Yo como médico pediatra, con casi cincuenta años de ejercicio de la profesión, he visto evolucionar muchas de las vacunas, desaparecer enfermedades, ser testigo de cómo se atenuaron algunas que provocaron gran morbilidad y mortalidad, no solo entre los niños sino también entre los adultos.
El tema de las vacunas, muy discutido en todo el mundo por el Covid-19, es muy interesante porque mucho de lo que conocemos sobre ellas ha sido producto de variadas investigaciones a lo largo de la historia. Y de las tres fases por las que una vacuna obligatoriamente debe pasar en los laboratorios, la más importante es la tres, cuando se comprueba su seguridad y efectividad.
En enfermedades virales como la del sarampión, la rubéola, las paperas y la varicela, una vez hallada la fórmula, se comenzó a aplicar una sola vacuna y después de diez años se pudo constatar que en ese período la inmunidad del paciente bajaba y había que revacunar, aplicar una segunda dosis.
Lo más pronto que se podrá tener una vacuna contra el Covid-19 bien puede ir de un período de tres a cuatro años, porque solo será posible conocer sus estándares de seguridad y efectividad con el tiempo.
Ahora aquí es necesario conocer cómo se hacen las vacunas. Las primeras en aplicarse contra enfermedades como la difteria, la tos ferina, el tétano fueron creadas en base al toxoide, una toxina bacteriana cuya toxicidad ha sido atenuada o suprimida, y es el antígeno para la defensa.
Las vacunas bacterianas de polisacáridos como la del meningococo o la del neumoco son fragmentos de la cápsula de la bacteria que sirve de antígeno, la sustancia que forma los anticuerpos.
Después entramos en el mundo de los virus. En un principio se comenzó a utilizar los virus atenuados, el mismo virus que causa la enfermedad, sometidos a procesos químicos para disminuir su agresividad. Estos se colocan como vacuna y producen la respuesta inmunológica.
Con el desarrollo de la biología molecular se pudo comenzar a utilizar elementos del virus, que es lo que se ha hecho con el coronavirus, algo no desconocido. La gripe de la influenza y el ébola son coronavirus.
El actual, que tiene al mundo paralizado bautizado como SARS-COV-2, el que produce el Covid-19, es un virus nuevo extremadamente agresivo que lo vamos conociendo día a día. Sabemos que mantiene su agresividad aún en las personas asintomáticas y a largo plazo. No sabemos si deja inmunidad permanente o no. Siendo tan severa la pandemia varios laboratorios, en todo el mundo, están experimentando con vacunas en base a estos diferentes procesos, pero acelerando y saltando fases importantísimas que denotarán su seguridad y efectividad solo a largo plazo. Es decir, conoceremos vacunas contra el Covid-19 que solo años después sabremos si son eficientes y seguras.
Ninguna de las vacunas anunciadas contra el Covid-19 ha cumplido la fase tres. Por ejemplo, lo que hace Rusia, que ha anunciado tener la vacuna, es irse contra la ciencia, contra todos los estamentos científicos mundiales: cualquier vacuna debe pasar la fase tres. Y Rusia saca una ley para producirla sin pasar por la fase tres.
El tema de la vacuna rusa se ha convertido en un tema político. El presidente de México, Manuel López Obrador, ha declarado que se va inyectar esa vacuna si se demuestra que es efectiva, pero van a pasar años para saber si en realidad es efectiva. Rusia va a repartir las vacunas políticamente.
Una pandemia no se combate así. Es una irresponsabilidad. En el mundo, hoy asistimos a la reaparición de enfermedades que ya desaparecieron gracias a este movimiento antivacunas, que ha provocado la baja de hasta un 80 por ciento de lo que se llama la inmunidad de rebaño de la población en algunas enfermedades ya superadas. Son personas que contagian y si alguien estuvo parcialmente vacunado o no vacunado empiezan a reaparecer las enfermedades.
En todo este contexto, sobre la historia de las vacunas, hay una situación interesante. Una vacuna es un elemento que no hace daño. Antes había vacunas como la de la tos ferina, que era extremadamente agresiva y provocaba reacciones muy severas.
