En nuestra región, lamentablemente, las experiencias fallidas de procesos de integración, entre naciones, son innumerables en término del número de proyectos integracionistas y de las causas que les llevaron a tener una vida corta de existencia o a mantenerse tibios y semiescondidos, en varios casos, solo como espacios de empleo para determinados burócratas internacionales que son premiados -ganando significativas remuneraciones- por haber apoyado a los gobernantes de turno.
Esta forma de actuar más que certezas genera un clima de incertidumbre y desconfianza a una integración regional que, por los hechos registrados, no termina de consolidarse; es más bien una suma de globos de ensayo dispersos que, por su intermitencia, llevan a que los latinoamericanos nos preguntemos, cada vez que surge un nuevo proyecto de integración: ¿Qué otra iniciativa vendrá en el futuro?
Y, precisamente, uno de esos proyectos que está al borde de su desaparición es el de la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), en el cual, incluso, el Ecuador -para su sostenibilidad en el tiempo- invirtió alrededor de 44 millones de dólares para una infraestructura que, en la actualidad, viene a ser una especie de elefante blanco, ya que si no se le da un uso productivo estará condenado a que, en el mediano plazo, la infraestructura se deteriore y, así, sea una inversión más en donde el despilfarro, la ineficiencia y la corrupción estuvieron presentes, en todo momento, como parte de ese coctel peligroso que, a todos los ecuatorianos, nos dieron de beber -durante 10 años- al ritmo de “las manos limpias y los corazones ardientes”.
Una de las causas principales del fracaso de la UNASUR fue su origen, pues, los presidentes ideólogos de este proyecto integracionistas -con Hugo Chávez a la cabeza- lo que buscaron fue crear un foro en donde se pronuncien y se difundan, a escala global, los postulados del denominado socialismo del siglo XXI que, sobre la base de discursos opacos, trataban de convencer a los latinoamericanos y a los demás ciudadanos del mundo que sí es posible lograr una América del Sur justa, equitativa y solidaria que, por sus propias capacidades -sin la intervención de países de otras regiones-, era capaz de salir adelante.
Lamentablemente, esto solo fue discurso y que, ahora, se ha ido desenmascarando con todas las evidencias fuertes de corrupción que, en el día a día, van llenando -como noticias negativas- las páginas de los principales periódicos físicos y digitales de la región y del mundo. Además de las incoherencias discursivas y de acción real, también, ha quedado evidente que fueron escasos los proyectos y programas que bajo el rótulo de UNASUR incidieron positivamente en la transformación social, económica y política de la región sudamericana.
Para darle fuerza a la UNASUR -como refuerzo de integración regional- se creó, en diciembre de 2011 -con la iniciativa de los ideólogos de la UNASUR-, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC); la cual tampoco ha despegado y, por los hechos actuales, parecería que, también, va por el camino de su desaparición o del estado de la inmovilidad organizacional.
Este escenario de desaparición o congelamiento de proyectos de integración regional a temprana edad tiende a afectar negativamente, por un lado, a la confianza asociativa y de cooperación intrarregional, ya que la población cuando nace un proyecto con fines integracionistas -sobre la base de la experiencia histórica registrada- duda de su vigencia en el largo plazo, desmotivando, así, su intervención activa. Por otro lado -este escenario integracionista-, afecta, también, a la posibilidad de que bloques localizados en otras regiones del mundo crean en estas iniciativas y se estimulen a realizar un trabajo interregional que, pensando en un mundo con una acelerada intensificación de su proceso de globalización, requiere de acciones comerciales y políticas interactivas de las naciones que existen en el planeta Tierra.
Ahora, para sustituir a la UNASUR, surge PROSUR (Foro para el Progreso y Desarrollo de América del Sur); el cual, una vez creado con la firma de ocho países -Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay y Perú-, se esperaría no vaya ser un nuevo globo de ensayo que solo funciona, de forma efectiva, cuando los gobernantes creadores están en el poder y que, cuando dejan sus mandatos -por diferentes razones- se tiende a debilitar con altas probabilidades de su desaparición que, en última instancia -como ya se dijo-, termina siendo una señal negativa a la confianza entre los habitantes de las naciones objeto de la integración y, también, a la optimización del tiempo y de los recursos que necesita el proceso de consolidación de la integración de las naciones que forman parte de la región latinoamericana.
En definitiva, al final -como se puede apreciar-, esta forma de actuación termina contribuyendo a la creación de una imagen regional en donde lo que tiende a predominar es, más bien, la dispersión integracionista caracterizada porque surgen, permanentemente -al vaivén de las coyunturas políticas e ideológicas-, nuevas iniciativas de integración regional y lo grave es que las antiguas, por lo general, se tienden a mantener con bajo perfil -vaya usted a saber por qué-.
Finalmente, pensando de forma positiva y considerando las experiencias de integración registradas en otros continentes -como es el caso de la Unión Europea, por citar un ejemplo-, para que PROSUR se sostenga -evitando surjan luego EXISUR, ALIANSUR o cualquier otro nombre novedoso- será clave trabajar en el fortalecimiento de las reservas de capital social existentes en los países suscriptores de la iniciativa de integración regional, es decir, como lo diría Robert Putnam -autor de varios trabajos sobre capital social-, en los niveles de confianza, espíritu cooperativo, conciencia cívica y práctica de valores éticos que, al final, terminan incidiendo en la mejora de la calidad -y no solo de la cantidad- de las relaciones que se tienden a dar entre los seres humanos que habitan en las naciones suscriptoras -en este caso de PROSUR-. Ya que los procesos de cooperación, de asociación, de colaboración, de integración -como se quiera llamar- a pesar de que se suscriben entre países, detrás de ellos están personas -en sus momentos de creación e implantación- ya sea gestionando los compromisos firmados o interviniendo en programas y proyectos que, bajo un enfoque sinérgico, buscan incidir positivamente en la mejora del bienestar y calidad de vida de los habitantes de los países que buscan fortalecer su integración.