La gran explosión en Beirut que dejó más de 158 fallecidos y más de 6.000 heridos ha obligado a la gente a dejar el confinamiento para salir a las calles a protestar y reclamar elecciones adelantadas, pese a la pandemia del coronavirus. El trágico suceso solo fue la mecha que encendió un reguero de pólvora trazado a la largo de los últimos años, con una clase política incapaz de resolver los problemas económicos y sociales que ha enfrentado Líbano.
La indignación acumulada por las múltiples crisis que asola el país llevó a la gente a salir desde los barrios afectados a la Plaza de los Mártires. Las mascarillas, además de protegerles contra el Covid-19, les ayudó a protegerse contra los gases lacrimógenos. Los cascos utilizados contra los posibles desprendimientos de muros en las tareas de desescombros tras la explosión fue una protección más contra las balas de goma de la Policía antidisturbios.
En el denominado Día del Juicio, los grupos de manifestantes saquearon los ministerios de Economía y Medio Ambiente, situados en un mismo edificio. También asaltaron la sede de la Asociación de Bancos y marcharon hacia las casas de los ministros y el Parlamento en la convocatoria más agresiva contra los políticos en los últimos nueve meses de protestas.
Varios diputados han comenzado a dimitir, entre ellos Paula Yacoubian, la única independiente de los 128 escaños que componen la cámara. También los tres miembros de la pequeña formación Kataeb, que además anunció su decisión de sumarse a las protestas.
“Beirut y sus políticos tienen ahora la difícil tarea de pararse de los escombros, en medio de una pandemia y faltos de recursos, pero con suficiente voluntad internacional de apoyo como para aprovechar el contexto y crear lazos de cooperación para quizás ayudarlos a resolver ‘dos pájaros de un tiro´”. Es la reflexión de Andrea Balda, de la universidad Casa Grande, sobre la tragedia que vive Libano.