En esos términos arengó hace poco la alcaldesa de Guayaquil a los policías a disparar contra delincuentes cuando corra riesgo la vida de algún inocente. Obviamente, una expresión así debe tomarse con pinzas, pues a la sazón debe abrirse un debate informado sobre las políticas y regulaciones más idóneas para combatir la delincuencia en el país, también debe trabajarse a fondo en la capacitación a efectivos policiales. Eso sí, no es discutible exigir pulso firme y sin dilación para exterminar la corrupción, misión que involucra a todos.
Hay tanto que corregir en este país que cualquier esfuerzo en este sentido se parece a una gota en el océano; perdimos el rumbo obnubilados por la política de unos desaprensivos que llegaron al poder y quisieron hacerse con él para siempre, como encantadores de serpientes engañaron y manipularon al pueblo, con típicas prácticas populistas y clientelares repartieron migajas a cambio de consolidar el totalitarismo para imponer una sola voluntad; construyeron un aparato de corrupción nunca visto en el país. Estas anormalidades liquidan la democracia, por lo que para combatirlas se requiere firmeza en las decisiones y acciones.
Corresponde exigir que no les tiemble el pulso a las autoridades nacionales para impulsar políticas y aprobar leyes necesarias para el Ecuador; a los jueces cuando deban enjuiciar y sancionar por asuntos de cohecho, peculado, tráfico de influencias, delincuencia organizada, concusión, lavado de activos, asociación y enriquecimiento ilícitos, falsificación de documentos y firmas; a los agentes de tránsito cuando conductores vulneren la ley poniendo en peligro a las personas; a rectores o directores de planteles educativos donde se perpetraron abusos sexuales a menores; a las autoridades universitarias cuando se descubre la deshonestidad intelectual y la entrega de títulos obtenidos fraudulentamente; a los padres de familia cuando de inculcar valores y principios se trate. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo