En las redes de los pescadores/ En el tropiezo de los cangrejales
En la del pelo que se toma/ Con un prendedorcito descolgado/ Hay Cadáveres/
N. Perlongher
A
l inicio de la cuarentena anoté el humor como respuesta del superyó ante la embestida de lo real, apuntando a eso catastrófico del COVID-19, más allá de la catástrofe[i]. Al día doce, abordé el mandato imposible de cumplir: ¡Quédate en casa!, los abusos del Otro del control y la exacerbación de la violencia de la ciudadanía e incluso de muchos intelectuales, que pedían cortes a ras; un despertar de un regionalismo segregativo, que destina sus flechas al alien convid-a[ii] en el Otro: el extranjero /alien /hétero, el mismo con el que convivimos en cada uno de nosotros…
En esta tercera entrega, recurro al significante “confinamiento” traído por mis colegas, pues allí escuché: con-finados. Así, apunto a la heterotopía propia de un psicoanálisis orientado por lo real, tan distinta al teletrabajo horizontal hefneriano y a la autoexplotación chul-haniana; retomo la pregunta por Guayakil y sus lamentos, porque Hay cadáveres. Y, me atengo a la lectura de Lacan de Antígona, sobre la hermandad ante algunos efectos nefastos del: ¡Cúrate en casa! y ¡No salgan! Tratándose de una hermandad que no remite a la tríada Libertad, Igualdad, Fraternidad, ni a la jurisprudencia ni a los buenos sentimientos; una fraternidad que tampoco es la fraternidad del cuerpo que es el racismo…
S2 “Guerra”: Confinamientos y el teletrabajador horizontal
Confinamiento es el significante con el que Miquel Bassols[iii] y otros colegas se han referido al toque de queda global. En Lacan Cotidiano 875, Valérie Bussières anota que confines designa una parte situada al extremo, a la frontera; una geometría del espacio: de los campos al cuarto, pasando por la celda. En el contexto penal estar confinado es ser prisionero, estar encerrado en límites estrechos. El confinamiento médico es la prohibición del enfermo de salir de la habitación; el biológico, contener un ser vivo en un medio cuyo volumen es restringido y cerrado. Valérie no confía en que el cataplasma de sentido circulando en los gadgets posibilite soportar el golpe a los cuerpos confinados. El confinamiento nos lleva a retomar el dilema de los tres prisioneros de Lacan, prisión de la que se sale con una respuesta basada en la lógica y no en la probabilidad; y si bien, se sale uno por uno, no es sin los otros, sin las escansiones y un toque de lo real.
Le agrego el confinamiento Playboy al que apuntó Beatriz Preciado, hoy Paúl B. Esta “Pornotopía” se suscribiría a las heterotopías foucaultianas: lugares donde se alteran las relaciones habituales entre forma y función (2010, p. 118). Se trata del “apartamento de soltero” o la “celda farmacopornográfica”, de Hugh Hefner: totalmente conectada a las nuevas tecnologías de comunicación del que el nuevo productor semiótico no necesita salir ni para trabajar ni para practicar sexo… (2020). Así, la foto más conocida de Hefner es la que aparece en pijama, batín y pantuflas, custodiado por conejitas siemprebellas. Este doméstico millonario a cargo de la revista ícono de una subjetividad postguerra, pasó más de cuarenta años en casa, saliendo por excepción. Desde su estilo de vida, llamó trabajador horizontal, a quien no distingue producción de ocio.
Preciado retoma su ensayo premiado hoy para acentuar que la cama de Hefner de 1968 era una auténtica plataforma de producción multimedia: “mucho antes de que existiera el teléfono móvil, Facebook o WhatsApp”. Entonces, si nuestro espacio doméstico está diez mil veces más tecnificado que esa cama giratoria, las consignas oficiales: ¡No salgan de casa y teletrabajen!, apuntan a un remasterizado teletrabajo horizontal. Lo que Paúl B. llama “vidas confinadas”[iv].
Uno de los límites del teletrabajo horizontal son esos oficios que hay que realizar en cuerpo/ encore, como el de quienes -en el lugar de los hechos- se ocupan de los verdaderos horizontales… En el otro extremo está el psicoanalista, quien escucha al ser hablante y zanja: a ese paciente que se desplaza, espera en la salita y ya en el diván, en posición horizontal, habla sobre las cosas que importan en lo real. Es un job muy duro, agrega Lacan. J.-A. Miller anota que la tecnología permite estar sin cuerpo, y “les van a decir: se puede dar la voz, la imagen, mañana se ofrecerá el olor, ¡y hasta quizás se aporte el clon! Pero aun así habrá, en el próximo milenio, una parte no simbolizada del goce y ella requiere la presencia del analista” (1999, p. 22-23).
