Brasil se acerca a uno de los comicios más importantes de su democracia después de un dominio casi absoluto del Partido de los Trabajadores (PT) de Luiz Inácio Lula da Silva en la escena política y con un candidato favorito, Jair Bolsonaro, identificado con la extrema derecha.
El panorama electoral ahora mismo es un poco cambiante, pese a que Bolsonaro, excapitán del Ejército, va adelante en las encuestas con el 27% de la intención de voto gracias, en parte, al atentado contra su vida, seguido por Fernando Haddad con el 21%.
Ciro Gomes se distancia de los dos primeros con un apoyo del 12%; el socialdemócrata Geraldo Alckmin se encuentra cuarto con el 8% y Marina Silva figura quinta con un 6% en la intención del voto.
Si bien es difícil que se mueva las encuestas hasta el 7 de octubre, día de la primera vuelta electoral, son varios los factores los que inciden en la política brasileña. Tal vez el más importante es el del movimiento de las mujeres. Siempre se ha dicho que en Brasil las mujeres son las principales electoras.
Ellas comenzaron a movilizarse y han logrado armar el mayor furor político brasileño de los últimos años (tres millones en un grupo de Facebook en menos de dos semanas): el que busca derribar a Bolsonaro, por la vinculación militar que ha tenido y tiene, porque hasta al propio comandante del Ejército, el general Eduardo Villas Bôas se metió en la política al declarar que la legitimidad del próximo gobierno podría llegar a estar cuestionada ante la posibilidad de que Lula pudiese llegar a ser candidato a la Presidencia.
En esas intervenciones están las causas del temor creado entre el electorado brasileño, sobre todo entre las mujeres. Bolsonaro ha sido muy radicalizado con la derecha y no hay que olvidar que las mujeres son mayoría numérica en unas elecciones: 52,3% de los votos.
Pero más allá de eso, el éxito electoral de Bolsonaro también puede explicarse por la tendencia del péndulo, luego de más de una década en el poder del Partido de los Trabajadores, identificado con la izquierda. En Brasil, además, siempre ha existido una tendencia a favorecer a los gobiernos militares.
Entre los brasileños persiste todavía esa idea de que los gobiernos deben ser fuertes y esa imagen es las que han transmitido los militares cuando han estado en el poder. Bolsonaro es un exmilitar y habla como un militar.
En el corto tiempo será difícil que Haddad pueda dar vuelta al mapa electoral; es bastante complicado que Lula pueda virar los resultados a su favor. Los votos no se endosan. Además, los brasileños no terminan de decantarse por otro candidato que no sea Lula, aunque sea del propio Partido de los Trabajadores y haya sido alcalde de Sao Paulo.
Bolsonaro, salvo circunstancias excepcionales, tiene un puesto asegurado para la segunda vuelta electoral el 28 de octubre. En gran parte porque la izquierda y la centroizquierda quedaron en entredicho por la vinculación de Lula a los casos de corrupción.
Lula siempre fue visto como un hombre íntegro; finalmente resultó que no era así. Ahora se ha tratado de minimizar el hecho al decir que solo fue un departamento el que recibió, pero lo cierto es que llegó a claudicar en sus principios con ese departamento.
Un eventual triunfo de Bolsonaro, además, no alteraría mucho el mapa regional, porque ni Chile ni Argentina están en la línea dura de la derecha. Los países de la región se distanciaron hace mucho de esa derecha. Y es algo que llama la atención de la coyuntura electoral brasileña, que está a las puertas de votar por alguien de esa tendencia.
De ahí que es muy probable que en la segunda vuelta electoral, si Bolsonaro desea ganar la Presidencia, modere sus discurso, porque solo el mensaje de que va a privatizar las empresas estatales debió haberle restado los votos de toda la burocracia enquistada ahí.
Es un tema complejo, porque ese discurso también le debió haber sumado votos. No debemos olvidar que es en esas empresas públicas donde estaba la corruptela. Cuando Odebrecht salía a financiar proyectos de infraestructura en todo el mundo, sobre todo en América Latina, lo hacía de la mano del Banco de Desarrollo del Brasil, una institución más grande que el Banco Interamericano de Desarrollo.
Y no se diga Petrobras, que es una empresa gigante. El anuncio de la privatización de esas empresas puede tener los dos efectos en el electorado. Pero no será fácil concretar esas promesas. Esas entidades públicas difícilmente podrán ser absorbidas por el sector privado.
En Brasil hay un cierto cansancio por los casos de corrupción ligado al Partido de los Trabajadores, el mismo Ciro Gomes, tercero en los sondeos, dijo en el último debate que si pudiera preferiría no gobernar con el PT que fue parte de un proyecto político fracasado en la región. Es un caso muy similar al ocurrido en la Argentina, donde la gente se hastío de la vinculación de los Kirchner con el chavismo en Venezuela. Lula también, si bien no fue parte del socialismo del siglo XXI, jugó al son que le impuso Chávez. Brasil no tenía por qué mirar hacia allá ni Argentina tampoco.
¿Qué ha dejado esa tendencia en la región para intentar volver al poder? Muy poco, salvo la proliferación de casos de corrupción de una forma casi sistematizada. Ahora mismo hay dos expresidentes de esa tendencia que enfrentan juicios por distintos motivos: Cristina Kirchner y Rafael Correa. El mismo Lula estuvo 11 años en el poder y ahora está en prisión.
Un eventual triunfo de Bolsonaro lo que hará es sepultar definitivamente ese proyecto que llevó a la miseria a Venezuela y está haciendo lo mismo en Nicaragua.
¿Hacia dónde va ahora América Latina? Es incierta la respuesta, porque todo dependerá de lo que hagan en la región los gobiernos con otras tendencias.
Bolsonaro ahora en Brasil solo necesita mantener sus niveles de aceptación y después del 7 de octubre ver cómo asentar su peso electoral para que América Latina pase definitivamente la página de eso que se dio en llamar chavismo o socialismo del siglo XXI.