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Los veinte años de la paz entre Ecuador y Perú

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Para las nuevas generaciones de ecuatorianos, aquellas que nacieron desde los años noventa en adelante, en especial, los nacidos en este nuevo siglo, la historia del conflicto entre el Ecuador y el Perú les resulta ajena, un poco extraña y distante; y no hay que sorprenderse por ello, eso es absolutamente normal y más bien nos demuestra que los dos países van superando las diferencias que nos mantuvieron separados y enfrentados por más de 170 años, desde la misma génesis de nuestras repúblicas, nacidas de los procesos de independencia del coloniaje europeo.

Pero la realidad de aquellos que nacieron antes, en especial los nacidos luego de la invasión del Perú de 1941 y posterior firma del Tratado de “Paz, Amistad y Límites” de Río de Janeiro de 1942, era muy diferente, estaba influenciada de manera permanente por un trauma nacional que representó la invasión y la consolidación de la pérdida de las pretensiones territoriales de nuestro país, consagradas en el Protocolo de “Paz, Amistad y Límites” del año siguiente. En el fondo de la conciencia de los ecuatorianos se instaló una sensación de derrota que trascendía a lo colectivo y se establecía incluso en lo individual y privado; es decir, nuestro país estaba caracterizado por un sentimiento de derrota que nos convertía en gente con poca conciencia de nuestras capacidades y carentes de un imaginario de un futuro positivo, el que finalmente se constituye en la identidad de una nación.

Es por eso que lo acontecido en un lugar alejado e indómito de la selva amazónica en 1995, tuvo una trascendencia que sobrepasa incluso a los hechos en sí mismos, que finalmente configuraron una clara y contundente victoria militar, los resultados de lo ocurrido en 1995, significó un cambio radical en la historia nacional, después de esa gesta, al fin los ecuatorianos pudimos dejar de lado el sentimiento de derrota y ser conscientes de que sí podríamos construir un país y mirar el futuro con otros ojos, llenos de esperanza.

La Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE), en una Institución que nació a la sombra de la invasión de 1941 y posterior firma del Tratado de Río, puesto que no fue sino hasta diciembre de 1942, que se produjo su nacimiento sobre lo que hasta esa fecha había sido una pequeña “Inspectoría de Aviación” que era parte del Ejército Ecuatoriano, por tal razón durante más de seis décadas, la FAE se fue construyendo con una mirada hacia el sur, con la certeza de que en algún momento se podría dar una nueva agresión y convencida de que si aquello ocurría nuevamente, esta vez las cosas no serían como en 1941. Todos los que ingresamos a la Institución en esa época, lo hacíamos convencidos de que este momento llegaría y que nosotros seríamos parte de esa historia.

Durante muchos años, el día a día de la Fuerza Aérea era una continua preparación para estar en la mejor condición posible ante la eventualidad de un nuevo enfrentamiento bélico, las jóvenes generaciones de pilotos y técnicos de la Institución dejaron años de sudor, lágrimas y en ocasiones su sangre en la búsqueda permanente de una excelencia que les permitiera asegurar que se encontraban preparados para enfrentar al destino y seguros de que si un nuevo enfrentamiento se daba, estarían listos para cambiar la historia nacional.

Durante todos esos años, existía una situación recurrente, todos los meses de enero, cuando se aproximaba la fecha recordatoria de la firma del Tratado de Río, el 29 de enero, se producían disputas, altercados y en ocasiones eventos violentos en la frontera donde se desarrollaba la dinámica de la disputa territorial; por un lado, el Perú que afirmaba que toda diferencia había quedado saldada con la firma del tratado; y por otro, la visión ecuatoriana que afirmaba que ese tratado fue fruto de una imposición generada por la presión de la ocupación del territorio nacional luego de una invasión y que finalmente era inaplicable en el terreno. Lo cierto es que los problemas en la frontera eran tan periódicos que ya incluso parecían parte de la planificación anual.

El día a día de los que formábamos parte de la FAE, en especial de las bases operativas, era de un continuo entrenamiento de las tácticas y las técnicas de empleo de nuestras máquinas voladoras, un continuo ir y venir de aviones que salían hacia el cielo para continuar desarrollando las capacidades que nos conviertan en una fuerza equipada, capacitada y competente, conscientes de que la naturaleza de las Fuerzas Armadas modernas no es pelear las guerras, menos generarlas, sino la de disuadir a posibles rivales sobre la base de ser un poder creíble para evitar que aventuras violentas existan, porque las Fuerzas Armadas no dejan de ser meros instrumentos de la política.

