La pandemia, luego de un año de su declaración y que sigue en evolución, con todos sus efectos y aprendizajes -en medio de muchas amenazas- también puede ser un espacio para encontrar oportunidades de mejora, sobre todo, relacionadas a la inclusión y equidad socioeconómica como medios para enfrentar, de forma colectiva, situaciones tan complejas como las que en épocas pandémicas viene viviendo el mundo actual.
Siendo para ello necesario el fortalecimiento de la confianza entre seres humanos y la creación de espacios interrelacionales, en donde, mediante el diálogo creativo, se identifiquen ideas y acciones dirigidas a la construcción de una sociedad que, cuando termine la pandemia, sea mejor a la que se tenía antes de 2020.
Por ejemplo, ese espíritu menos egoísta y solidario que, de a poco -no en todos los casos-, ha ido saliendo a flote durante la pandemia se deberá mantener y potenciar como medio para disminuir las inequidades socioeconómicas que, ante situaciones sociales difíciles, se ha comprobado -con las vivencias pandémicas registradas desde marzo 2020- se convierten en esos grandes obstáculos para activar un comportamiento social sinérgico que apunte de forma disciplinada y resiliente hacia un mismo objetivo que, para momentos de crisis como la actual -sanitaria, social y económica-, busque, prioritariamente, incidir en la sobrevivencia humana producto de la corresponsabilidad de todos -independiente de sus condiciones socioeconómicas, políticas, étnicas o culturales individuales- y, así, encontrar respuestas a la pregunta: ¿Cómo crear un espíritu solidario y comunitario para contrarrestar las desigualdades?
También, la aceptación social de que la vida, desde la óptica relacional -sobre todo laboral-, puede ser llevada a cabo de forma híbrida se convierte en una oportunidad, ya que, gracias a la combinación de lo presencial con lo no presencial usando herramientas comunicacionales soportadas en lo que son las tecnologías de información y comunicación (TIC), permitirá que, por ejemplo, muchos de los servicios educativos, de salud y de comercialización de productos puedan funcionar de esa forma híbrida que, al final, cuando son bien ejecutadas esas actividades generan ahorro de tiempo, dinero y también la disminución de efectos negativos al medio ambiente natural gracias a que la movilidad -basada en vehículos terrestres o aéreos- tiende a ser menor.
Otra oportunidad que surge -producto de las vivencias pandémicas- es la relacionada con el desarrollo de una actitud preventiva y no correctiva que contribuya a enfrentar con mayor eficacia y eficiencia el aparecimiento de riesgos futuros de gran alcance como los de la pandemia (covid-19). Una acción preventiva, por ejemplo, deberá ser la construcción y mantenimiento continuo de un fondo de ahorro nacional para situaciones imprevistas que exigen, para su enfrentamiento, de la disponibilidad inmediata de recursos líquidos. También, es vital trabajar en el fortalecimiento de la educación, salud y conectividad como medios que, cuando están fuertes, facilitan a un país operar con mayor fluidez cuando se prenden las alarmas de la emergencia producto de la presencia de alguna amenaza sobre la cual se tiene poco o ningún control.
En el mismo marco de la prevención, la práctica del cuadrado de la vida -uso de mascarilla, distanciamiento social, lavado continuo de manos y ventilación permanente de espacios de reunión entre personas- que, poco a poco, va siendo parte de la cotidianidad de nuestras vidas y pensando en el futuro debería, también, mantenerse, eso sí adaptado, ese cuadrado, de acuerdo a las circunstancias que se presenten, como medio de disminución del contagio de diferentes tipos de enfermedades. Por ejemplo, el uso de mascarilla, solo pensando en la gripe tradicional, en tiempos futuros sería un escudo protector que disminuiría el número de contagios y, con ello, habría, por un lado. menos gastos en salud pública y privada y, por otro, un menor ausentismo laboral debido a las complicaciones humanas que, generalmente, se tienden a presentar.
En cuanto al espíritu asociativo brotado por las urgencias pandémicas, también debería ser aprovechado -evitando que se desmaye y esfume- mediante la creación de espacios a nivel familiar, laboral, de vecindad y de ciudadanía en general que, sobre los principios de la cooperación, la colaboración y el compartir, permitan un funcionamiento de la sociedad en donde el esfuerzo sinérgico tanto, en situaciones de crisis, como de tranquilidad vivencial sea el que contribuya a enfrentar con mayor fuerza desafíos que, pensando colectivamente, tienden a ser más complejos por la cantidad de variables e interrelaciones que, generalmente, se tienden a presentar y que, ahora, en épocas pandémicas los hemos palpado en carne propia.
Pensando en la misma línea de lo asociativo, colectivo y de trabajo en equipo, la vivencia cercana que, por las cuarentenas totales o parciales, se ha generado al interior de las familias puede ser vista como un campo, incluso intergeneracional -miembros de diferentes edades-, para cambiar la forma aislada como, en muchos de los casos, los núcleos familiares venían funcionando en los períodos prepandémicos, sin valorar, como ahora sí se puede reconocer -luego de un año de pandemia-, lo que el Papa Francisco siempre recuerda sobre la importancia de la familia al compararla metafóricamente con lo que sería “el hospital más cercano que las personas tienen a mano cuando están sumergidas en situaciones de dificultad extendida y en aumento”.
Antes de finalizar, una actividad que también se debe potenciar como producto del efecto demostración percibido, relacionado a lo vital de su funcionamiento ininterrumpido para enfrentar momentos críticos -comprendiendo y fortaleciendo las cadenas agroalimentarias-, es la producción, comercialización y entrega de alimentos, ya que, la pandemia nos demostró, podemos sobrevivir guardados en las casas siempre y cuando haya abastecimiento continuo de la comida suficiente para enfrentar los días de días que exige, como ya se lo vivió, el confinamiento total o parcial.
Finalmente, queda claro que, cuando el mundo salga de la pandemia y entre en una vida realmente normal, esa nueva normalidad deberá ser diferente y, sobre todo, mejorada -en relación a lo vigente antes de 2020- en ámbitos que están muy bien resumidos en la agenda 2030 planteada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que siguen vigentes y se deberían, más bien, impulsar con mayor fuerza, ya que, ahí, están las bases que evitarán, preventivamente, la desaparición anticipada de la especie humana y los demás seres vivos que habitan el planeta Tierra. Estamos todavía a tiempo de salvar al planeta, usemos los aprendizajes pandémicos como oportunidades de mejora para una sociedad que es diversa y está en permanente cambio en cuanto a sus formas y estructuras que, al final, producto de la interacción entre sociedad, política y economía permitan consolidar un mundo más justo, inclusivo y sostenible.