La humanidad entera sabe -sobre la base de la evidencia real vivida a partir de la experiencia, en carne propia, del covid-19- que, con la naturaleza, no se juega. En el caso de pandemia global actual, por ejemplo -como una de las hipótesis más pronunciadas-, se ha ido afirmando que, cuando a los animales se les afecta en su hábitat natural -alteración del equilibrio medioambiental-, se pueden generar virus complicados en términos de las afectaciones letales hacia la sobrevivencia de los seres humanos.
De ahí, no es raro que, en este 2021, se han profundizado las preocupaciones de organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre los graves problemas que giran alrededor de tres ámbitos del quehacer global: la pandemia, la economía y el clima. En el caso del último, lo que antes parecía un conflicto entre tesis de activistas ambientales, científicos especializados y todos los movimientos negacionistas políticos-económicos del cambio climático global, ahora la naturaleza, por su propia cuenta, está manifestando su resentimiento acumulado mediante evidencias reales expresadas con el surgimiento de graves desastres naturales que son de conocimiento público.
Por ejemplo, en los últimos meses, se ha visto en Europa, Estados Unidos y varios países latinoamericanos a miles de personas tratando, desesperadamente, de salvar sus vidas a causa de las graves inundaciones originadas por las peores lluvias ocurridas en los últimos años, también el calor excesivo ha ocasionado tremendos incendios forestales. Lo cual, en medio de la dura situación causada por una pandemia covid-19 que continúa en evolución, se convierte en una realidad que lleva a tomar conciencia sobre los estragos siniestros que el cambio climático está ocasionando al planeta Tierra.
Frente a esta realidad de urgencia climática, no es raro que, en estos tiempos -como algo positivo-, haya una gran cantidad de artículos, reportajes y noticias que, hasta hace poco, eran contradichos por los que, basados en su poder político y/o económico, negaban la existencia real del cambio climático global.
Hoy, en definitiva, las evidencias -calores más intensos, lluvias más severas, grandes extensiones de tierra firme ganadas por el aumento de nivel del agua del mar- son tan palpables que las teorías de los movimientos negacionistas van perdiendo fuerza, ya que la naturaleza, cada vez más golpeada, se ha vuelto -como se señaló- más expresiva sobre la gravedad de su estado situacional que, si no se toman a tiempo los correctivos respectivos, la situación será realmente irreversible.
Ahora, pensando en posibilidades de solución que eviten esa catástrofe ambiental irreversible, los emprendedores con perfil de buenos investigadores e innovadores surgen como actores clave a la hora de encontrar productos “sustitutos y/o complementarios” que ayuden a combatir el cambio climático global gracias a su curiosidad continua por formas de producción y de consumo más sostenibles, en donde la equidad social y el cuidado del medio ambiente natural conviva de forma amigable y sana con las actividades de producción de todo tipo.
Sumado a lo dicho, para lograr este cambio de actitud global urgente, es fundamental la participación de varios actores públicos, privados, nacionales e internacionales que, sobre un activismo serio, transparente y responsable, sean capaces de comunicar mensajes reales sustentados en fuentes científicas; eliminando, así, los sesgos políticos o de interés económico que buscan desorientar con datos e información que, sobre la base de la distorsión comunicativa, podrían, incluso, terminar afectando a lo más sagrado del buen comportamiento humano propositivo: “la confianza de la gente”.
Estamos todavía a tiempo de evitar la catástrofe ambiental que lleve al mundo a su autodestrucción. Ahora, claro, junto al combate al cambio climático, es importante que, también -al unísono- se trabaje en la otra catástrofe que, desde lo socioeconómico, se llama inequidad social multidimensional; la cual, según el Fondo Monetario Internacional, podría complicarse aún más si no se toman medidas de protección medioambiental que, por su complejidad, puede llevar a un nuevo frenazo económico con peores consecuencias socioeconómicas a las registradas como producto de la pandemia global covid-19 actual.
Por último, al ser testigos de este escenario con pronóstico reservado en cuanto a sus graves consecuencias actuales y futuras, inmediatamente viene a la mente la brecha temporal de 23 años perdidos que se generó entre 1992 -cuando se oficializó el concepto de desarrollo sostenible en la cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro- y 2015 -cuando Naciones Unidas propuso el compromiso de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible-. Es decir, en esa brecha temporal se perdieron grandes oportunidades para, proactivamente, haber incidido en la disminución del cambio climático global que, ahora, empieza a mostrar sus efectos con una fuerza que podría, en algún momento, acabar con la especie humana.
De ahí, es importante tomar conciencia mundial que, con el cambio climático, no se juega, ya que las evidencias de los estragos son tan contundentes que, los decidores políticos, deberían actuar sinérgicamente para evitar el fin anticipado de la humanidad -sobre todo, aquellos pertenecientes a los gobiernos de las grandes naciones que, a su vez, también ha sido los grandes contaminadores del medio ambiente natural-. Y, luego, por supuesto, la lucha en contra del cambio climático global, también dependerá de lo que pueda hacer “cada persona” mediante actos que contribuyan a la consolidación de una ciudadanía corresponsable preocupada por la búsqueda continua del bienestar colectivo.