Cuando se inició la cuarentena -martes 17 de marzo de 2020- la mayoría de la población la aceptó y empezó a cumplir con signos de comportamiento disciplinado; quizá, al inicio, porque se creía que iban a ser pocos días de confinamiento para luego, retomar el mismo ritmo vigente en la antigua realidad, pero, claro, no fue así y, más bien, cada vez se iban alargando los tiempos y la incertidumbre y desesperación se empezó a imponer en el entorno familiar de muchos ecuatorianos, sobre todo de aquellos que forman parte de la economía del día a día (EDD) que, para poder subsistir, necesitan de cada centavo que lo ganan, por lo general, en las calles vendiendo productos de diferente tipo.
De ahí, los que tienen un empleo fijo y reciben un sueldo al final de cada mes, realmente, en las circunstancias actuales, son un grupo privilegiado y que, en muchos de los casos -dependiendo del tipo de actividad que realiza la organización en la que trabajan-, son los que sus labores las vienen haciendo desde de sus casas -según el Ministerio del Trabajo pasaron, en dos meses, considerando febrero como el punto referencia, de 14.500 a 375.861 los teletrabajadores- mientras que la gente que forma parte de la EDD -en donde, muchos forman parte de las filas del empleo inadecuado que, de acuerdo al INEC, a diciembre de 2019, representaban el 57,4% de la población económicamente activa (PEA)- tiene que salir de sus hogares y, así, poder generar ingresos que les permita subsistir junto a los demás miembros de su familia que, según las circunstancias, también, les tienden a acompañar al trabajo que realizan en las calles de las ciudades, independientemente de que sean vulnerables en términos de su edad -a niños tiernos e incluso a ancianos se los ve acompañando a la persona que comercializa al aire libre-.
En definitiva, la EDD es la economía familiar de la sobrevivencia, en donde la desesperación impulsa a que se desarrolle cualquier tipo de actividad a la hora de conseguir un dólar diariamente y, así, llevar a la casa -principalmente alimentos- para que la familia no muera de hambre. Algo a resaltar en este escenario de precariedad laboral es que los trabajos desesperados son realizados asumiendo una serie de riesgos personales que pueden afectar a su seguridad laboral, de salud y de integridad física debido a que los espacios en donde laboran tienden a estar llenos de peligros, incluyendo peligros provenientes de ciertas personas que, aprovechándose de las circunstancias, lideran actividades que, incluso, están fuera de lo que manda la ley.
En definitiva, la EDD es la economía familiar de la sobrevivencia, en donde la desesperación impulsa a que se desarrolle cualquier tipo de actividad a la hora de conseguir un dólar diariamente y, así, llevar a la casa -principalmente alimentos- para que la familia no muera de hambre
Por ejemplo, en el caso del ámbito de los servicios financieros, lamentablemente, no podían quedarse en el olvido los agiotistas -llamados chulqueros-, pues, son esos otros enemigos que, como moscas venenosas, tratan de ubicar a sus víctimas para con tasas de interés sobredimensionadas y con el fin oculto de apropiarse del patrimonio familiar identifican a los desesperados y, como un suicidio anticipado, caen en sus garras y demandan esos recursos que más que ayuda son formas de explotación y esclavización que, de forma desalmada, termina afectando a las personas de menores recursos que buscan sobrevivir en una coyunta incierta y que, sin distinción, va dando sendos coletazos al espacio socioeconómica del Ecuador y el mundo en general.
Sobre este último punto, aquí un testimonio de hace pocos días: “En la noche llamó y preguntó si podía prestarle USD 5 000. Le dijo que sí, pero que debía pagarle USD 40 diarios” -tomado de noticia de Diario El Comercio intitulada Usureros se activan en plena crisis por covid-19-, en donde lo que se puede observar es que la tasa de interés cobrada por el chulquero es de casi el 1% diario que, financiera y legalmente, es un robo descarado que, con mucha habilidad tramposa, se aprovecha de la DESESPERACIÓN de las personas que, muchas de ellas, son parte de la EDD.
Otro aspecto a resaltar como factores de afectación al bienestar familiar de la EDD es que muchas de las personas que la conforman -además de la carencia de ingresos de dinero fijo- tienen restricciones en el sitio en donde viven -lugar que les sirve para afrontar, según el estado de los semáforos, el confinamiento total o parcial-. Por ejemplo, en términos del espacio físico ocupado por varios miembros -según el INEC, alrededor del 11% de la población (cerca de dos millones de ecuatorianos) aún vive en condiciones de hacinamiento-; también, la dificultad de acceso a servicios básicos es otra grave restricción -de acuerdo al Informe Agua, saneamiento e higiene: Medición de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en Ecuador, “alrededor del 44% de la población nacional no cuenta de manera simultánea con agua segura, saneamiento básico e insumos para el adecuado lavado de manos”.
Y, claro, en medio de estas restricciones, como es de esperarse, la educación para los más pequeños de la casa se vuelve una prioridad desatendida; de ahí, no es raro ver en la calle caminando y corriendo a decenas de niños acompañando a sus padres en las ventas que realizan a la intemperie -según el Diagnóstico Situacional del Trabajo Infantil en el Distrito realizado por el Consejo de Protección de Derechos: “25.600 niños y niñas realizan algún trabajo en la ciudad de Quito”- aumentando, así, su vulnerabilidad frente a la inseguridad que está presente en esos lugares que, por la desesperación, se convierten en el sitio en donde las familias trabajan, comen, descansan y, así, en el día a día llevan a cabo su vida con el único propósito de sobrevivir ante un mundo que, lamentablemente, más allá de los efectos de la pandemia, ya, desde tiempos atrás, se llenó de inequidades y de escasas oportunidades para los más necesitados.
Finalmente, luego de que la pandemia ha desnudado las complicadas situaciones por las que tienden a vivir los seres humanos que integran la EDD, será fundamental trabajar en una serie de acciones -desde el sector público y privado- dirigidas a fortalecer, de forma integrada, la inclusión socioeconómica de este importante grupo de personas que viven del día a día y que, como diría el Papa Francisco: “estuvieron descartadas por mucho tiempo” y que, ahora, queda evidenciado que, para el funcionamiento sistémico de todas las partes de la sociedad, se requiere de su fortalecimiento en términos de salud, alimentación, educación, seguridad y vivienda; logrando, así, que, para futuras situaciones difíciles como las actuales, estén en un posición fuerte que les permita afrontar los riesgos y amenazas que se tienden a activar cuando el mundo es sometido a situaciones críticas como las actuales de pandemia global.
Este desafío socioeconómico -como una propuesta referente- se encuentra bastante bien explicado en la publicación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) intitulada Salir del túnel pandémico con crecimiento y equidad: Una estrategia para un nuevo compacto social en América Latina y el Caribe que, sumada a otras publicaciones y estudios, se convierten en buenos insumos para la generación, desde diferentes frentes, de una propuesta regional única que se potencie gracias al efecto sinérgico que se pueda lograr producto de la acción conjunta de todos los actores involucrados e interesados en levantar a Latinoamérica y el Caribe en medio de la peor crisis tridimensional -sanitaria, económica y social- que vive la región y el mundo en general.