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La adicción a las redes sociales en los niños, ¿cómo se maneja desde la psicología?

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Cuando los padres acuden a la primera cita psicológica con sus hijos suelen hacer aseveraciones claves cómo: “está muy enganchado a las redes sociales, a su celular y a los videojuegos”, ¿cómo lo manejamos?

Desde el aspecto psicológico, la definición más simple y clara de adicción que ofrece el diccionario sobre la palabra adicción: es la dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud o equilibrio psíquico. El término se refiere normalmente al uso de sustancias químicas y nocivas para el organismo, entendiendo por esto las drogas, el alcohol, el tabaco y todo tipo de sustancia que provoca un vicio y deterioro de la salud física.

Existen también las adicciones psicológicas o no químicas cuyo mecanismo está asociado a las conductas del ser humano relacionadas con el trabajo, recreación, alimentación, diversión y ocio. La práctica de este tipo de vicio hoy inicia en edades tempranas; ya en la primera y segunda infancia podemos encontrar niños adictos cuyos incentivos para ejecutar las actividades de la vida diaria son las pantallas y su interacción con ellas.

Cualquier conducta normal que provoque placer puede llegar a convertirse en un comportamiento adictivo, atípico y poco normal en función del número de veces que se repita, a su intensidad y a la forma como llegue a interferir en las relaciones personales, familiares y sociales.

En edades tempranas la interacción con las pantallas provoca una disminución en los niveles de atención; las aplicaciones móviles no requieren concentración progresiva ni elevada, porque permiten que el cerebro se divida en la ejecución de tareas, crean bajos niveles de atención y menor eficacia.

Cada vez más es necesario conocer sobre el tema para educar a los niños de hoy. Ellos necesitan ejemplos tangibles de autodominio y perseverancia para alcanzar sus logros, no basta con distraerlos con un smartphone cargado de juegos porque soo distraen cerebros aburridos, inactivos y pasivos. El cerebro humano está diseñado para tomar decisiones y resolver problemas en todo momento, por lo tanto, frente a la inactividad o poca comunicación puede “engancharse” fácilmente con los problemas no reales, que requieren menor esfuerzo y concentración provocando una sensación gratificante de ejercicio mental que evade la sensación de aburrimiento.

En edades tempranas la interacción con las pantallas provoca una disminución en los niveles de atención; las aplicaciones móviles no requieren concentración progresiva ni elevada, porque permiten que el cerebro se divida en la ejecución de tareas, crean bajos niveles de atención y menor eficacia.

Esto no sucede con la interiorización del conocimiento, cuando un niño está expuesto por sus mismos padres a manera de premio o castigo a una interacción constante a las redes, juegos, pantallas… desarrolla adicción, y las consecuencias pueden ser muchas, empezando por un déficit de atención y problemas escolares hasta trastornos en el sueño, alimentación, ansiedad, depresión y problemas fuertes en la conducta.

La diferencia principal entre una adicción química y psicológica es que la primera se encausa con la suspensión del químico. En la de tipo psicológico, es el ser humano quién debe aprender controlar sus impulsos. En la infancia y adolescencia son los padres los verdaderos llamados (con o sin ayuda terapéutica) a educarlos en el ejercicio de la voluntad, misma que les servirá de muralla en la toma de decisiones trascendentales en su vida.

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