La A.E. Florencia Shanahan en “Modos de la presencia” (2020) precisa que su analista la atendió por teléfono cuando su madre y su hermano murieron inesperadamente; también por Skype durante más de un mes: lo que duró la angustia más radical por la destitución del propio analista. Un analista dando un soporte ante la muerte de la madre y el hermano, y su propia destitución. Sin embargo, ella asegura: mi análisis no podría haber concluido si hubiese sido “virtual”, pues el impulso a la salida surgió a partir de un acto fallido: deja un encendedor sobre el diván del analista; toma el avión, vuelve y “se abre la puerta a la última c/sesión [de goce]”[v].
Retomando, si hace unas noches cuando dijeron “confinados”, lo que oí fue: con-finados; debería ser porque vivo en Guayaquil, en Guayakil, según lo escribió una querida amiga quien luego de ver las noticias, me preguntó con real preocupación: ¿cómo están?
GUAYAKILL, ¿estamos bien?
La aparición abrupta del COVID-19 no dio ocasión al momento de ver, como señaló Marie-Hélène Brousse. Pero sentimos sus efectos. Ningún cálculo ni preparación en el sistema hospitalario es suficiente para dar abasto ante este real con ley, aún desconocida (Bassols).
Tampoco los gobernantes de mi Guayaquil “indisciplinada”, “Guayaquil que va a matar al Ecuador”, el mal ejemplo a nivel mundial… quisieron saber con lo que se iban a encontrar, con eso ingobernable. En el país hay 5.000 “contagiados”; pero, según el cálculo de los ingleses: si por pruebas realizadas hay 2.000 infectados, se deben contar 50.000 casos. El día de hoy, la alcaldesa -ya recuperada del coronavirus- imprecaba al gobierno central a “decir a los familiares, dónde están los cuerpos perdidos de sus seres amados”[vi]. Firmando: A Guayaquil nadie la calla.
Ayer me dicen en un control, todos los días se muere alguien, -lo pasan en el chat de la Unidad Educativa-, enlista uno por uno: padres de alumnos, tíos, esposos de profesoras… Hombres. ¿Son ellos quienes, por tradición, salen de casa a conseguir el pan nuestro de cada día, en esa zona rural y aledaña a Guayaquil? ¿Son esos hombres más reacios a tomar las limonadas calientes con jengibre y dejarse curar? Ella concluye, la gente prefiere morir en casa. Al tiempo, surge el terror de un médico porque ya no hay cómo entubar, y se deja oír una pregunta desplazada de otra analizante: ¿cómo puede valer más un potro que un caballo? Es la elección de Sofía, cada vez…
En Guayaquil hasta cuando fue muy tarde, se permitió a las funerarias atender las 24 horas y se pusieron a pensar cómo enfrentar el “Hay cadáveres” de Pelongher, que nos resonó dolorosamente y fue amplificado por los medios, dejando a la vista aquello que no debe ser mirado: ese cadáver que Antígona, furtivamente, cubriría con polvo en un primer momento, para que el cuerpo de su hermano quede velado a la mirada. Gesto para evitar, además, que perros y pájaros propaguen la contaminación, diseminen el horror y la epidemia (Lacan, Seminario 7, p. 316).
Antes, el terror al contagio causado por consignas escandalizadas que llevan a lo peor y los efectos de una gestión sanitaria del paracetamol y del para-todos: “Cúrense en casa y sólo vayan al hospital cuando tengan problemas para respirar”. Cuerpos guardados como tituló Maritza Cino a su poemario / Cuerpos ominosos, sacados de casa por familiares aterrados. Recordaba así, a Didi-Huberman apuntando al vaciamiento que: “allí, ante mí, toca lo inevitable por excelencia: a saber, el destino del cuerpo semejante al mío, vaciado de vida, de su palabra, de sus movimientos, vaciado de su poder de alzar sus ojos hacia mí. Y que sin embargo en un sentido me mira” (2014, p. 19). Y Didi-Huberman sólo se refiere a la tumba, ante la que uno se tumba y se angustia.
Prefieren morir en casa, pues luego del hospital está “el gestor de la morgue” -hombre de actitud desafiante y grosera[vii]–, y días enteros aguardando por un cuerpo, por despedirse de un familiar extinto, pagando para entrar a buscarlo… ¡Ay, cadáveres! ¡Qué dolor circula en ese largo cortejo de carros con sus ataúdes esperando, en esos hombres y mujeres peregrinando por sus muertos, para darles digno entierro! En los sueños vivos y muertos coexisten. En Guayaquil, vivos estaban con finados en casa. De ese horror y el de Antígona entre-dos-muertes, nada sabemos.
Es por la vía de la ética trágica y la lectura singular de Lacan, que es posible decir algo más sobre esos confinados, quienes debieron seguir su vida con (sus) finados en casa, por la ley de la ciudad, por un sistema colapsado, por precariedad material y subjetiva. Muchos no tuvieron ocasión de darles entierro. Los velorios a nivel global ya no van, aquí ni uno sobrio o con tragos, con café o aromática dulce, con pésames y abrazos, porque somos latinoamericanos, si se quiere.
