Por Guillermo Arosemena
Remitido por Juan de Althaus
Graduado en Georgetown University. Ha sido promotor y consultor en varias empresas; exdocente de posgrado en la ESPOL y la Universidad Católica. Fue vicepresidente del Consejo Directivo Nacional (en tres periodos) de Solca y subdirector ad honorem del Archivo Histórico del Guayas; miembro de la Junta de Beneficencia de Guayaquil. Ha recibido condecoraciones y reconocimientos de la Asamblea Nacional, Junta de Beneficencia, Cámara de Comercio de Guayaquil, CISE y Solca. Escritor de 44 libros de historia, economía y gerencia; y columnista en El Telégrafo (1987-2005) y Expreso (2006 hasta la actualidad).
Semanas atrás salió a la venta mi libro sobre la vida de José Joaquín Olmedo, publicado por Paradiso Editores, (Quito, julio de 2020). Con el fin de conocer lo que llevó a nuestros próceres a independizarnos, estudié los sucesos mundiales y lo ocurrido en la Audiencia de Quito, desde la perspectiva política, económica y social. Fue necesario investigar el sistema económico que los españoles impusieron a sus colonias en Hispanoamérica y, particularmente, el de la provincia de Guayaquil (Guayas, Santa Elena, El Oro, Los Ríos y Manabí), la cual en una época perteneció al virreinato de Lima y en otra, al de Santafé de Bogotá. Por la enorme riqueza de nuestra provincia, esos virreinatos se disputaron su anexión.
El sistema económico mercantilista español era el más atrasado de Europa; impidió la libertad empresarial y la autosuficiencia. Para ejercer el absoluto control comercial en sus colonias, la Corona estableció el Consejo de Indias y la Casa de Contratación, responsables del cumplimiento de las leyes y el control del comercio exterior.
Solo Sevilla y Cádiz podían mantener relaciones comerciales con las colonias, el resto de Europa lo tenía prohibido. También crearon un sistema fiscal muy rígido que incluía numerosos impuestos al comercio exterior, a la producción y a las transacciones mercantiles. El impuesto diezmo se convirtió en la principal fuente de ingresos de la Corona. Los indígenas, por su raza, pagaban una tasa anual. En la actividad minera, existió el quinto, equivalente a 20% del valor de los metales preciosos. Contrario a los ingleses, quienes vieron a sus colonias como mercados donde se podían vender los bienes que producían; los españoles las consideraron fuentes inagotables de materias primas, de las cuales debían extraer todos los recursos hasta agotarse.
Durante los primeros siglos, el comercio de exportación guayaquileño se llevó a cabo con Lima, Panamá y puertos centroamericanos. Posteriormente, se agregó Acapulco y otros puertos de Nueva España (México), exceptuando los metales preciosos destinados a España. Los productos guayaquileños de mayor movimiento fueron el cacao, variedad de maderas, los sombreros, la jarcia, la zarzaparrilla (medicina natural), el cuero, el copey (alquitrán) y uno que otro alimento, como quesos, jamones y bizcochos.
Lima se construyó con la madera guayaquileña. El país importó loza, cristalería, ropa, armas, pólvora, harina de trigo, manteca, azúcar y demás alimentos básicos. Por siglos, el cacao fue prohibido de exportarse, o estuvo sometido a cupos anuales. En la segunda mitad del siglo XVIII, tuvo su primer auge y se convirtió en el principal producto de exportación de la Audiencia de Quito.
Durante siglos, los comerciantes guayaquileños dependieron de los capitales de comerciantes limeños, quienes les anticiparon dinero para la compra de productos que les vendían y que se embarcaban en sus flotas navieras. Por la guerra entre Francia y España, la casa Borbón pasó a gobernar España en el siglo XVIII, y sus reyes hicieron importantes cambios en el trato sobre las colonias españolas. Se comenzó a liberalizar el comercio y las regiones pudieron intercambiar bienes, así como comercializar con otros países.
Para fines del siglo XVIII, el emprendimiento del guayaquileño llamó la atención del jesuita Mario Cicala, quien afirmó que había jóvenes que comenzaban sin recursos y en pocos años eran dueños de negocios. Agregó: “La capacidad e ingenio de los guayaquileños, hombres y mujeres, es muy grande. Son agudos de mente […] en cuanto a la inclinación, al riesgo que tienen, a través del continuo tráfico y comercio, pues ocupados como están en los negocios en ganar y buscar la propia utilidad”.
