El Ministerio de Trabajo de Ecuador define al teletrabajo como la prestación de servicios lícitos y personales, con relación de dependencia, de carácter no presencial, en jornadas ordinarias o especiales de trabajo, fuera de las instalaciones del lugar donde labora. Una labor que se ha visto apurada o presionada por la pandemia del COVID-19 a nivel mundial. En el país, se habla mucho de cómo implementarlo, si es productivo o no, si es beneficioso o no. Sin embargo, no hay una respuesta absoluta o que englobe su funcionalidad.
Para considerar al teletrabajo como funcional o disfuncional se tendría que llegar a un análisis pormenorizado donde la respuesta es un DEPENDE. Existen muchos factores que necesitan ser analizados ya que hay sectores que no pueden teletrabajar y los que pueden hacerlo, tienen que ejecutarlo en medio de la incertidumbre y la gestión del cambio. La reglas del juego están cambiando y con ellos las personas y los entornos. ¿Qué es lo importante aquí? La empatía y la comprensión de que estamos para cumplir objetivos y no solo jornadas. Que quienes pueden estar en modo de teletrabajo tienen la motivación de seguir adelante ante una nueva realidad laboral y la conservación de sus empleos.
Teletrabajar implica adaptarse más que disciplinarse. Similar a pasar de la primaria a la secundaria, o cuando se cambia de estado: de la soltería al matrimonio. Cuando nos incorporamos a nuestro primer trabajo y luego hay un ascenso; o si no lo hay se busca otros horizontes. Hay situaciones que cuestan adaptarse y otras que no tanto. Estos cambios son retos que hemos enfrentado en la vida, solo que ahora esta vida laboral también tiene un cambio significativo en el marco de la supervivencia. El trabajo se ejecuta desde casa, pendiente de los quehaceres del hogar y de la familia, sea que estén físicamente o no. Cada uno planificará su jornada que no está exenta de imprevistos o preocupaciones. Esta vida profesional, tanto para hombres como para mujeres, implica adaptación junto a las empresas, equipos de trabajo y compañeros.
Mental, emocional y físicamente hay que adaptarse. Buscar un espacio asignado ya que no es sencillo concentrarse pues depende de cada uno como se gestione el uso de los recursos como los tecnológicos y de tiempo. Comunicar a la familia que se está laborando, que se requiere de trabajo en equipo para sacar todo adelante. Con los niños pequeños no es tan sencillo, sin embargo, explicándoles y con recursividad se puede lograr que comprendan que los padres están en casa sin estarlo por momentos. Con los hijos más grandes, asignar roles para que sumen a este equipo de teletrabajadores indirectos (por nombrarlos así).
Al empleador, es muy importante comunicar cómo estamos y que vamos realizando de nuestras tareas para la obtención de objetivos y aporte a la productividad. Así esta “cultura tribal”, como lo denominan Ken Blanchard y Garry Ridge en su libro “Ayudar a las personas a ganar en el trabajo” se gesta y sus miembros tienen un sentido de pertenencia al grupo y el sentido de una meta superior. Es una cultura a la que todos quieren pertenecer.
No hay receta para implementar el teletrabajo, esto es prueba y error, así como sucede en los laboratorios donde actualmente están los científicos buscando la cura tan anhelada a este virus que nos acecha. En el camino se va encontrando la fórmula para atender todos los frentes cotidianos con responsabilidad. Hasta el Gobierno actual está discutiendo cómo reglamentarlo y cuidar las plazas de empleo. Hasta eso, está en cada uno de nosotros buscar la automotivación, el autodominio y autodeterminación para encontrar la funcionalidad del teletrabajo.
A esto se le suma la empatía con uno mismo y con el entorno para no olvidar la habilidad social innata del ser humano. Reconocer que somos seres sociales en distanciamiento material y social, que estamos frente a un gran cambio en la humanidad y en tantos giros de negocios. Cambio que está presente para los trabajadores, empleadores y familias en medio de una pandemia y en cuarentena.