En Guayaquil estamos bien, no… No, aunque hoy exista un whattsapp al que mensajear si estás con un finado en casa; aunque tengas 24 horas para recoger los restos de tu familiar en el hospital; o, si después de las 24 horas puedas, georreferencialmente, localizar su tumba asignada.
Antígona y su hermano: Más allá de la fascinación y la Até familiar…
Antígona conmueve, fascina, entusiasma, intimida. La Antígona de Sófocles es una imagen que fascina por su brillo insoportable, dirá Lacan. Ella fascina porque hay algo de esa elección absoluta, del acto no motivado por ningún bien, ni ningún humanismo, ni caridad… Antígona es bella, se insiste en ello en la obra y recordamos que lo bello es el último velo ante lo real.
Más allá de esa imagen fascinante, hay un enigma al que apunta Lacan en su seminario La Ética del Psicoanálisis. Lo desconcertante y que no alcanzamos a ver por ese deslumbramiento, es que se trata de una víctima –terriblemente- voluntaria. Antígona, como las siempre bellas víctimas de los sadianos, sufrirá un suplicio: ser encerrada viva en una tumba (2003, p. 299). Pero, como anota Jean-Luc Nancy a un pie de página: “Antígona es encerrada viva, en pie, con Hemón, en la cueva que debe convertirse en su tumba, y es colgada como la encuentra Creonte cuando se retracta demasiado tarde de su condena” (2006, p. 33). La maldición de Edipo llega a sus hijos, y la historia de Antígona se inscribe en esa serie catastrófica de dramas (Lacan, p. 301).
Antígona no se aplica a la defensa de los derechos sagrados del muerto y de la familia, tampoco es una santa: Antígona es arrastrada por una pasión. Lacan da cuenta de la justificación de su acto, lo que se ha querido tomar como un pasaje interpolado: Antígona lo hace porque se trata de su hermano: ser irrepetible, irreproducible… ya que sus padres están ocultos en el Hades.
Lacan ubica la Hamartía no del lado de la heroína, sino en el error de juicio de Creonte, quien está ahí para el bien-de-todos. Antígona está sometida a su ley. Antígona es de una crueldad excepcional con su hermana, es un ser inhumano, dirá Lacan (p. 315). Es lo crudo, es atroz que Antígona salga así de los límites humanos, sin compasión y temor; aún, si gime como un pájaro.
Los héroes sofocleanos están exhaustos al final de la carrera, siendo que viven entre-dos-muertes. Sin embargo, en La ética del psicoanálisis, nos encontramos con la figura del atravesamiento de un límite, la transgresión de un deseo con una fuerza de la voluntad. Antígona no puede hacer otra cosa que atraer los males resultantes sobre sí, no puede mirar a otro lado. No se pregunta, afirma que es así porque es así, porque es su hermano. Aquí reaparece el horizonte, el límite de los confines en el que ella acampa y sobre el cual se siente inatacable (p. 334).
Su conclusión: Mi hermano es lo que es y porque es lo que es y sólo porque él puede serlo, avanzo hacia ese límite fatal. Es imposible de quebrar, va más allá de las nubes de lo imaginario y de todas las influencias que se desprenden de los espectros… Más allá de todo contenido, de lo bueno o lo malo que alguien haya podido hacer, mantiene el valor único de su ser. Así, apunta Lacan: esa pureza, esa separación del ser de todas las características del drama histórico que atravesó, éste es justamente el límite, el ex nihilo alrededor del cual ella se sostiene. Es el corte que instaura en la vida del hombre la presencia misma del lenguaje (p. 335).
Esa hermandad de Antígona no es la cristiana. Más allá del “Até familiar” de Antígona, sigo a Lacan para plantear que ante la situación actual y sus estragos, no hay que dejarse fascinar por el brillo de los gadgets y olvidar así a nuestro hermano; pues hoy se requiere (re)cubrir esos cadáveres de una buena manera, acompañar a nuestros hermanos en el esfuerzo de apalabrar y duelar de modo apropiado a sus finados. Así, Lacan en su Seminario 19 “… o peor”, señala que somos hermanos de nuestro -impropiamente llamado- paciente, y como nos recuerda la Comisión de Carteles de la NEL: Somos sus hermanos en la medida en la que somos, como él, hijos de discurso. Parafraseando a Antígona: cada uno es lo que es y sólo porque él puede serlo, avanzamos en el acto psicoanalítico, hacia ese límite fatal; pero, apuntando a lo que instaura en él la vida.
Este seminario de Lacan La Ética del Psicoanálisis (1959-1960) es el que abordaremos este año en el CID junto con Antonio Aguirre. Convocados desde ayer a la cita, en medio de este tumulto, vamos a seguir trabajando porque el psicoanálisis no sea más que un síntoma olvidado.
11 de abril del 2020