Mientras Guayaquil iniciaba su auge económico, Quito entraba en una severa depresión por la devastadora crisis de los obrajes (fábricas artesanales de textil), y en el austro, adicionalmente, la depredación de los bosques de quina (medicina natural). Como resultado, miles de personas descendieron a la costa, cuya población había estado casi estancada por siglos; antes de 1765, apenas representaba 5 % de la Audiencia de Quito. Debido al aumento de las migraciones de la sierra entre 1765 y 1804, la ciudad de Guayaquil casi triplicó sus habitantes, de 4914 a 13 700. Los exportadores, que habían utilizado mayoritariamente la flota naviera peruana, comenzaron a depender menos de ella, ya que empezaron a crear sus propios navíos. Para llegar a Europa, los guayaquileños usaron la nueva ruta marítima por el Cabo de Hornos.
En los últimos decenios del siglo XVIII surgieron nuevos y grandes empresarios; los más importantes tuvieron varias actividades económicas. Fueron armadores, financistas, productores, comerciantes, etc. Entre ellos estaban Bernardo Roca (padre de los próceres), Juan Antonio Rocafuerte (padre de Vicente), Manuel Barragán, Miguel Olmedo (padre de José Joaquín), Damián y Pedro Arteta; Jacinto Bejarano, Francisco y Antonio Sánchez, Vicente Severo del Castillo, Silvestre Gorostiza y Martín Icaza, tronco de la familia que lleva su nombre.
Según María Luisa Laviana Cuetos, 57 guayaquileños tuvieron navíos al finalizar el siglo XVIII. Los citados empresarios también mostraron interés en controlar el mercado interior; y sus negocios llegaron a Loja, Cuenca, Alausí, Chimbo, Riobamba, Quito e Ibarra. Ejemplo de redes de negocios internos fue la de los hermanos Sánchez Navarrete.
A 1800, la ciudad de Guayaquil se había convertido en el motor económico de la Audiencia de Quito. Por ser puerto, los guayaquileños estaban informados de lo que sucedía en el mundo, como era la Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa; sucesos que inspiraron a los precursores de la independencia de Hispanoamérica, Juan Pablo Vizcardo, Francisco Miranda y otros.
Hacia inicios del siglo XIX, comenzaron los primeros movimientos revolucionarios en Quito, Chuquisaca, La Paz, Buenos Aires y otras ciudades; y luego la Independencia de Venezuela. Los guayaquileños estaban cansados de que el dinero recaudado en su provincia se usara en el resto de la Audiencia de Quito, y en otras regiones de Hispanoamérica. También rechazaban las actividades monopólicas de la Corona española y las restricciones de diferente naturaleza.
Las guerras de independencia del resto de la Audiencia de Quito, entre noviembre de 1820 y mayo de 1822, empezaron con la División Protectora de Quito, creada por José Joaquín de Olmedo. Las batallas que se dieron en la región costeña ocasionaron una fuerte caída de la producción del cacao. La riqueza de Guayaquil cubrió la independencia del resto de la Audiencia de Quito. Entre los rubros financiados están: construcciones de naves, canoas, remos para traer las tropas de Sucre y movilizarlas; la fabricación de uniformes y la alimentación de todos los batallones. Además, Bolívar ordenó hacer pagos a terceros que vendían barcos y otros implementos de guerra.
Los deseos de libertad de Guayaquil, y su potencial, se encuentran resumidos en la edición del periódico El Patriota de Guayaquil (Memoria sobre el comercio, 1821), en cuyo artículo Daniel Florencio O’Leary, militar y político irlandés que fue amigo personal de Simón Bolivar, menciona: “Si tres siglos de ignorancia, monopolios, trabas y prohibiciones no hubieran atado nuestras manos, nuestra opulencia habría llegado al más alto grado; y esta provincia, señora del Pacífico, no tendría un palmo de tierra sin un habitante, ni un vecino sin finca y caudales”. La nota incluye que, en pocos años, Guayaquil “…será como una joven robusta, hermosa y rica, cuyos hijos, a la sombra del árbol de la Independencia, serán virtuosos y felices, porque serán industriosos y libres”.
Referencias
Memoria sobre el comercio y agricultura de esta provincia. (1821). El Patriota.
Texto original publicado en el N.17 de Ventanales, revista de la Universidad Casa Grande: