“Que no les tiemble el pulso, que la próxima vez que vean a un delincuente apuntando la cabeza de una mujer embarazada como sucedió con Diana (ella murió apuñalada por su pareja, en Ibarra el 19 de enero de 2019), disparen, señores, disparen, disparen, porque solo en medio segundo existe la diferencia en que ustedes sean o no los héroes de la historia”, ese fue el pedido que hizo a la Policía, la alcaldesa de Guayaquil, Cinthya Viteri, en días pasados.
El tema de los derechos humanos se ha convertido en un argumento de orden político. En cierto sentido es una dimensión estrategia táctica de grupos extremistas que toman los derechos humanos y los tuercen. Hay que tener mucho cuidado en relación con la apología de ciertos grupos, que buscan salvaguardar un tipo de actividad que no es otra cosa que delictiva.
Las leyes también tienen que ser revisadas porque hay casos en que estas han sido infiltradas por discursos ideológicos. Hay personas que delinquen por un valor mínimo y su sanción tampoco es mayor. A quienes les pueden robar $500 es a la clase media, a los pobres es difícil que les roben $300 o $400.
Hay que tener cuidado con respecto a los discursos que se barnizan sobre los derechos humanos. La sociedad necesita tener ciertas reglas del juego que precautelen a los débiles, en especial, en un país en el que las personas no portan armas, quienes sí las tienen son la Fuerza Pública y los delincuentes. Los ciudadanos que no tienen armas están supeditados al trabajo de la Fuerza Pública, que debe hacer uso de ellas siempre y cuando hayan tenido una formación previa para eso. Es decir usarlas cuando es necesario, no solo si se trata de una mujer en peligro, sino cuando un delincuente agrede a cualquier persona.
El problema realmente es que se ha infiltrado un discurso ideológico cuyo interés es debilitar a una sociedad y generar un ambiente de inseguridad. Cuando esos grupos extremistas toman el poder, los derechos humanos no existen.
Y en ese sentido, el uso progresivo de la fuerza tiene que ver con la experticia de la Fuerza de Seguridad y su proceso de formación, para saber en qué momento deben utilizar la fuerza y cuando lo hagan, no sea demasiado tarde. Es decir no se la debe aplicar ni demasiado pronto, ni demasiado tarde, es un tema de profesionalización. Y en el caso de usarlas no deben ser acosados por un discurso aparentemente de derechos humanos, pero que realmente está torcido.
El problema de la delincuencia tiene que ver con un conjunto de determinaciones, hay que verlo estructuralmente. Cuando en una sociedad las prácticas para regular a la delincuencia se vuelven promiscuas, permisivas y existe una dimensión de liviandad, se genera un sentimiento de impunidad.
Y no se hace referencia solo a la delincuencia llana, es decir al que roba y amenaza a alguien en una calle, sino a quienes se encuentran en el sector público y la empresa privada. La impunidad alcanza a aquellos que brindan un servicio que no es eficiente. Sea quien sea el que delinque no debe quedar impune, porque ese es el principio del fin.
La otra dimensión en cuanto a delincuencia tiene estrecha relación con la estructura familiar y las instituciones, que de algún modo deben apoyar esa estructura. La familia es el sostén, la que impone los límites y cuando colapsa se pierde el horizonte, para convivir en una sociedad. Estos temas hay que tratarlos y abordarlos.
Otro tema es el consumo, cuando una sociedad privilegia el consumo, las personas están supeditadas a tener. Esa necesidad impulsa muchas veces a delinquir o trabajar sin tiempo para la familia, para conseguir lo que quieren, generando que muchas cosas en su vida se fracturen. La educación juega un papel muy importante como un espacio de respeto y reflexión. La educación no debe estigmatizar el trabajo que implica prosperidad, pero tampoco vanagloriar que esa prosperidad sea necesariamente material, sino más bien emocional.
En ese sentido, las universidades se han convertido en fábricas de profesionales y en servidoras del Estado, es decir, el espacio de reflexión y de cuestionamiento que deben tener más allá de afirmar algo se ha perdido o no sé si alguna vez lo tuvieron. Lo que buscan es crear tecnócratas alineados, básicamente, al consumo.
Hay quienes piensan que la sociedad del consumo es la sociedad del bienestar, pero es todo lo contrario, el consumo promueve malestar y le inculca que si usted no tiene esto, cuando lo consiga va a estar mejor. Se privilegia más el tener que el llegar a ser.
La educación debe llevar a la gente a cuestionar lo que está dado, muchas veces como certeza y eso no empieza en la universidad, sino en la escuela. En una investigación realizada en el Ecuador, los estudiantes de colegios y universidades decían que ellos estudiaban para ser alguien en la vida, es decir les habían vendido la idea de que no eran nadie, cuando sí lo son, pero la educación no les hace entender eso. Cada persona debe ser forjador de su destino y eso no empieza a los 50 años, sino cuando no estigmatizamos al otro, sino más bien le damos credibilidad y responsabilidad.
Si el país tiene problemas es por un conjunto de determinaciones y en eso tienen gran responsabilidad quienes han liderado los espacios tanto en lo público como en lo privado. Tiene que ver, además, con la educación y con la actitud de los líderes. Necesitamos ir más allá y reflexionar seriamente qué queremos como país. Todos hacemos patria desde el espacio del que somos responsables.