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Liderazgo en época de crisis

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En el campo del comportamiento humano se tiene claro que, para que una persona sea considerada como líder, debe cumplir una serie de requisitos: experiencia y conocimiento sobre lo que hace; habilidades para relacionarse con la gente, demostración con hechos reales de tener visión de futuro y, sobre todo, ética en sus acciones que, al final, es lo que le permite ganarse la credibilidad de la gente con la que trabaja y, así, con todo el equipo, conseguir los objetivos organizacionales propuestos y compartidos.

Lamentablemente, pensando y trasladando -lo que se acaba de decir- a los momentos del Ecuador de hoy -con una compleja crisis tridimensional: sanitaria, económica y social-, lo que en mayor grado se ha ido deteriorando es “la capacidad de liderazgo de los gobernantes”; siendo, una de las causas principales la cadena interminable de hechos de corrupción -a nivel del gobierno central y los gobiernos locales-, de los cuales, quienes terminamos siendo afectados, en última instancia, somos los propios ciudadanos, ya que, cuando impera la corrupción -en donde, por doble vía, participan actores públicos y privados-, lo que más se deteriora es la confianza en los gobernantes que, en momentos de crisis, son los grandes llamados a ponerse al frente y de forma transparente y firme dar las directrices para que la gente, sobre la credibilidad en el mensaje recibido, les crea y apoye lo que se le está pidiendo hacer para, sinérgicamente, se puedan lograr potentes resultados colectivos.

Un buen ejemplo de liderazgo en épocas de crisis -del cual salen importantes aprendizajes-es el trabajo realizado por Jacinda Ardernprimera ministra de Nueva Zelanda-; en donde, sobre la base de la confianza acumulada y demostrada con hechos reales de épocas anteriores, fue capaz de transmitir a la población neozelandesa un mensaje fuerte solicitándole que, para combatir al covid-19, era necesaria la actuación conjunta entre el gobierno y cada habitante del país; pero claro, para que ese mensaje se convierta en acciones ciudadanas de corresponsabilidad, fue fundamental la imagen de credibilidad que respaldaba su discurso y acción –coherencia entre la palabra y sus actos– construida -desde antes de la pandemia- como ese gran activo que aumenten las posibilidades para que la gente le crea y le siga y, así, de forma conjunta, lograr batallar frente al enemigo invisible (covid-19).

En el caso del Ecuador, como ya nos lamentamos, ese activo intangible llamado confianza -ingrediente que hace que los otros requisitos del liderazgo se lubriquen y funcionen interactivamente- es el que, con mayor fuerza, se ha ido perdiendo a lo largo de los meses de la cuarentena, ya que, cuando empiezan a surgir -de manera imparable- los hechos de corrupción con una curva que crece exponencialmente y no se aplana para nada, la gente dice: “yo, ya no creo en nadie, me dicen que me quede en casa -sacrificándome- y los gobernantes aprovechándose y enriqueciéndose, eso no es justo”.

De ahí, frente a ese deterioro de la variable más sagrada de las relaciones humanas -la confianza-, el futuro del direccionamiento de un territorio se vuelve más difícil, ya que en crisis -como la actual- es fundamental el apoyo corresponsable y disciplinado de toda la población, pero para ello, como ya se dijo, se requiere de altas dosis de credibilidad basada en hechos reales y, no, simplemente, en palabras o en videos impresionantes que dicen lo contrario a lo que se vive en la vida diaria en donde “los gobernantes y sus panas de la argolla de la corrupción” hacen de las suyas pensando, egoísta e inhumanamente, en sus bolsillos y no en el bienestar de toda una sociedad que, en medio de la incertidumbre de la crisis sanitaria, espera que alguien le ayude y pueda salir adelante en un entorno lleno de nubes oscuras que parece no desaparecerán rápidamente.

 

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