La salida de Ecuador de la Unión de Naciones Suramericanas era algo que tenía que darse tarde o temprano. Podría hasta decirse que el presidente Lenín Moreno tuvo incluso la cortesía de esperar un poco y no retirarse enseguida después de todos los ataques del gobierno de Nicolás Maduro y hasta del mismo Evo Morales, que ocupa la Presidencia Pro tempore del bloque. Eso es entendible, además, porque la sede está en Quito.
Pero ya una vez que los principales países de América del Sur decidieron retirarse de ese proyecto constituido por el fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, había llegado el momento de que Ecuador hiciera lo propio. Era un grupo que no iba para ninguna parte, que no funciona, que nada ha hecho en la práctica en los últimos dos años, ni siquiera tiene secretario general, desde la salida de Ernesto Samper, por las ambiciones de algunos que quieren poner a sus amigos en ese cargo, como recordó el presidente Moreno al anunciar la salida del país de Unasur.
El paso a un costado que ha dado Ecuador era inevitable, pese a los millonarios aportes del Estado para su funcionamiento. Ahora lo primero es que el Gobierno recupere al menos ese edificio que está en la Mitad del Mundo, en el que el anterior gobierno invirtió nada más y nada menos que $40 millones, como una donación.
La forma cómo se integró Unasur en el año 2008, con una figura central como Hugo Chávez, con una aureola muy politizada, incluso ideológicamente, hacía presagiar su fracaso.
Nació bajo el eslogan del socialismo del siglo XXI impulsado en su momento por Chávez para hacer frente a lo que llamaba el imperialismo y desde el primer momento trató de captar gobiernos a los que pretendía encausar por los pasillos de su proyecto político, con características de orden revolucionario. A la final, Unasur no tuvo ninguna profundidad, ni pudo sembrar muchas raíces. Desde el año de su nacimiento apenas ha tenido dos secretarios generales bajo el visto bueno del chavismo, Néstor Kirchner y Ernesto Samper.
En su origen y su nacimiento nunca hubo algún plan integrador. Algunos países se unieron porque estaban ubicados físicamente en América del Sur. Es decir, en ese bloque hubo países que se adhirieron al discurso del socialismo del siglo XXI, pero otros que simplemente desconfiaban de esa tendencia.
La desintegración de Unasur ahora debe ser la oportunidad para proponer una integración que se adapte a las circunstancias del mundo actual, tanto en la parte política como económica. Hoy hay una integración de los países más a nivel global, gestado por intereses económicos y hasta comerciales. Hoy la integración nace en los pactos y acuerdos comerciales de los países que integran regiones, no solo al interior del continente, sino de forma transcontinental.
En el mundo actual quedó atrás ese discurso de integración que hacían los gobiernos o los estados porque estaban en una misma región, o en una subregión como ocurrió con la Comunidad Andina de Naciones; una integración entre países porque comparten sus fronteras.
El discurso de la integración física por carreteras, puertos, aeropuertos, cuencas hidrográficas también ha quedado obsoleto. Existe, pero no es lo fundamental.
La integración por la carretera panamericana, por la transamazónica, el proyecto más grande que cruzaba toda la Amazonía, esa que el fallecido presidente peruano Fernando Belaúnde Terry tenía en su oficina del palacio de Gobierno, en un espacio muy visible, ahora está fuera de los discursos. Ya no se habla así. No se enfoca en esa forma los proyectos de asociación.
Ahora son las economías las que se integran o se alejan por guerras como la de los aranceles que mantienen Estados Unidos y China. Lo mismo que ocurre con el Brexit. La salida de Gran Bretaña de la UniónEuropea generó un montón de problemas alrededor de ese bloque. Problemas que todavía no se resuelven.
De lo que el mundo habla hoy es de integraciones pensadas más en proyectos de desarrollo de las economías de los países, como la Alianza del Pacífico y del Transpacífico, porque también están de por medio las inversiones que hacen las multinacionales en todos los países del mundo. Hay grandes corporaciones como la Coca-Cola o McDonalds que están en China, en India, en los países del África.
Lo mismo ocurre en proyectos de integración entre los países que están en el Pacífico sur. Hay inversiones peruanas en Chile, chilenas en Perú; las inversiones que hacen países como México, Perú o Chile en Ecuador con las compra de varios negocios.
Ahora también están las iniciativas como el ProSur propuesto por los presidentes Sebastián Piñera, de Chile, e Iván Duque de Colombia. Esas son integraciones más de tipo político, pero que también resultan válidas, porque sus gestores han dicho que una de las condiciones para integrar este bloque es que los países vivan en democracia, que respeten las libertades, la libertad de prensa, pero también donde no se miren tanto las cuestiones de tipo ideológico, como la hacía y lo hace todavía Unasur y sus gestores.
Es el momento de revivir o darle nuevos aires a la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), por ejemplo, que tiene su sede en Montevideo, una idea de Raúl Prebisch, un economista argentino que entre 1950 y 1963 fue Secretario Ejecutivo de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe; en la época cuando apareció la Cepal y el grupo andino que es una subregión dentro de la región.
La Aladi claro que necesita cambios, hasta un cambio de nombre no le vendría mal, pero sobre todo tener una visión mucho más que regional con los Estados; una integración que mire el comercio, la tecnología… La integración ahora debe ser pensada más en términos globales que regionales.
América Latina todavía necesita un enfoque pensado en el sur, pero sin dejar de mirar el mundo.