La crisis política boliviana que terminó con la renuncia de su presidente Evo Morales y de las autoridades en varias Funciones de Estado de Bolivia como la Cámara de Diputados, el Senado y el Tribunal Supremo Electoral no es sino el resultado del último proceso electoral lleno de vicios, falencias e irregularidades. Fueron 18 días de protestas continuas. La última esperanza de Evo Morales era que la Organización de Estados Americanos (OEA) diera su aval a su cuarta reelección presidencial, pero todo se fue desmoronando en el camino.
La misión de la OEA, convocada para hacer la auditoría de las elecciones, solo pudo comprobar las irregularidades hasta en el sistema informático. El sistema de transmisión de resultados sufrió un apagón cuando anticipaba una segunda vuelta electoral entre Morales y el candidato opositor, Carlos Mesa. Los datos se derivaron a un servidor externo no previsto. Lo mismo pasó en el recuento.
La OEA daba la razón a Mesa. Luego vino la intervención de los policías que se sumaron a las marchas hasta que el comandante de Policía primero y el jefe de las Fuerzas Armadas después recomendaron a Morales hacerse a un lado para garantizar la paz en Bolivia, tras los fuertes desmanes en las principales ciudades del país.
La crisis llevó a Evo Morales, el pasado domingo 10 de noviembre, a anunciar nuevas elecciones como una forma de salir del problema, cuando el fervor popular estaba en su momento cumbre. La presión se volvió insostenible y en cadena de televisión, Morales tuvo que anunciar su renuncia junto a su vicepresidente Álvaro García Linera, los dos ahora asilados políticos en México. Antes ya habían dimitido varios de sus ministros más cercanos.
El ministro de Minería, César Navarro, cercano colaborador de Morales, se fue luego de que fuera quemada su casa en Potosí. Lo mismo hizo el ministro de Hidrocarburos. El presidente de la Cámara de Diputados siguió sus pasos, al igual que gobernadores, alcaldes, diputados y otros altos cargos del Estado.
No hay que desconocer el respaldo popular que todavía mantiene Morales en Bolivia, sobre todo en sus reductos, de ahí que tenía sentido su primer anunció de volver a su tierra, para desde ahí intentar convertirse en líder de la oposición, mientras continuaban los desmanes provocados por la militancia de su Movimiento al Socialismo (MAS). Pero la idea no cuajó, por varias razones.
La crisis necesita una salida democrática y pacífica; en estos momentos, la actuación de los expresidentes Jorge ‘Tuto’ Quiroga y Carlos Mesa son claves. Ellos ya pidieron a los congresistas viabilizar la salida política constitucional para designar a la segunda vicepresidenta del Senado, Jeanine Áñez, como la sucesora de Morales encargada de organizar las nuevas elecciones de inmediato. Es grave que las dos terceras partes de miembros del Congreso sean del movimiento del expresidente, pero el momento político necesitará de su desapego partidista. Es la única salida para evitar el vacío del poder y parar la violencia entre masistas y opositores.
La salida de Evo Morales a México, en cierta forma, también representa la caída de los últimos bastiones del socialismo del siglo XXI, donde solo parecen seguir de pie Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua, como los últimos dictadores de América Latina que usaron las urnas para perpetuarse en el poder.
Lo ocurrido en Bolivia, donde Morales salió gracias a la intervención de militares y policías, bien podría ayudar a superar esos dos últimos escollos para las democracias de América Latina, pero para eso se necesitaría una intervención más activa del Grupo de Lima. El inconveniente es que quién más impulsó ese proceso, el presidente de Chile, Sebastián Piñera, está atrapado en su propia crisis.
¿Quién se iba a imaginar que los Policías y los militares se iban a sublevar contra Evo Morales, que parecía tener el control de todas las instituciones del Estado?, porque a los llamados demócratas del siglo XXI solo les interesa el control de todas las funciones y poderes del Estado y mantenerse en el gobierno de manera indefinida.
Es a lo que ellos llaman democracia.
De ahí que no podría calificarse como golpe de Estado lo ocurrido en Bolivia, una tesis defendida por Rafael Correa, Nicolás Maduro, Aníbal Fernández y hasta el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, quien aseguró que en Bolivia hubo un golpe de Estado desde el momento que el ejército pidió la renuncia de Morales. La razón por la que México le habría extendido el asilo político.
Pero nadie dice nada sobre los antecedentes. ¿Cómo llegó Bolivia al momento actual? Quienes defienden la tesis del golpe de Estado se olvidan de que Morales desconoció la voluntad emanada en la consulta popular de 2016, cuando los bolivianos le dijeron NO a una nueva reelección. Igual lanzó su candidatura luego de que un Tribunal dijera que ser candidato era un derecho humano. Tampoco han mencionado las irregularidades del último proceso confirmadas por la OEA.
Quedará para la historia definir si hubo o no golpe de Estado, que será importante dilucidar sobre todo porque hay países, empezando por México, que hablan de no reconocer al nuevo presidente que salga de otras elecciones.
En los momentos actuales, Morales hizo lo más sensato, aceptar el asilo de México. Ahora a las nuevas autoridades les tocará iniciar el proceso de reinstitucionalización de Bolivia, sin necesidad de ir a una Asamblea Constituyente, porque ahora todo mundo la ve como la única salida a las crisis. La Conaie ha pedido una Asamblea Constituyente, en Chile reclaman una Constituyente como si esa fuera la solución a todos los males. Todos los cambios que necesita Bolivia deben pasar procesos constitucionales, porque las instituciones están ahí.
La institución menos contaminada en esta última crisis fue la de las Fuerzas Armadas. No se ha conocido denuncias de corrupción en su interior como sí ha pasado en Venezuela, donde hay militares con prohibiciones para entrar en otros países, confiscación de sus bienes en Estados Unidos.
Las Fuerzas Armadas bolivianas lo que han hecho es tender un puente para permitir una salida pacífica del poder de Evo Morales que difícilmente podrá recuperar su base electoral. Ni en el movimiento indígena tiene la misma fuerza de antes. Son cerca de 14 años en el poder y eso desgasta.