El 8 de febrero de 2020, el sub oficial Jakraphanth Thomma del ejército tailandés, asesinó a su comandante, el coronel Anantharot Krasae, al que acusó de estafa por unos terrenos vendidos, y luego a una señora de 63 años y otro militar custodio de la bodega de armamento. De inmediato, sustrajo armas y un vehículo militar, dirigiéndose al centro comercial Terminal 21, disparando a un templo budista en el trayecto, para terminar asesinado a consumidores, sumando 29 muertos y 57 heridos. Después de 17 horas fue acribillado por las fuerzas especiales.
Un mes antes, el 10 de enero, el estudiante José Ángel R., de 11 años, asesina una profesora y hiere a cinco compañeros en el colegio Miguel de Cervantes, en Torreón, Estado de Coahuila, México, y luego se suicidó.
Estábamos acostumbrados que este tipo de hechos terribles se produzcan solo en el primer mundo, con EEUU a la cabeza, pero al parecer, se están generalizando a los países denominados “emergentes”. No son “crímenes pasionales”, ni feminicidios, ni ajustes de cuentas del crimen organizado, ni tampoco los correspondientes a la delincuencia común o la represión estatal. Todo indica que son asesinatos sin ningún sentido, lo cual deja perplejos a las autoridades y a la población en general.
En estos dos casos, se podría decir, el anudamiento subjetivo resultó ser muy precario. A Thomma le puede haber funcionado durante muchos años la camisa de fuerza del orden y la moral militar para contener la pulsión de muerte, pero bastó una desavenencia con su jefe, que tocó algo muy íntimo de Thomma, que de alguna manera quebraba ese orden lo que provocó el desencadenamiento de un delirio paranoico radical, cuya consecuencia fue un pasaje al acto, realizando una matanza indiscriminada. Estos pasajes al acto están vaciados de toda significación.
La transmisión por Facebook de su periplo siniestro, hasta que le suprimieron la cuenta, ¿fue un modo de hacerse notar ante uno Otro persecutor calificado de corrupto? Las frases que los medios lograron recoger como “es hora de entusiasmarse”, “enriquecerse de la corrupción y aprovecharse de otros (de él) ¿creen que se van a llevar el dinero para gastarlo en el infierno?” y “nadie puede evitar la muerte”, “¿debería rendirme?”, “estoy cansado, ya no puedo presionar el dedo”, son frases aisladas y enigmáticas que constituyen respuestas inapelables alrededor de los actos mortíferos ya decididos. Ni su madre, que fue conducida al lugar del atrincheramiento de Thomma, logró hacer que se entregue y suelte los rehenes. Se rindió ante el goce último de la destrucción, desde un principio, como si hubiera perdido la diferenciación entre la vida y la muerte.
José Ángel R., a pesar que “tenía muy buenas calificaciones” en la escuela y vivía con sus abuelos, por alguna contingencia, dejó de operar, en un instante, el marco de la enseñanza escolar para moderar un goce desenfrenado persecutorio, en el cual incorporó el videojuego Natural Selection (tomado del concepto evolutivo de Darwin, que sostenía que las especies más aptas son las que sobreviven) lanzado al mercado en el 2002. Este juego incluye enfrentamientos violentos contra alienígenas con todo tipo de armas. ¿Ahora todos son alienígenas que hay que eliminar? Paralelamente, José y un amigo cercano, tenían mucho interés en la masacre de Columbine (1999), considerando que uno de aquellos jóvenes asesinos utilizaba una camiseta con el nombre del video juego mencionado. Como dato adicional, hay grupos en redes sociales que admiran a los perpetradores de Columbine, que se autodenominan, curiosamente, Incel, “Célibes involuntarios”: ¿Se trata de afirmar una imposibilidad absoluta de vínculo social por la cual no hay voluntad de relacionarse con otros?
Hay que decir que cualquier semblante del Otro social puede incorporarse en un delirio o no. En ambos casos eran sujetos considerados “normales”, quizás un poco “raros”. Sin embargo, puede acotarse que, en la época actual, ¿quién no tiene alguna “rareza”? Pero queda la pregunta: ¿En qué momento estos sujetos pueden desencadenar actos de violencia extrema? Es imposible saber cuándo toman esta decisión, realmente insondable. Coordenadas contingentes del entorno familiar y social pueden coadyuvar a que un sujeto asuma la posición de liberar la pulsión de muerte, pero en primera y última instancia es una decisión tomada por él. Todas las precauciones que se tomen siempre adolecerán de insuficiencia.
La clínica del psicoanálisis muestra que aquellos sujetos que sufren de una debilidad mental extrema pueden ser tratados, teniendo la posibilidad de lograr inventarse algún anudamiento diferente que les permita sostenerse de una mejor manera, sin que tengan que caer en los abismos aniquiladores de la vida humana. Pero tal alternativa solo puede darse abordando la singularidad de cada uno, en una lógica de caso por caso.