Ante el hundimiento del Nombre-del-padre tenemos hoy un “individualismo democrático de masa”. En el imperio de los unos solos, los individuos preferirían no hacer lazo y, libres de ataduras, viven un desarraigo en red. Miller ha apuntado que en nuestras sociedades liberales, mercantiles y jurídicas lo múltiple está en camino de destronar el Uno y que “aquellos que creen estar completos solos… no saben amar” . Un avance de la cuestión se hace eco de la clínica y la pregunta del eje 4 hacia las X Jornadas de la NEL “¿Hijos de quién?”, a la que podemos responder: hijos de su madre.
Así, un médico venezolano joven que vive en Guayaquil viene a consulta por dos asuntos: el primero es que su madre está visitándolo, el segundo tema queda suspendido. Él ama a su madre, médico jubilada y, sus amigos en la diáspora, la adoran; pero él ya no sabe qué hacer, cómo responder a sus exigencias. La interpretación “primero muerto loco que hablar de amor”, torna primero el segundo asunto, mientras apunta al abuelo materno loco suicidado y al padre enloquecido (luego de ser torturado por político, cuando él era pequeño). Después se preguntará a qué iniciativas del “muchacho” que le gusta “les daría pie”. Sin embargo, tiene una fantasía: él y sus amigos son solteros, viejos y felices en un asilo. Y lo habita un empuje oscuro de irse.
De paraísos como panales y la voz fría. O… En la comunidad de solteros, la madre reina
Ir a El paraíso de los solteros (Melville, 1855) es como arrancar desde un valle ardiente para llegar a una fría cañada… Uno se va desenredando de los asuntos del mundo… para meditar, disfrutar del ocio… ser invitado por algún templario. El templario actual es abogado, estudiante… un literato sin ataduras encantado con el suave aislamiento. El lugar es como un panal. Nueve caballeros, llegados desde distritos dispersos para representar el celibato general, cenaban. La comida fluyó, el vino corrió, el humor aumentó y ninguna falta contra el decoro… No tenían mujer ni hijos que les procuraran ansiedad. Viajan libremente ¡Unos hombres liberales, eruditos, mundanos y de gran capacidad para las interpretaciones filosóficas y vitales, cómo iban a sufrir en sus carnes lo que impone ese clericalismo? Pero, ¿será que un feliz panal de célibes solteros, no cuenta con su abeja reina?
En su seminario 16 Lacan aseveró: “ustedes no son cruzados. No se dedican a que el Otro… goce”. En cambio, el masoquista buscará un tipo de Otro que pueda cuestionar en el punto de la voz, la querida madre, por ejemplo, como lo ilustra Deleuze, de voz fría y atravesada por todas las variantes de lo arbitrario (p. 234). En la Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel Deleuze dice que Masoch, hacia las revoluciones de 1848, indicó con humor: “Haced contratos… con una Zarina terrible y que de ellos salga la ley más sentimental pero también la más helada, la más severa” (p.96). Y si la Naturaleza es fría, maternal, severa; esa frialdad no será la del sádico, cuya apatía busca impedir algún sentimiento o entusiasmo que atente contra la suspensión del fantasma. En La madre de Dios de Masoch, toda la secta es cariñosa y alegre, pero severa con el pecado, hostil al desorden.
¿Qué hay detrás del humor y estas historietas de madres heladas, sino el superyó obsceno y feroz?
Para Deleuze, la meta de Masoch es “Cristo en la cruz, sin amor sexual, sin propiedad, sin patria, sin querella, sin trabajo…” (p.103). El mismo Deleuze se refiere a “Bartleby, el escribiente”, también de Melville. Allí la réplica “preferiría no hacerlo”, es resistencia mortífera al tornar cualquier respuesta a ese dicho-congelado en caridad o filantropía, a ser rechazadas. La propuesta deleuziana es librarse del padre, engendrar al hombre nuevo sin particularidades: una sociedad universal de hermanos. Deleuze concluye que “de vocación esquizofrénica, y hasta catatónica y anoréxica, Bartleby no es un enfermo… sino el Medicine-man, el nuevo Cristo…” (p.92). A lo que anotamos que Laurent precisó que Deleuze y Guattari ordenaron una política pasándose del padre, a partir del goce del delirio.
Y, ¿el asilo?
¿De qué se trata el asilo en esta fantasía? ¿Del asilo político que habría podido solicitar el padre, antes de ser torturado? ¿Será que algún asilo benefactor pudo haber evitado el pasaje al acto del abuelo materno? ¿Acaso la comunidad de solteros no es en sí un asilo para extranjeros perseguidos por un goce perturbador, ahí donde el padre no gobierna, la madre reina y el tiempo se suspende?
Asylum, lugar inviolable donde ser siempre jóvenes filósofos moralistas, hijos soldados de madres dichosas, sabios aislados de la ciudad, muchachos serenos y cuidadosos de sí. Quizás la diosa Blanca a la que nos remite Lacan, esa diosa gélida, comanda el mundo feliz donde el deseo, el amor y la falta, quedan pulverizados, en un más de dispersión en la noche de los tiempos.
La otra cara del Paraíso de los solteros, a la que la escarcha ha pintado como un sepulcro, es El tártaro de las doncellas. Allá la voz humana ha sido desterrada y la angustia se apoderó del narrador melvilliano mientras miraba una máquina, bestia de hierro inflexible con exigencia metálica, fatalidad inamovible que gobernaba y era servida por humanos con el silencio y la tenacidad del esclavo.
El psicoanálisis ante la frialdad y el desamparo de hoy apuesta por “dar pie” al amor y por un arraigo sintomático, desde donde replicar, vivamente, a las voces del superyó, femenino.