrica, etc. De Latinoamérica el menú se ha abierto a varios países cuyas cinematografías nos eran conocidas apenas si había exhibiciones en alguna cinemateca o sala de arte; sin embargo, nos preguntamos por qué aún no están otras cinematografías como la ecuatoriana o la boliviana, por ejemplo. Fuera de este panorama, con todo, digamos que, si el espectador tiene variedad de opciones y, entre ellas, filmes y series de países múltiples, la posibilidad de conocer sus imágenes y, con ello, sus representaciones culturales o vivencias procedentes de lugares variopintos, es una interesante oportunidad para acercarse a tales cinematografías. Las plataformas personifican el multiculturalismo llevando a los espectadores a formarse mejores opiniones de países con sus cinematografías que tienen cánones que a veces difieren de los ya conocidos.
Digamos un último asunto respecto al cambio de hábitos frente a las plataformas; es algo que ya se sugirió antes: el visionamiento determinado por diversidad de elementos que evitan la concentración ante las tramas o argumentos de series o filmes. La conducta fragmentaria de visionamiento por parte del espectador si bien podría ser problemática, al mismo tiempo demuestra que la gente escoge el tiempo para ver lo que le interesa. Por ejemplo, El Irlandés de Scorsese supone ver 3 horas y media en una sala oscura; por el contrario, mucha gente en Netflix la vio viendo por partes, a veces una hora cada día o una hora luego de hacer otras tareas. Hay quienes a la media hora o más debieron abandonar la película y cambiarla por otra más dinámica, con “más acción”. El visionamiento fragmentario tiene que ver con la conducta que se tiene ante internet y la misma computadora, donde se puede abrir diversidad de ventanas o pantallas y estar si bien simultáneamente conectados, al mismo tiempo selectivos frente a los contenidos que se encuentran cuando se rastrea la programación. Incluso hay amigos y amigas que cuentan que, ante una serie o una película, usando el control remoto, hacen forward, es decir, adelantan secuencias de tal modo que si una obra tiene 2 horas, la visionan en 30 minutos. O lo contrario, si la serie o la película “no agarra”, es abandonada a los 10 minutos más o menos. Si alguien pregunta a ciertos espectadores si han visto tal o cual película o serie, la respuesta puede ser afirmativa, aunque no reflejaría necesariamente la comprensión del producto cultural.
Las plataformas streaming, por lo visto, es un dominio de observación y de estudio. Aunque los espectadores se preocupen más por la diversión, sin duda, muchos estudiosos han comenzado a interesarte por el nuevo fenómeno emergente en el contexto de internet. En Ecuador el II Coloquio Internacional Visualidad y Poder: “Producción y consumo de cine y series en plataformas streaming” de la Universidad Andina Simón Bolívar quizá sea un hito que abra el interés para dichos estudios.