En esta dinámica, marcada por la juventud y sus ganas de conquistar el mundo, la competencia que se desarrollaba entre nosotros era muy fuerte. Se dice que un piloto, que es el responsable de una aeronave que lleva mucha gente y debe tomar decisiones en muy corto tiempo, es de naturaleza egocéntrica, y es necesario que sea así puesto que no es factible que alguien responsable de muchas vidas sea una persona pusilánime, que dude de sí mismo y sus capacidades. Si esto es verdad para los pilotos de transporte, mucho más para los pilotos de combate, que vuelan absolutamente solos y que controlan una aeronave que cuesta millones de dólares al Estado, y sobre todo que tiene una enorme capacidad de destrucción y que puede llevarla a cabo en cualquier parte y en corto tiempo.

El piloto de combate es una persona muy competitiva, seguro de sí mismo, lo que para muchos puede parecer arrogancia, algo que es deseable desde el punto de vista operativo, puesto que se deberá enfrentar a la misma muerte convencido de vencer, consciente de que la alternativa es la derrota y la muerte. Pero esta característica es deseable siempre y cuando no sea un limitante para la necesidad de una fuerza militar de actuar en conjunto y en función de una misión que está sobre los intereses individuales. Por lo tanto, los jóvenes que transitan en las bases en el pasado y en el presente son muy competentes y competitivos en los ámbitos individuales pero capaces de entregar toda esa energía en función de conseguir y alcanzar objetivos que están por sobre esa individualidad, eso se llama “vocación de servicio”.

Y llegó el año 1995, seguramente nadie esperaba que ese enero sería diferente a los de cada año con los problemas recurrentes en la frontera, pero esta vez no fue así, la situación se fue deteriorando rápidamente, empujados seguramente por cálculos políticos en especial del lado del Perú, por parte de un gobierno urgido de darle una solución final a la disputa territorial a fin de presentarla como una victoria ante un escenario de disputa política interna. En la FAE, la orden de concentrarnos en las bases se dio ya desde inicios del año 1995 puesto que las cosas se habían deteriorado por las continuas amenazas de imponer un desalojo de puestos fronterizos en lo que, para nosotros, era una zona no delimitada, así que esta vez no pudimos disfrutar plenamente de las fiestas de fin de año, el deber nos imponía concurrir a las bases, en ellas estaríamos “recluidos” por los próximos tres meses al menos, dispuestos a vivir y morir al servicio de nuestro país, puesto que el frente de batalla está determinado por el alcance de las armas que se dispone; es así que, para la Fuerza Terrestre el frente de batalla está circunscrito al alcance de sus fusiles o su artillería, para la Fuerza Aérea el alcance y capacidades de sus aviones determina que el frente de batalla son las mismas bases de operación que se encuentran a menos de cinco minutos de reacción de la frontera.

Luego de extenuantes jornadas de permanecer en nuestros aviones en alerta listos para despegar, de patrullas de vuelo permanentes para impedir que nuestro cielo sea usado para agredir a nuestras fuerzas de tierra, se dieron los hechos del 10 de febrero del 1995, cuando en menos de cinco minutos de combate, la Fuerza Aérea Ecuatoriana derribo a tres aviones peruanos, y triunfó inobjetablemente sobre la Fuerza Aérea del Perú (FAP), lo que generó lo que en términos militares se conoce como “parálisis estratégica” puesto que si bien la FAP no dejó de ser una fuerza grande y competente en el aire, sus mandos nunca fueron capaces de reponerse de ese golpe recibido y nunca más, durante el conflicto, lograron realizar alguna operación de importancia táctica o estratégica.

La FAE con las otras ramas de las Fuerzas Armadas, había sido capaz de enfrentar su destino y salir victoriosa, y con ello permitir algo más que el cierre definitivo de las fronteras y el cese de las hostilidades por disputas limítrofes entre nuestro país y el Perú, este éxito militar permitió dejar de lado el trauma nacional de nuestro país y nos permitió ser conscientes de nuestras capacidades, nuestras cualidades y ver el futuro de manera que nos permita enfrentarlo con un sentimiento de unidad y de esperanza. De alguna manera, y paradójicamente, el sacrificio de nuestros muertos, la sangre y sudor de varias generaciones de ecuatorianos ha permitido que las nuevas generaciones olviden ese pasado y no sean conscientes que nuestro hermoso país, por muchos años, vivió con una amenaza permanente a su misma existencia.

Ahora es la responsabilidad de las nuevas generaciones, ya sin la carga del pasado, construir finalmente una identidad nacional basada en un imaginario en el que todos los ecuatorianos entendamos nuestro futuro como común, donde el éxito o el fracaso que nos depare el destino, esté íntimamente relacionado a nuestra capacidad de trabajar juntos en función de nuestra nación, solo así miraremos el futuro para ser construido por todos y podremos aprovechar al máximo la ventaja de tener un país, ya sin la pesada carga que nos quitó la gesta de 1995.

Este texto se realizó con la colaboración de la MSc. Diana Gabriela Rosas Lanas, docente de la Universidad Internacional del Ecuador.

 

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