Con el tiempo se fue mejorando y las reacciones de las vacunas más fuertes ahora son benignas. No hay procesos neurológicos graves como hubo en un tiempo; vacunas que llegaron a causar encefalitis o convulsiones en las personas susceptibles y hasta parálisis.
Y en el mundo científico ya se habla sobre la necesidad de aplicar dos dosis una vez descubierta la vacuna, por la experiencia dejada con el virus de la Influenza en personas que nunca fueron vacunadas.
Si un niño no recibió la vacuna de la Influenza el año pasado, este año deberá recibir dos dosis con 30 días de intervalo entre la una y la otra para garantizar una buena inmunidad. Y esa muchas veces no va a pasar del 60 por ciento y no va a durar más de un año.
Al hablar de la vacuna contra el Covid-19 no sabemos nada de la efectividad. Ahí estamos en el aire.
Para que el mundo tenga una vacuna que haga desaparecer al Covid-19 va a transcurrir un buen tiempo porque primero debe ser aceptada por un porcentaje de al menos el 90 por ciento de la población y así crear la inmunidad de rebaño, de otra manera esa vacuna ayudará a muy pocos.
Tampoco podemos pensar en milagros tras la aparición de la vacuna. Lo ideal será dejar pasar el tiempo hasta saber si hay que revacunarse; saber si se necesita una o dos dosis para crear la inmunidad. Los efectos colaterales no deben preocupar tanto porque ya se ha llegado a un punto donde la seguridad de las vacunas es buena; la efectividad no se puede saber.
Las vacunas, sin embargo, no son la total solución, se necesita un período de tiempo para alcanzar la inmunidad de la población. Y eso demorará uno o dos años.
La vacuna de la influenza, un coronavirus, debe aplicarse todos los años y en este momento se está comprobando que quienes regularmente se inyectaron esas vacunas desarrollaron unas células T que dan una inmunidad no específica, pero sí compartida que ayuda a protegerse de los otros coronavirus. Hay casos que en una misma familia una persona adquiere el Covid-19, puede ser la esposa que ha pasado todo el tiempo del confinamiento con su marido, y él no se enferma. El asunto de la inmunidad individual es bien interesante.
Lo que aprendimos del coronavirus de las influenzas es que para la tercera edad se necesita una dosis bien alta, la dosis común no sirve. La respuesta inmunitaria es más baja de la normal.
Las personas que nunca se vacunaron contra la gripe, por escepticismo o porque no han querido hacerlo, ahora tienen más riesgos. Las complicaciones no son tan graves en las personas vacunadas. Si bien no es 100 ciento efectiva, la vacunación nos deja menos expuestos a las complicaciones de esa enfermedad sistémica, multiórgano, que produce el Covid-19.
Lo mejor que podría hacer el Ecuador es esperar a que la vacune funcione y las mejores alternativas son las de Oxford, Moderna y AztraZeneca, laboratorios que cumplen la obligatoriedad de pasar la fase tres.
Si el país se decanta por la vacuna rusa o china bien puede dedicarse a botar la plata. Ya sabemos que esos países no son confiables. Lo que hace China en materia de Derechos Humanos es tristísimo y la credibilidad de Rusia como país ha bajado tremendamente. Si vamos como Ecuador a buscar una vacuna debería ser la de los laboratorios académicos y la de farmacéuticas de alta reputación que experimentan ahora en la fase tres.
Ecuador no está, por ahora, en la capacidad de desarrollar una vacuna, pese a los laboratorios de última generación que tienen centros de estudios académicos muy respetados. Lamentablemente el gobierno pasado destruyó el Instituto Izquieta Pérez, una institución con mucho prestigio. Ahí había un japonés investigador que desarrollaba vacunas. Se hizo muchos de los estudios de la sífilis, de la malaria, de la viruela. Ahora nadie está en capacidad de desarrollar una vacuna porque todo lo que tenía el país en esa materia fue desmantelado. Es extremadamente costoso.